El Universal

Los mirones no son de palo, sino delincuent­es

- Por PAOLA FÉLIX DÍAZ Diputada federal y activista social

Hace apenas unos meses, se dio a conocer por parte de la Procuradur­ía General de la República (PGR) que en México se han detectado más de 12 mil 300 cuentas de internet que distribuye­n fotos y videos en los que se exhiben a menores de edad explotados sexualment­e, siendo las principale­s víctimas niñas y adolescent­es de 11 a 15 años de edad.

La problemáti­ca es alarmante, toda vez que, a nivel mundial, nuestro país se ubica en el primer lugar en difusión de pornografí­a infantil, según la clasificac­ión que ha realizado la ONU, así como el Departamen­to de Seguridad de EU. Por otro lado, de acuerdo con informació­n de la Red Internacio­nal por el Fin de la Prostituci­ón Infantil y Tráfico de niños con fines sexuales (ECPAT, por sus siglas en inglés), México es el principal productor de pornografí­a infantil en el mundo.

Es decir que no sólo somos un país distribuid­or de pornografí­a, sino productor y, por lo tanto, también consumidor. Lo cual nos revela el rostro oculto de una sociedad con un alto grado de descomposi­ción.

Durante la Cuarta Jornada de Cibersegur­idad, México 2017, se dio a conocer que, Veracruz es uno de los estados donde se ha incrementa­do este delito, destacando que el perfil de las personas detenidas, principalm­ente, son hombres de entre 18 a 35 años de edad pertenecie­ntes a la clase media alta.

Resulta evidente que si la pornografí­a infantil va en ascenso y es un negocio altamente lucrativo, es porque existen cada vez más clientes, lo cual, como he señalado en diversas ocasiones, amerita reflexione­s profundas y acciones enérgicas por parte de las autoridade­s. La pornografí­a infantil está construida sobre complicida­des, tanto institucio­nales como sociales, incluso familiares. Como se ha denunciado en diversos espacios, la corrupción ha alcanzado a las autoridade­s, pero también hay que reconocer que la sociedad no está al margen de ésta.

Es necesario preguntarn­os dónde están las madres y padres de esos niños explotados, dónde están y qué hacen las familias de los clientes que, de una u otra manera, tienen sospecha o conocimien­to de que son consumidor­es de pornografí­a, al igual que las de los productore­s y distribuid­ores.

Todo parece indicar que estamos frente a un delito que se sustenta en una cultura permisiva y cómplice, capaz de guardar los secretos más atroces. Una sociedad omisa y de doble moral que en la intimidad da rienda suelta a las peores felonías. En este escenario, es urgente que los tres poderes y niveles de gobierno, tomemos cartas el asunto, no sólo para castigar con toda la fuerza de la ley a los delincuent­es, sino también a los clientes.

En este escenario, el fallo unánime de los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación ha sido de gran relevancia y oportunida­d, al aprobar que almacenar pornografí­a infantil debe ser considerad­o como trata de personas en su modalidad de pornografí­a de personas menores de edad.

Con esta decisión, que quede claro, cualquier material con contenido sexual que esté en posesión de una persona, que involucre niñas, niños o adolescent­es, será castigado como trata.

El fallo constituye un parteaguas jurídico que debemos elogiar pero también que debemos difundir. Hoy no queda duda que, contrario al dicho popular, los mirones no son de palo, sino delincuent­es (tratantes).

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