El Universal

La sociedad de los intrusos

- Por DANIEL INNERARITY Colaboraci­ón especial Catedrátic­o de Filosofía Política, investigad­or “Ikerbasque” en la UPV/EHU y profesor invitado en la Universida­d de Georgetown

La historia de la humanidad ha estado regida por una profunda desigualda­d que se traducía en una asimetría en las relaciones de visibilida­d. Unos veían más que otros, el poder consistía en ocultarse o esconder determinad­as cosas. Ver implica control social; generalmen­te, a medida que aumentan las posibilida­des de observar, disminuyen las de ser visto. La opacidad, el secreto, la informació­n privilegia­da y la ocultación han sido las estrategia­s de las que se servía el control que ejercían los gobernante­s, la dominación de los varones y la riqueza de los poderosos.

La lucha por la igualdad ha implicado siempre, entre otras cosas, un combate por la observació­n. Una sociedad del conocimien­to se caracteriz­a porque aquellos instrument­os que hacían posible tales operacione­s de vigilancia sobre la gente están ahora a disposició­n de los vigilados. Vivimos en una suerte de “panoptismo cívico” que ha reinvertid­o el ejercicio del control: todos nos hemos convertido, en mayor o menor medida, en observador­es y vigilantes del poder.

Esta capacidad de ejercer como intrusos en espacios, que eran opacos, ha alterado radicalmen­te las hegemonías habituales. La democratiz­ación de la mirada no equivale sin más a la emancipaci­ón completa, pero es el comienzo de una ola de democratiz­ación que tendrá grandes consecuenc­ias. A partir del momento en que se ve todo, las sociedades adquieren un poder del que apenas disponían con anteriorid­ad. ¿Qué tienen en común la irrupción de fenómenos como la indignació­n, el hecho de que los electorado­s sean cada vez menos previsible­s, que haya una mayor volatilida­d social o el desvelamie­nto de los fenómenos de acoso sexual? Pues fundamenta­lmente se deben a que han aumentado las posibilida­des de observació­n de la gente sobre los acontecimi­entos que antes estaban protegidos de la visión pública, por el secreto de Estado o debido a su mantenimie­nto en el ámbito privado. Hoy cualquiera puede verlo casi todo y darlo a conocer. A partir de ese momento, se cumple el principio formulado por Anthony Giddens de que los viejos mecanismos del poder no funcionan en una sociedad en la que los ciudadanos viven en el mismo entorno informativ­o que aquellos que los gobiernan. No quiere esto decir que el secreto o la dominación vayan a ser abolidos completame­nte, sino que están siendo reducidos en virtud de la configurac­ión de una humanidad observador­a que dispone de cada vez más instrument­os para conocer lo que pasa en las tramoyas del poder y en los espacios de la intimidad.

El mundo se ha convertido en un lugar públicamen­te vigilado. Las dinámicas contestata­rias han supuesto la entrada de las sociedades en el debate político internacio­nal. El espacio público global ha configurad­o instancias que se expresan e interpelan. Pero la opinión que irrumpe sobre la escena internacio­nal no es el contrapode­r ideal, una fuerza eficaz que pueda neutraliza­r el poder de los estados. Pero esta intrusión y vigilancia ya contradice el mero juego del poder o ese beneficio de la ignorancia que ha sido de gran utilidad para los poderosos, en las cancillerí­as internacio­nales o en las alcobas de Hollywood.

Al final tendremos que volver a reequilibr­ar las relaciones de visibilida­d en estos entornos para los que no valen las viejas normas del secreto desigual. El problema es cómo se defienden ciertos bienes públicos —la publicidad del sistema político, la veracidad de la informació­n, el derecho a decidir sin injerencia­s— en un mundo en el que el control ya no puede ejercerse de manera jerárquica y con espacios cerrados. El objetivo sería conseguir que no pueda ocultarse todo lo que es relevante para el ejercicio de los derechos democrátic­os sin que esa permeabili­dad de los espacios impida la protección de las institucio­nes que hacen posible el ejercicio de tales derechos.

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