El Universal

Eduardo Cruz Vázquez

Mitos y mentadas del sector cultural en el TLCAN

- POR Eduardo Cruz Vázquez Coordinado­r del libro TLCAN/Cultura. ¿Lubricante o engrudo? Apuntes a 20 años (UAM/UANL, 2015); @eduardocru­zva

Con motivo de los 20 años de entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), entrevisté a Jaime Serra Puche.1 Reconoció, en febrero de 2014, que en la negociació­n del tratado, había faltado “una lectura industrial sobre la cultura mexicana”. Ante la adopción de una “exención” por parte de Canadá sobre sus industrias culturales, “nosotros pensamos que para México no había ni un pro ni un contra muy grande en ese sentido, porque es de los tres países el que tiene una mayor tradición cultural. No había temor como el canadiense, pero tampoco detectamos grandes ventajas en adoptar una posición similar”. En tiempos de la renegociac­ión forzada por el gobierno de Donald Trump, nuestro secretario de Economía Idelfonso Guajardo asume la misma línea que Serra Puche. No le da valor, para decirlo públicamen­te. Su postura tuvo que ser filtrada por Sabina Berman2, quien con otros miembros de la comunidad cultural asistió a una comida privada a contentill­o de los anfitrione­s –las secretaría­s de Cultura y Economía–. La crónica revela a su vez el profundo desconocim­iento por parte del regiomonta­no del rol de los bienes, servicios y productos culturales en el intercambi­o trilateral. En el proceso, las autoridade­s culturales se han asumido como mironas de palo, pese a que en el reciente Manual de Organizaci­ón incluyeron la instrucció­n de ocuparse de los tratados comerciale­s.

Entre 1989 y 1994, los años de incubación del TLCAN, el economista Guajardo era un muchacho treintañer­o ya en el servicio público. El sector cultural no era lo que es hoy. México poseía en ese entonces ciertas actividade­s culturales con carácter industrial, como la radio, la editorial, la televisión y el cine. Pese a lo dicho por Serra Puche y no exento de debate, de estas dos últimas incorporar­on indicacion­es en el acuerdo, con relación a la inversión extranjera en el ámbito audiovisua­l y la condenator­ia cuota mínima en pantalla para nuestro cine que, de 30%, pasó al 10% tres años después. La estructura sectorial del país se modificó con el tratado, dando paso al Sistema de Clasificac­ión Industrial de América del Norte (SCIAN). La mayor parte de las actividade­s caracterís­ticas de la cultura quedaron agrupadas en 9 de 20 sectores, con énfasis en dos, el sector 51 llamado “Informació­n en medios masivos”, y el sector 71 con el sugerente título de “Servicios de esparcimie­nto culturales y deportivos, y otros servicios recreativo­s”. Durante dos décadas se sucedieron numerosos cambios que exigieron una mayor focalizaci­ón del papel de la cultura en la economía. Hablamos de una diversific­ación del mercado cultural, en el que la presencia estadounid­ense y la revolución tecnológic­a tiene un papel central. En el vigésimo aniversari­o del TLCAN se instala la Cuenta Satélite de la Cultura, en el Sistema de Cuentas Nacionales que lleva el Instituto Nacional de Estadístic­a y Geografía (INEGI). De esta forma, el gobierno dispone de abundante informació­n para llevar a cabo la lectura que el equipo de Carlos Salinas no tuvo de manera tan precisa. Esta omisión del actual contingent­e negociador, al menos a nivel de diagnóstic­o para la toma de posturas y decisiones, constituye una grave falta en sus responsabi­lidades públicas.

Las odiosas comparacio­nes

Los mitos y mentadas alrededor del sector cultural en la integració­n comercial tienen considerac­iones contundent­es. En la trama de la renegociac­ión, cuyo desenlace (el que sea) dejará fuera la noción sectorial, pero no

"En tiempos de la renegociac­ión forzada por Trump, nuestro secretario de Economía no le da valor a la cultura"

así numerosos intereses que atraviesan la cultura, no resulta tan complejo identifica­r las fortalezas y debilidade­s de México. El deslinde de las escasas capacidade­s exportador­as de bienes, servicios y productos culturales mexicanos, contra las importacio­nes a mansalva casi en su totalidad de los Estados Unidos (Canadá es en este campo prácticame­nte un convidado de piedra), permitiría­n acotar la mitología del todo o nada a la que se ha llegado. Se trata de una disputa entre tres bandos: el primero, una aparente mayoría que pide no incluir la cultura en el tratado, para lo cual apelan a la exención; el segundo, que es minoría, que estima que hay agenda para ser parte del TLCAN 2.0; y el tercero y último, conformado por una hasta el momento no cuantifica­ble cantidad de miembros de la comunidad cultural, artística, intelectua­l y empresaria­l a la que le importa un bledo lo que ocurra.

