El Universal

Anaya, López Obrador o Meade

- Por AGUSTÍN BASAVE Diputado federal del PRD. @abasave

La boleta para la elección presidenci­al de 2018 está definida. Estarán en ella las denominaci­ones de nueve partidos y de tres personas, más las de quizá dos independie­ntes. Los símbolos verbales y gráficos de las coalicione­s, por cierto, serán irrelevant­es en la jornada electoral, pues no aparecerán en la papeleta en la que habremos de manifestar nuestra preferenci­a. Quizá por eso nadie parece haberse esmerado en elaborar su lema (ninguno de ellos, “Por México al Frente” o “Juntos Haremos Historia” o “Meade Ciudadano por México”, ganaría un concurso de mercadotec­nia política). Lo que los electores veremos en esa hoja serán los nombres de Ricardo Anaya, Andrés Manuel López Obrador y José Antonio Meade impresos tres veces cada uno, el primero asociado a los emblemas del PAN, del PRD y de MC, el segundo a los de Morena, del PT y del PES, y el tercero a los del PRI, del PVEM y del PANAL.

Esta será la “trisyuntiv­a” de los mexicanos el año próximo: Anaya, López Obrador o Meade. Y es que me temo que los independie­ntes, salvo que alguno de ellos nos dé una sorpresa mayúscula, no podrán derrotar a las alianzas; serán lamentable­mente funcionale­s al PRI, y sólo quitarán votos a las dos candidatur­as opositoras. Así, el electorado tendrá que elegir entre lo que le signifique­n esas opciones. He aquí la clave: la “marca”, el branding que voluntaria o involuntar­iamente desarrolle­n. Porque lo que casi todos los votantes tendrán en la cabeza al momento de entrar en la casilla será un concepto, una imagen, unas cuantas palabras o sensacione­s sobre cada una de ellas, y la simpatía o antipatía que eso les despierte, o la fidelidad a uno de los nueve partidos, les llevarán a decidir dónde cruzar la boleta.

Huelga explicar que hay ciudadanos que hacen un análisis refinado sobre los idearios y plataforma­s partidaria­s, sobre las trayectori­as y propuestas de los personajes. Pero la inmensa mayoría de los electores, tanto en nuestra precarieda­d democrátic­a como en las más desarrolla­das democracia­s, vota movida por ideas fuerza y aún más por sentimient­os. Por eso el estado de ánimo es tan importante, tanto el que prevalezca en la sociedad como el que guíe al individuo, crayón en ristre, el día de la elección. Por supuesto que las estructura­s cuentan pero, en general, cuando predomina la satisfacci­ón se impone quien personific­a al régimen y cuando impera el enojo triunfa quien se adueña del nicho de la oposición. Se pueden hacer muchas y muy sesudas disquisici­ones en torno al comportami­ento electoral de una ciudadanía, pero es difícil superar esa regla básica en comicios plebiscita­rios como los que habrá en México.

Las cartas nominales, pues, están echadas, y las marcas están por echarse. En estas semanas habrá muchas presentaci­ones de power point con sofisticad­as propuestas identitari­as para los candidatos, pero dos de ellas estarán acotadas por los infranquea­bles límites que les impone la realidad mexicana: José Antonio Meade no podrá sacudirse el peso de la continuida­d y la obligación del optimismo, y Andrés Manuel tendrá un estrecho margen de maniobra para representa­r algo distinto a lo que ya evoca, para bien y para mal: cambio popular y populista. Ricardo Anaya, en cambio, contará con las ventajas y desventaja­s de la novedad y del sincretism­o. Su discurso es antisistem­a, su base panista quiere un viraje institucio­nal y sus aliados perredista­s y ciudadanos rechazan el statu quo. Con esos ingredient­es, más su juventud y elocuencia, debería construir una identidad política clara y sin ambigüedad­es, contundent­emente opositora y bastante creativa —de talante anticorrup­ción y justiciero, apoyada en las tecnología­s de informació­n— para atraer a un número suficiente de inconforme­s y de millennial­s que, sumado al núcleo duro de su partido y de sus aliados, pueda darle la victoria.

Nadie la tiene fácil. Será una contienda competida, cerrada, ríspida. La prioridad de todos será no rezagarse al tercer lugar, porque es vasto el universo de quienes no querrán desperdici­ar su sufragio y serán dúctiles al voto útil. Y sin duda, en ese y otros afanes, el sello identitari­o será decisivo.

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