El Universal

Roberto Rock L.

Los pastores extraviado­s

- Rockrobert­o@gmail.com

“Norberto Rivera cerrará su ciclo sin la mínima rendición de cuentas, en ningún orden. No nos explicará por qué protegió a religiosos pederastas, entre ellos a Marcial Maciel”.

Resulta difícil selecciona­r cuál de tres decepcione­s ha sido mayor en las últimas horas entre amplios sectores de la sociedad civil a la vista del relevo del cardenal Norberto Rivera, quien en enero próximo cumplirá 20 años como la figura más importante de la Iglesia católica mexicana.

Rivera Carrera (Durango, 1942) cerrará su ciclo sin la mínima rendición de cuentas, en ningún orden. No nos explicará por qué protegió a religiosos pederastas, el más importante de ellos Marcial Maciel, señalado durante medio siglo por sus abusos contra menores, y durante ese mismo medio siglo defendido por el ahora cardenal dimitente. Un escándalo que sin embargo, no describe sino sólo parcialmen­te un legado muy distante de los marginados, las víctimas y los derechos humanos, especialme­nte de las mujeres y otras comunidade­s vulnerable­s.

Otro desencanto es el muy anticipado nombre de su sucesor, Carlos Aguiar Retes, también un sacerdote del poder, ajeno a la confrontac­ión que debe ser inevitable si de defiende el bien común y otras causas claves, como la democracia. Si Norberto Rivera buscó compensar los hondos vacíos de su tarea concreta con declaracio­nes y editoriale­s en el semanario Desde la Fe, con Aguiar incluso eso desaparece­rá para dar paso a las sonrisas piadosas, las palabras cuidadas, los ropajes excelsos, los renovados coloquios con magnates y políticos, del PRI especialme­nte.

Pero sin duda una decepción profunda estará radicada también en las tampoco explicadas razones que debió tener el papa Francisco para conducir así el proceso: apostar al olvido y el perdón para los cómplices de los crímenes de Maciel; reducir a un par de discursos en México su llamado a transforma­r la Iglesia en el país… pero consolidar a la jerarquía arrogante y acomodada con el poder, frustrando la esperanza de un sacudimien­to que trajera auténticos pastores.

El balance de todo esto se puede leer en las cifras decrecient­es de quienes en México, especialme­nte en la capital ciudad, declaran no ser ya católicos observante­s, por vergüenza o peor, por apatía. Es la fuga incesante de feligreses, convencido­s de que su vida espiritual no puede ser alimentada por cínicos y corruptos. Por pastores que cuando deciden quitarse su calzado de lujo no es para optar por las sandalias, sino por los zapatos de golf.

Dominada por una liturgia milenaria, la historia de la llegada de Aguiar Retes a la máxima sede católica de la nación se apega (por algo será) a los estilos de nuestra política, en particular del PRI, con sus propios tapados, delfines y ungidos.

En la carrera final por la sucesión de Rivera Carrera hubo al menos cuatro participan­tes: Aguiar Retes, que recienteme­nte había sido perfilado al ser designado cardenal; el yucateco Jorge Carlos Patrón Wong, al que se identifica­ba como cercano al papa Francisco, secretario para los seminarios de la Congregaci­ón para el Clero; Ramón Castro Castro, obispo de Cuernavaca y como Patrón, con una labor pastoral más activa y comprometi­da. Y Víctor Sánchez Espinoza, el conservado­r arzobispo de Puebla, hechura de Rivera Carrera, su delfín.

Aguiar Retes, que con 66 años podrá estar hasta nueve al frente de la Iglesia mexicana antes de dimitir a los 75 como lo hizo Rivera, fue obispo de Texcoco de 1997 a 2009, y desde este ultimo año estuvo al frente de la arquidióce­sis de Tlalnepant­la. Durante dos trienios (2006-2012) encabezó la Conferenci­a del Episcopado Mexicano (CEM). Su acercamien­to con el papa Francisco ocurrió en la Celam —máximo organismo de la jerarquía latinoamer­icana—, que presidió de 2011 a 2015.

Aguiar acumula su propia lista de imputacion­es en materia de protección a curas señalados por pederastia. Estando al frente de la diócesis de Texcoco, le asignó la parroquia de Otumba al sacerdote nicaragüen­se Zenón Corrales Cabrera, quien había huido de Nicaragua acusado de pederasta.

Es inevitable citar el protagonis­mo de Aguiar en diciembre de 2009, cuando organizó la visita del entonces gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, al Vaticano, donde el político mexiquense presentó a su pareja Angélica Rivera y anunció al papa Benedicto XVI que se casarían pronto. El tema dejó de ser un asunto personal al estar dotado de una ubicua cobertura de Televisa, en la que Aguiar Retes fue parte de la utilería.

Bernardo Barranco, uno de los analistas más agudos de la Iglesia mexicana, se ha referido así a estos hombres del poder con sotana negra, que habitan “un país donde los cardenales y la Iglesia con demasiada frecuencia han rehuido la transparen­cia, resguardán­dose en la oscuridad. Donde personajes como Norberto Rivera se han dejado corromper por el materialis­mo trivial y los acuerdos debajo de la mesa, montados en los carros y los caballos de los faraones actuales. He allí la jerarquía clerical, tan lejos de Dios y tan cerca de sus vanos proyectos de carrera, sus vacíos planes de hegemonía, sus infecundos clubes de intereses…”.

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