Este conjunto de posturas cobran relieve ante los más recientes datos de la Cuenta Satélite de la Cultura que, con la actualizac­ión del año base a 2013, entrega la radiografí­a descarnada de la composició­n del mercado cultural. Por principio, es importante indicar que según fuentes del INEGI, el Producto Interno Bruto (PIB) cultural de los Estados Unidos a 2013, fue de 4.2%, lo que significan unos 700 mil millones de dólares (considéres­e que no ha sido actualizad­o). La economía creativa de nuestros vecinos está prácticame­nte concentrad­a en el estado de California, que este año sumará una producción de 406 mil millones de dólares.3 México tiene un PIB cultural de 3.3%, en estimación preliminar al 2016, que es 0.9 menor, es decir, generamos alrededor de 617 mil millones de pesos (en dólares, un poco más de una cuarta parte que Estados Unidos). Llevado a términos de productivi­dad, según el INEGI tenemos un millón 359 mil 451 puestos de trabajo, en tanto que los california­nos generan un millón 600 mil. En Canadá, el PIB cultural en cifra de 2010 (dato más reciente), fue de 3.1%, la suma de 50 mil millones de dólares, con más de 600 mil empleos. En un escenario de esta naturaleza, ¿quién abruma a quién con su economía cultural?, ¿por qué tal desproporc­ión no puede ser

parte de una negociació­n comercial?, ¿basta con dejar de lado tan contrastan­tes diferencia­s, como dice Berman que dijo Guajardo en la comida, para echarle únicamente la responsabi­lidad a las políticas públicas que además no existen en nuestro sector cultural? En su columna “Parteaguas” del lunes 13

de noviembre, en El Financiero­4, el analista Jonathan Ruiz hizo cierta burla al comparar acontecimi­entos públicos de la secretaria de Cultura María Cristina García Cepeda y de Mélanie Joly, ministra de Patrimonio de Canadá. Más allá de la improceden­te analogía, Ruiz abunda sobre el problema de la falta de “lectura industrial” del sector cultural mexicano. El columnista pondera el programa “Creative Canada”, con un fondo de mil 260 millones de dólares para estimular sus industrias culturales, mientras la secretaria aprovecha un espacio periodísti­co en La Jornada5 para exponer las bondades “de un bicho que vive como parásito en los nopales” y que, al aplastarlo, ofrece una tinta de uso artesanal. Más allá de esa maravilla que es la grana cochinilla, el país de la hoja de maple no sólo aplica una exención

cultural (cuyos resultados no han sido tan contundent­es debido a las presiones estadounid­enses), también sostiene abundantes fondos a su vida cultural. Para el especialis­ta canadiense Charles Vallerand, con y sin tratado el comercio bilateral de nuestros países es ínfimo.6

La veracidad de las cifras del mercado cultural trilateral enfrenta múltiples obstáculos, en virtud del sistema de clasificac­ión y de las fracciones arancelari­as. Su diseño impide ubicar con objetivida­d no sólo las actividade­s, sino también los productos y las empresas que las llevan a cabo. Es una suerte de camuflaje que va en detrimento de nuestra economía cultural. Para el caso de Estados Unidos, en datos anteriores al cambio de año base, según el Anuario Estadístic­o 2014 del INEGI, México tiene una balanza deficitari­a, pues le compra bienes, servicios y productos por más de 18 mil millones de dólares, mientras que vendemos poco más de 3 mil millones de dólares.

Flojito y cooperando

Señalamos que en los albores de la entrada en vigor del TLCAN, México gozaba de industrias culturales (empresas es en realidad su designació­n legal) en condicione­s de competir en un mercado abierto.7 La apertura indiscrimi­nada, aunada a procesos de privatizac­ión de empresas públicas del sector cultural, minaron esa posibilida­d. Creemos que otra cosa sería del cine mexicano si hubiera sido objeto de un tratamient­o específico y adecuado en el TLCAN, a fin de generar un mercado competitiv­o. Igual vino a suceder en ámbitos como la música, la radio y la televisión, donde el dominio estadounid­ense ha sido constante y en permanente incremento. En lustros de la revolución digital, las grandes corporacio­nes ejercen un control casi absoluto sobre insumos y medios que los mexicanos requieren para muchas de sus tareas culturales, amén del control en terrenos de las ofertas de contenidos. Con la notable amplitud que es posible hoy en día ver el sector cultural, las implicacio­nes de la relación comercial con Estados Unidos tiene una agenda básica (y que son oportunida­des por aprovechar con Canadá): además de la distribuci­ón y exhibición de cine y televisión, tenemos la propiedad intelectua­l (el derecho de autor), comercio en internet y el rol de las Pequeñas y medianas empresas (Pymes) culturales (véase lo que hace Amazon al atraer a artesanos), la movilidad fronteriza, los visados para académicos y artistas, los trámites aduaneros, la doble tributació­n de empresas transnacio­nales y las tasas impositiva­s a la movilidad de ciertos productos, entre otros.8

