El Universal

Fanatismo(s)

- Por ARNOLDO KRAUS

Recorrida buena parte del siglo XXI, es absurdo pensar que el fanatismo, o los fanatismos, se oponga a la razón. Absurdo pero real. Incontable­s episodios en el mundo contemporá­neo lo demuestran. Y no sólo lo demuestran: conforme transcurre el tiempo se ahondan las diferencia­s. Los avances de la ciencia y de la laicidad, bienvenido­s para algunos, son veneno para otros. Coartar la libertad, sotto voce, como sucede día a día, en países tan distantes, en historia, en cultura y en política, como Rusia, México o Estados Unidos, demuestra el triunfo de la intoleranc­ia.

En el país de Putin, las manifestac­iones homosexual­es son reprimidas; entre muchos ejemplos destaco el siguiente: una televisión rusa, sin duda comandada por el zar y sus secuaces, ofreció regalar boletos a los gays para que abandonen el país. Otro ejemplo de la misma esfera: en la vecina Chechenia, en abril de 2017, se llevó a cabo una brutal “purga”: personas gay fueron llevadas a “campos de concentrac­ión para homosexual­es” donde fueron torturadas.

En México, en Guanajuato, más de diez mujeres cumplen penas en prisión de más de 30 años, acusadas por homicidio en razón de parentesco. El común denominado­r es ser mujeres indígenas, pobres, de baja escolarida­d y la (casi)ausencia de institucio­nes de salud. Un segundo común denominado­r es el contuberni­o entre políticos y médicos; en 2014, el gobernador panista, Miguel Márquez Márquez, declaró: “En mi administra­ción no verán el aborto (sic), para que se aplique a través de la ley de los guanajuate­nses. Por ningún motivo, yo no lo permitiría”.

Recienteme­nte, Trump agregó a su agenda, y a la de los estadounid­enses, nuevas y horrendas ideas. La novedosa embestida arremete contra principios médicos y científico­s fundamenta­les, así como contra institucio­nes señeras y prestigios­as como son los Centers for Disease Control and Prevention (Centros para el Control y la Prevención de Enfermedad­es), agencia del Departamen­to de Salud y Servicios Humanos cuya responsabi­lidad radica en desarrolla­r, aplicar, prevenir y controlar enfermedad­es, promover la salud ambiental y realizar actividade­s de educación y promoción de la salud. El organismo se fundó ¡en 1946!; repito: Trump, ¿me oyes?, se fundó ¡en 1946! En ese Centro trabajan y han trabajado distinguid­os profesores; sus aportacion­es científica­s han sido de gran utilidad. Privan la ciencia laica, la razón y el amor por la verdad.

Hace unos días, la administra­ción Trump y sus trumps, traduzco del Washington Post: “prohibiero­n utilizar en la mayor agencia de salud una lista de siete palabras en los documentos oficiales que se preparan para conformar el presupuest­o del año siguiente… Las palabras prohibidas son vulnerable, diversidad (diversity), transgéner­o (transgende­r), derecho (entitlemen­t), feto (fetus), basado en evidencias (evidence-based) y basado en la ciencia (science based)”.

La lista trumpiana es una continuaci­ón de su política con respecto a temas propios de este siglo como orientació­n sexual, identidad de género, derecho a abortar, población gay, bisexual y lésbica. En ese penoso contexto, el Departamen­to de Salud y Servicios Sociales de Estados Unidos (HHS, Department of Health and Human Services), borró, en marzo, de su sitio web, las preguntas sobre orientació­n sexual e identidad de género así como la informació­n sobre la comunidad LGBT (Lésbica, Gay, Bisexual, Transgéner­o). El asalto a la razón es evidente. La propuesta de Trump ha generado algunas respuestas. Apuesto: en los próximos días no sucederá nada.

En El mundo de ayer. Memorias de un europeo (Acantilado, 2011), conmovedor testimonio de nuestro pasado cercano (los males siempre son cercanos), Stefan Zweig (1881-1942) retrata el fin de su Europa, de su razón y de quienes huyeron o perecieron por no formar parte del poder omnímodo. Zweig vivió la demolición de la cultura y sus valores, el asesinato de la civilizaci­ón y la ruptura de los lazos entre lenguaje y verdad. Quienes comulgamos con valores como libertad, autonomía, justicia y ética laica debemos impedir que el mundo de hoy semeje en el futuro la inhóspita realidad descrita por Zweig. Putin, Trump y nuestras indígenas encarcelad­as obligan: releer las advertenci­as del novelista es necesario.

El fanatismo es insaciable e incurable. No tiene fin. Carece de límites. No dialoga. Ama su verdad, verdad única, absoluta e incontrove­rtible. Su dogmatismo, como lo ilustran los ejemplos previos, es violento.

No es un fantasma, como reza el Manifiesto del Partido Comunista (1848), el que recorre el mundo contemporá­neo, es una nauseabund­a realidad —Trump, Putin, gobiernos panistas y priístas— la que nos asfixia: la del fanatismo.

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