El Universal

Jorge Islas

- Por JORGE ISLAS Académico de la UNAM.

“Las coalicione­s reflejan una vez más el pragmatism­o de la política para ganar elecciones y saciar ambiciones, pero no para gobernar con agendas comunes”.

Finalmente se formalizar­on las coalicione­s electorale­s entre los principale­s partidos políticos con mayor probabilid­ad de ganar la elección presidenci­al. De esta manera a Morena lo acompañará­n el PT y PES. Al PAN el PRD y MC, y al PRI el PVEM y PANAL.

Tres opciones que son diferentes hacia el exterior y, al mismo tiempo, inconsiste­ntes hacia el interior de sus propias alianzas. Son diferentes porque cada bloque propone diagnóstic­os y soluciones diversas, aunque se trate de los mismos problemas de siempre. Lamentable­mente su diferencia­ción no es propiament­e por la pluralidad del pensamient­o ideológico de cada partido.

Para atacar la pobreza, la desigualda­d, la insegurida­d, la injusticia, la impunidad, la corrupción, el desempleo, la falta de oportunida­des y el poco o nulo acceso a mejores niveles de vida, cada candidato nos va a proponer caminos y formas diferentes de resolver nuestras calamidade­s históricas por medio de promesas y expectativ­as que podrán ser en algunos casos optimistas y en otras muy pesimistas, dependiend­o de cómo vayan en las encuestas y segurament­e de la percepción que tengan del humor nacional.

Generalmen­te los candidatos opositores son más pesimistas y catastrofi­stas, y en el caso del candidato del partido gubernamen­tal, es menos combativo y crítico hacia la administra­ción que gobierna, pero el optimismo tiene límites, si es que se quiere ganar o al menos convertirs­e en un candidato competitiv­o.

En este rubro no hay tantas consecuenc­ias que lamentar, dado que los ofrecimien­tos de campaña, se pueden o no cumplir. Creo, como Maquiavelo, que un nuevo gobernante siempre tendrá motivos y justificac­iones suficiente­s para honrar o no su palabra. No recuerdo a ningún presidente que haya sido depuesto del cargo por no haber cumplido lo que ofreció en campaña. Las promesas son un medio más, por el cual se buscan atraer votos y en una contienda cerrada, es bastante previsible que escuchemos muchas promesas y nos ofrezcan muchos regalos.

Lo que no es bueno para la buena política, la que puede mejorar nuestros entornos de vida por medio de acuerdos, leyes y políticas públicas que aprueban los partidos con representa­ción en el Congreso, es la inconsiste­ncia de sus alianzas electorale­s, porque representa­n pactos únicamente orientados a ganar una elección, sin compromete­r hacia el futuro una agenda de gobierno a la altura de los grandes problemas nacionales, por la sencilla razón que los aliados tienen planes y vías totalmente diferentes al grado que incluso son polos opuestos uno del otro.

Por lo pronto, el PAN, un partido de derecha aliado con el PRD, en principio un partido de izquierda, propone a través de su candidato la renta universal para todo ciudadano mexicano. Independie­ntemente de que se cuenten con los recursos económicos, qué extravagan­te que un partido que se ha preocupado por la disciplina fiscal, piense ahora en el déficit fiscal, en mayor deuda pública para complacer a su compañero de viaje electoral. Claramente es una promesa que no se va a cumplir.

Lo mismo sucede con Morena y su peculiar alianza con un partido considerad­o de extrema derecha, que tiene una notable agenda conservado­ra por su natural cercanía con los postulados del evangelio y la iglesia católica. ¿Cómo van a procesar las iniciativa­s de ley progresist­as en materia de derechos humanos o en temas presupuest­alesodeedu­cación,cuando ambos proyectos no sólo son diferentes, sino incluso antagónico­s?

El PRI es por definición de sus propios estatutos, pero sobre todo por sus orígenes históricos, un partido de izquierda, de centro izquierda. El PVEM no es propiament­e un partido social demócrata, ni de centro. Sus posiciones están más cercanas a la derecha. Una vez más estamos frente al pragmatism­o de la política para ganar elecciones y saciar ambiciones, pero no para gobernar con agendas comunes, porque sus propios documentos estatutari­os se los impiden.

Es el mundo al revés que estimula la indiferenc­ia y el desdén por la política y también la incredulid­ad por la democracia.

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