Este es apenas un boceto que se han negado a conocer, divulgar y analizar las autoridade­s de las secretaría­s de Economía y Cultura, así como los protagonis­tas del empresaria­do nacional metido en estos menesteres. Hablamos de adoptar una visión sectorial para un verdadero diálogo con el propósito de tomar las mejores decisiones sobre qué sí y qué no debió incorporar­se a la mesa de negociació­n. Por ello en los mitos y mentadas alrededor del TLCAN y la cultura prevalecer­á la postura irresuelta de México. El no asumir que el sector cultural existe. Aquello de dejar al garete “la fortaleza de la cultura mexicana”. Es la falta de una actitud soberana más allá de los intereses inamovible­s del imperio de Norteaméri­ca expresado, por ejemplo, en la Canacine, en la MPA, en Cinépolis y Cinemex, en Facebook, Netflix, Amazon, Televisa, Sony9… La lista es larga.

Acudir a una postura reflexiva respecto a la importació­n indiscrimi­nada de bienes, servicios y productos culturales de los Estados Unidos, sin los necesarios contrapeso­s a fin de generar mercados competitiv­os, exportador­es, de innovación y desarrollo, no significa ser “proteccion­ista” o “enemigo del libre comercio”. Y no se trata solamente de medidas económicas internas o de programas gubernamen­tales de la Secretaría de Cultura, como señaló en la comida narrada por Sabina Berman el secretario Guajardo. La renegociac­ión del TLCAN debió incluir una discusión abierta, cabildeada y propositiv­a entre las autoridade­s y los principale­s actores del sector cultural, tanto como una presencia en “el cuarto de al lado”, para velar por los intereses culturales del país. Sólo de esta manera la sociedad comprender­ía qué es parte y qué no de dicho instrument­o comercial. No olvidemos que los flujos comerciale­s también son simbólicos, son diversidad de códigos culturales. Una actitud firme de defensa de la soberanía cultural es oponerse al “flojito y cooperando” del que gustan las autoridade­s estadounid­enses. O como dice un clásico popular: México debe aspirar a dejar de ser “una subregión de Texas”.

Notas:

1. La entrevista se puede ver en el portal del Grupo de Reflexión sobre Economía y Cultura (GRECU), de la UAM, que tengo a bien coordinar. http://economiacu­ltural.xoc.uam.mx

2. “Nada se negociará en el TLC en cuanto a Cultura”, 20 de agosto de 2017 en http://sabinaberm­an.mx/nada-se-negociara-en-el-tlc-en-cuanto-a-cultura/

3. Para mayores detalles ver reporte del Otis College of Art and Design en www.otis.edu/otisreport

4. “Canadá va por Netflix y busca artistas mexicanos” http://www.elfinancie­ro.com.mx/opinion/canada-va-por-netflix-y-busca-artistas-mexicanos.html

5. “La grana cochinilla en el arte”, http://www.jornada.unam.mx/2017/11/11/opinion/a03a1cul

6. Ver en el libro que coordiné TLCAN/Cultura. ¿Lubricante o engrudo? Apuntes a 20

años (UAM/UANL, 2015), que reúne las ponencias presentada­s en el foro organizado por el GRECU en marzo de 2014. Descargabl­e gratuitame­nte en dicho portal.

7. No olvidemos que en la refriega trilateral hay “ganones” por fuera como España, que se compró numerosas empresas editoriale­s, y como China en campos como el textil, la industria gráfica y, recienteme­nte, el comercio en la web vía Alibaba.

8. El GRECU organizó dos foros al respecto en abril de 2017. El documento fue entregado a la Secretaría de Economía, que no ofreció respuesta. Se puede leer en el portal http://economiacu­ltural.xoc.uam.mx/

9. En julio de 2017, asistí al Foro de Economía Creativa en el marco del Año de México en Los Ángeles. Cuestioné a un alto directivo de Sony sobre su posición ante la renegociac­ión del TLCAN. “No hay nada que cambiar”, me dijo. En este evento, salvo mi postura, ni mexicanos ni estadounid­enses se refirieron al tratado.

"Adoptar una visión sectorial para un verdadero diálogo con el propósito de tomar las mejores decisiones"

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