Así fue la posada de Carlota y Maximiliano
En diciembre de 1865 la pareja imperial encabezó un festejo en Palacio Nacional; lujosos carruajes invadían las calles para celebrar la “posada” de la Corte, pero un grito terminó todo
Un regalo llegado desde el Vaticano en diciembre de 1865, animó a la Emperatriz Carlota a celebrar una posada en nombre de la Corte del Imperio encabezado por Maximiliano de Habsburgo.
De acuerdo con un texto publicado en diciembre de 1926 en EL UNIVERSAL ILUSTRADO, “una de las cosas que encantaron hondamente a Maximiliano, en México, lo mismo que a Carlota, según el decir de nuestro amigo el historiador don Luis González de Obregón, fue la tradicional costumbre de las Posadas”.
La celebración de 1865 sería especial por la llegada de un obsequio desde el viejo continente. En diciembre de ese año fue recibido en el Castillo de Chapultepec un Niño Dios tallado en un colmillo de elefante, como regalo de Navidad del Papa Pío IX a la Emperatriz Carlota. “Lo primero que dispuso la soberana fue celebrar las ‘posadas’ de ese año con la presencia de la imagen, y darle toda la pompa que reclamaba un presente de procedencia tan respetable”.
Según se narra en EL UNIVERSAL ILUSTRADO, los encargados de organizar “la espléndida posada que se daría en el Palacio Nacional, con el Niño Dios recién llegado de Roma” serían el Abate Bilimeck y don José Luis Blasio, secretario particular de Maximiliano. El lugar escogido era un jardín interior de Palacio Nacional.
Para el gran evento, el lujo, la opulencia, pero sobre todo la etiqueta no podían faltar. De acuerdo con el Reglamento y Ceremonial de la Corte, editado en México en 1864, se tendría que hacer llegar la invitación a las personas seleccionadas, previa aprobación del Emperador, según el rango, se podía recibir una esquela manuscrita o una tarjeta impresa.
Dentro del reglamento de la Corte también se estipulaba la vestimenta de los invitados: “Las señoras se presentarán con vestido escotado y alhajas; los hombres, de gran uniforme; y los que no le tengan, de frac negro y corbata blanca”.
El día de la posada de Carlota “la luna resplandecía sobre la capital –describe el texto de EL UNIVERSAL ILUSTRADO–. Lujosos carruajes invadían las calles, llenos de damas elegantes y caballeros, regocijados por la noche brillante en que tendría que celebrarse la ‘posada’ de la Corte, con el Niño Dios de marfil”.
El entusiasmo era inusitado, narra el texto. Recién anochecía cuando una Banda belga ya había empezado a tocar a la entrada del Palacio Nacional. “A eso de las nueve empezó a llegar la concurrencia”.
“El jardín donde se celebraría la ‘posada’ parecía el interior de un palacio encantado”. La iluminación era provista por candiles con pequeñas lámparas de gas, faroles chinos multicolor, y el conjunto artístico comprendía numerosos adornos de telas, gasas y flecos de oro y plata. Además había escudos de papel pintado con el emblema del águila bicéfala que adornaban los contornos del jardín.
A las diez de la noche, la posada de la Emperatriz Carlota estaba repleta de distinguidos invitados y fisgones que miraban desde el exterior de Palacio Nacional. “La orquesta imperial amenizaba la fiesta, ejecutando alegres villancicos, mientras la Banda belga tocaba fuera del Palacio”.
El momento de cargar a los peregrinos había llegado. El relato de la mencionada publicación narra que “una de las principales damas, en unión de dos caballeros, llevaba el ‘nacimiento’ en el viaje de ‘peregrinos’, seguidos de la concurrencia”.
Maximiliano y algunos miembros del cuerpo diplomático permanecían en un reservado junto al jardín.
“Carlota iba en la procesión, entre una luminosa valla de señoras, señoritas y caballeros, que se había formado para hacerle honor. Al extremo sur del jardín se había hecho una especie de vistoso establo, con telas y madera, figurando el lugar donde los ‘peregrinos’ tendrían que pedir posada”. Inmediatamente comenzaron a escucharse los tradicionales cantos: –En el nombre del cielo.
La orquesta imperial acompañaba los coros de las letanías: –Aquí no es mesón. La alegría era inmensa, “los cantos y las risas, entre el jolgorio, se confundían”. Luego se le dio posada a los ‘peregrinos’ y “empezó el baile sobre unos tablados que se hicieron en los patios contiguos al jardín”.
Después de dos horas, en medio de “lo más alegre del baile, y estando las parejas bajo los deliciosos vértigos de la música”, de pronto se escuchó una voz fuerte, inesperada y sorprendente que exclamó: ‘¡Viva la República!’”.
Como si se tratara de una orden militar, de golpe acabó la fiesta. En sólo 15 minutos el jardín y los patios de baile del Palacio Nacional estaban absolutamente vacíos, en silencio. Sólo se veían, a la claridad de la luna las guardias militares que vigilaban el Palacio Nacional”, y así terminó la imperial posada de Carlota y Maximiliano.