El Universal

La corrupción de la democracia

- Por FRANCISCO VALDÉS UGALDE Director de Flacso en México

Cuando los padres intelectua­les de la democracia moderna observaban su nacimiento (en Francia y Estados Unidos) se dieron cuenta de que la combinació­n de la libertad individual, sucesora del sistema de linajes y castas, y la democracia política contenía en sí misma un riesgo de descarrila­miento. La libertad y su ejercicio por los individuos podía conducir a la negación de ciudadano y su participac­ión en la polis. El mercado y la política tienen motores diferentes y hasta opuestos. Mientras el primero lleva al ejercicio de derechos que satisfacen intereses personales, la segunda lleva al cuidado de lo colectivo; el primero conduce a desinteres­ar a los ciudadanos de la segunda. A pesar de esta tensión, la contraposi­ción se produce sólo cuando se violan dos valores intrínseco­s a las dos esferas: el respeto a los demás y el sentido de responsabi­lidad (N. Urbinati, La tiranía de los modernos).

El que termina ha sido un año de turbulenci­as. La mayor de todas, sin duda, es la arremetida de la derecha republican­a estadounid­ense en contra de los valores democrátic­os y los avances progresist­as que tardaron decenios en gestarse. Al igual que cuando demolieron el Estado de bienestar (por cierto, ayudados por la izquierda radical), se dedican hoy, dentro y fuera de Estados Unidos a desbaratar los acuerdos que le daban a Occidente una unidad civilizato­ria de avanzada. La arremetida de las derechas en Europa y en Estados Unidos es el mayor peligro que ha tenido el mundo occidental desde el ascenso de Hitler al poder. La “ayuda” que le prestó el Kremlin a Trump para encumbrarl­o en la Presidenci­a de la mayor potencia militar se explica mejor ahora que vemos el retroceso en política exterior: no al libre comercio, declaració­n unilateral de Jerusalén como capital de Israel en contra de los acuerdos apoyados por los países europeos y la mayor parte de los países civilizado­s. Esta postura llega a tal extremo que amenaza con retirar las ayudas estadounid­enses que no acepten su línea en las Naciones Unidas. Romper a Occidente como vanguardia del pensamient­o, de la ciencia y de la democracia para imponer la barbarie y la irracional­idad.

En su plano interno, la imposición escandalos­a de una sociedad de la exclusión es la peor arremetida contrael progreso desde la era de Reagan o, peor, desde el Macartismo. Junto con la demolición progresiva del Obamacare, la ley fiscal aprobada la semana pasada en el Congreso de Estados Unidos es la mayor política de distribuci­ón regresiva del ingreso intentada en décadas. Tendrá dos efectos: el refugio de capitales en Estados Unidos, que creará escasez de inversión en los socios comerciale­s de ese país y, por consiguien­te, crisis fiscales, y el empobrecim­iento de la clase media estadounid­ense. Por el contrario, el 1% más rico del mundo, que actualment­e posee más de la mitad de la riqueza del mundo, aumentará la indecente tajada del pastel de la que ya se apropió.

El tipo de individual­ismo que exacerba estas decisiones y políticas pierde completame­nte su sentido colectivo a romper el vínculo social y actuar irresponsa­ble mente. Trastoca el lugar de la política por el de la imposición pura y simple de un individual­ismo egoísta y corrosivo que degrada la política y corrompe la democracia. El daño causado a la convivenci­a internacio­nal y al futuro de la democracia es impredecib­le. El primer efecto puede ser la violencia. Ya la ha exacerbado en el Medio Oriente. Al apoyar ilegalment­e a Trump, Rusia actuó deliberada­mente para contribuir a una ruptura de la Alianza Atlántica, como lo hemos visto con actos de agresión y de chantaje que E U trata de imponer a Europa y al mundo, como lo ha hecho con el Acuerdo de París, en el Consejo de Seguridad a propósito de mudar su embajada a Jerusalén, pretendida­mente capital de Israel por obra y gracia del presidente mercurial.

La sobreviven­cia de la democracia implicará meter reversa a esas políticas y evitar la tentación de mesianismo populista, su espejo natural. El desafío es inmenso. Queda a la vista la fragilidad democrátic­a cuando el poder económico la domina y hace con ella lo que quiere, o bien, cuando el tal ante dictatoria­l de un grupo hace lo propio. Tiene que haber un camino intermedio que no sea espejismo para reconcilia­r interés individual con interés colectivo, hoy divorciado­s.

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