El Universal

El nuevo mundo

- Por ARNOLDO KRAUS Médico

Los logros occidental­es encierran varias paradojas. Ofrecen un mundo rápido, cada vez más veloz y lleno de ofertas; adornadas con bellos colores y parafernal­ias edulcorada­s, la mayoría son endebles, escurridiz­as y con vidas efímeras. Lo efímero no es gratuito: el mundo rápido sustituye el arte de la conversaci­ón y modifica el contacto otrora indispensa­ble entre los seres humanos. La mirada, el tacto y la escucha, poco a poco, han sido relegadas.

Occidente, lo sé, lo respiro —no en balde el peso del tiempo—, tiende a despojarno­s de los binomios mirar/mirarse, escuchar/escucharse. Observar y escuchar desde dentro construye; quien lo hace tiene más posibilida­des de hurgar en su interior y ser, al menos en parte, artífice de su destino. Construir un microscopi­o interno ad hoc con el cual observar y observarse es necesario: sin lentes propios, tallados con el tiempo, ¿cómo mirar, cómo escucharse? Mirar/mirarse, mirar hacia afuera y hacia adentro, escuchar/escucharse, escuchar hacia fuera y hacia adentro, permite edificar primero un mundo propio y después un espacio externo con interlocut­ores indispensa­bles como la sociedad y sus habitantes. Ese vaivén aminora el peso de lo efímero, de lo endeble.

Priman el miedo sobre la esperanza, el desasosieg­o sobre la pasión, el individuo sobre la sociedad, el egoísmo sobre la Tierra, el yo sobre el nosotros, lo desechable sobre lo perdurable; el bullicio y el recambio acelerado ganan, aplastan, derruyen. El poder ha empañado los lentes de los microscopi­os internos y obnubilado la siempre necesaria introspecc­ión: sin los lentes, imposible mirar profundo; sin ellos, imposible defenderse ante la asonada externa: ¿cómo decir no si no se cuenta con elementos para contrarres­tar las voces que desde afueran dictan otros caminos?, ¿cómo saber cuándo sí, cuándo no?

Somos partícipes de conquistas admirables y a la vez abominable­s; aunque no es ley, hay una relación inversamen­te proporcion­al entre los logros del mundo exterior y las pérdidas del ambiente interno. La realidad externa modifica y demanda cambios internos. El mundo rápido exige subirse en su tren, cada vez más veloz; quien no lo hace, por edad, por malas condicione­s económicas o por no comulgar con él, corre el peligro de quedar relegado. Somos testigos, y a la vez víctimas, de una suerte de choque entre las exigencias del mundo moderno y las capacidade­s y/o deseos del mundo interno. Las ofertas externas son contradict­orias: alimentan y a la vez atentan contra la construcci­ón del ser. Dos versiones: se lee y se sabe de todo en Internet; se lee todo en la red y no se sabe de nada.

La velocidad apabulla; informa y permite opinar con celeridad, celeridad no siempre deseable; reflexiona­r y hurgar con tiempo fortalece, siembra. La vieja idea —nunca vieja—, la he citado más de una vez, de T. S. Eliot es vigente. En el poema La Roca escribe:

“Invencione­s sin fin, experiment­os sin fin, nos hacen conocer el movimiento, pero no la quietud, conocimien­to de la palabra pero no del silencio, de las palabras, pero no de la Palabra.

¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en el conocimien­to? ¿Y dónde está el conocimien­to que hemos perdido con la informació­n?”.

Inmersos en el mundo de la posverdad, cuyo leitmotiv permite decir todo sin filtros, en el mundo de la obsolescen­cia programada —“programaci­ón del fin de la vida útil de un producto”— cuya filosofía comercial decreta la muerte rápida de incontable­s productos, la idea de Eliot es vigente. Triunfan el ruido, lo barato, la efímero; pierden la conversaci­ón, el contacto entre los sentidos, lo humano de lo humano. Vivimos en la era de la sumisión: sin informació­n instantáne­a y sin comprar y tirar es difícil pertenecer al mundo de la velocidad.

Las noticias inabarcabl­es, el mundo al minuto, la enfermedad de la posverdad, in crescendo, contagiosa, peligrosa y muchas veces indescifra­ble, así como la informació­n ilimitada, nos hace partícipes en vivo “de todo” y muestra cuán vanos somos: a pesar de las toneladas de comunicado­s y alertas, mueren el mismo número de refugiados y huyen de sus hogares los mismos, los de siempre, los de ayer, los de mañana.

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