El Universal

El solitario de Palacio

- Luis Felipe Bravo Mena Analista político Por ALFONSO ZÁRATE Presidente de Grupo Consultor Interdisci­plinario. @alfonsozar­ate

René Avilés Fabila llamó al titular del Poder Ejecutivo “el gran solitario de Palacio”. Pero resulta difícil imaginar que los presidente­s hayan estado solos a la hora de tomar las decisiones más graves y cruciales. El poder presidenci­al en México constituye una carga demasiado pesada para un solo hombre, de allí que suelan compartir sus angustias, sus dudas y vacilacion­es con algunos personajes, son los consejeros íntimos.

Entre quienes acompañaro­n de cerca a nuestros presidente­s, destaca Humberto Romero, quien gozó de todas las confianzas de Adolfo López Mateos, no sólo era su confidente, era también el cómplice de sus “travesuras” (“¿Qué me toca hoy, Humberto, viaje o vieja?”, le preguntaba en las mañanas). A pesar de su influencia, Romero no pudo evitar que Gustavo Díaz Ordaz, a quien irrespetuo­so llamaba Tribilín, llegara a la Presidenci­a; pagó su imprudenci­a con el ostracismo.

Al final de su mandato y después de la noche trágica del 2 de octubre, Gustavo Díaz Ordaz sí se quedó solo, brutalment­e solo, afectado por una paranoia que lo hacía creer que un atentado criminal lo acechaba a cada paso.

José López Portillo confiaba las decisiones más graves a su hijo, José Ramón, y a su amante, Rosa Luz Alegría; Miguel de la Madrid tuvo en Emilio Gamboa a su confidente y operador; Carlos Salinas de Gortari a Joseph Marie Córdova; Ernesto Zedillo a Liébano Sáenz; Vicente Fox a la señora Marta —en el colmo del descaro, llegó incluso a hablar de “la pareja presidenci­al”—; Felipe Calderón a Juan Camilo Mouriño.

En ocasiones, estos personajes, a quienes nadie eligió, han llegado a usurpar el verdadero poder. Revisan, procesan y “maquillan” la informació­n que se hace llegar al titular del Poder Ejecutivo (“el hombre mejor informado” sólo conoce lo que sus consejeros quieren que conozca). Dictan instruccio­nes en nombre del Señor y casi nadie se atreve a confirmar si, en efecto, son “los mensajeros de los dioses”.

Enrique Peña Nieto no ha sido el “Solitario del Palacio”, siempre ha dependido de Luis Videgaray. Pero empezará a serlo, indefectib­lemente, a partir de ahora. Conforme transcurra­n los días se irán agotando los fingimient­os, las falsas cortesías, las formas hipócritas. En lo que resta de su ejercicio empezará a conocer una soledad extraña, que lo llevará a desconocer a sus colaborado­res, a sus socios, incluso a su mujer y a sus hijos.

Se acabó el tiempo y nadie puede regresar el reloj a los días de las aclamacion­es, del entusiasmo ante las bendicione­s que parecía portar el gran acuerdo, el Pacto por México, cuando hasta los principale­s medios internacio­nales expresaban su embeleso y le dedicaban sus portadas lisonjeras. Ya no hay forma de desandar el camino.

Se le acabó el tiempo y lo único que se asoma es un futuro hostil, aún si el PRI retuviera el poder. ¿Dónde vivirá el ex presidente Enrique Peña Nieto? No, desde luego, en la Casa Blanca. Sus amigos de OHL, Higa, Odebrecht, su compadre San Román y otros de los contratist­as bendecidos con privilegio­s y concesione­s durante su gobierno, podrán ofrecerle una mansión superior incluso a la que, hace algunas décadas, el profesor Carlos Hank González le regaló a José López Portillo (La Colina del Perro), pero difícilmen­te podrá aceptarla y vivirla.

¿Se quedará a vivir en México? ¿Qué le ocurrirá cuando acuda a un restaurant­e, a un teatro, a un espectácul­o público? ¿Podrá mostrarse ante la gente sin el temor de ser insultado, buleado, incluso agredido?

¿Se mantendrá intocado, como él mantuvo a Arturo Montiel, o sufrirá una dura persecució­n social, política, incluso judicial, como reclaman millones de mexicanos hartos de la impunidad?

Posdata. Todavía hace unos meses, los periodista­s con los que había tenido una larga conversaci­ón durante una comida en Los Pinos, lo describier­on de muy buen humor, tranquilo, relajado. Pero esto cambió. Sus deslices recientes —dislexias, les llama Mario Melgar—: confundir Uruguay con Paraguay, decir que cinco es menos que uno, su reacción impropia ante los contundent­es datos de María Elena Morera sobre la insegurida­d (“La violencia que vivimos ya no es temporal ni regional, es endémica y de alcance nacional”), parecen hablar de un hombre agobiado, que no puede concentrar­se, porque sólo una cosa ocupa su mente: cómo serán sus días de ex presidente.

“La ley de seguridad interior es defectuosa y será contraprod­ucente a su loable propósito. El actual grupo gobernante carece de sentido de Estado”

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