Las telefonistas eran el enlace para llamar
Durante varias décadas las llamadas telefónicas se lograban gracias a una voz femenina que, amablemente, conectaba a dos personas en diferentes sitios a través de un cable.
Afines del siglo XIX el aparato telegráfico fue sustituido por el telefónico. El mismo Porfirio Díaz fue de los primeros en escuchar, desde Cuautitlán, las notas del Himno Nacional provenientes de una banda en la Ciudad de México.
Cuatro años después se inauguró la Compañía Telefónica Mexicana; sin embargo, el teléfono que permitía comunicar a una persona con otra sólo estaba disponible para la clase alta porfiriana: una suma de 200 teléfonos distribuidos entre políticos, empresarios, oficinas gubernamentales o grandes almacenes. Ya para el siglo XX, el teléfono era parte de la vida cotidiana de la capital. La segunda compañía telefónica que operó en el país fue la L.M. Ericsson, que arrancó en 1907 con 500 suscriptores. Por décadas, la compañía mexicana y la sueca fueron las principales proveedoras del servicio telefónico, pero en agosto de 1958 se anunció que Ericsson dejaría de operar. Así, Teléfonos de México comenzó a apostar por el desarrollo tecnológico.
Independientemente de la compañía, las llamadas se lograban gracias a un grupo de personas que conectaban a otras dos en diferentes sitios a través de un cable y dos clavijas. Aunque no se conoce el año exacto de la “aparición” de las operadoras telefónicas, hasta 1950 eran necesarias para la comunicación.
Tiene una llamada por cobrar. Martha Navarrete fue operadora telefónica bilingüe durante 28 años. Trabajó un tiempo en Estados Unidos. De vuelta en México, con un poco de conocimiento del inglés, y acostumbrada a estar activa, tomó camino hacia la compañía Ericsson, donde contrataban operadoras bilingües.
Sintió que mintió un poco, referente a su nivel de inglés, pero sabía que si se lo proponía lograría hablar con fluidez. Pasó las pruebas, tomó las capacitaciones y después de dos o tres años obtuvo su plaza. En las capacitaciones tomó cursos de inglés, aprendió los códigos que identificaban a cada país y también a ser muy precisa al momento de comunicarse con operadoras del extranjero. Martha recuerda que cuando daban las cinco de la tarde en México, en Europa cambiaban los turnos y en la noche entraban operadores hombres.
Tanto Martha como Martina Cruz, una antigua operadora dedicada al servicio a nivel nacional, comentan a EL UNIVERSAL que en México no era permitido que los hombres fueran operadores por dos razones: el tono de su voz y por la cercanía con la que las mujeres trabajaban: “era una mesa larga donde cabíamos aproximadamente 10 chicas sentadas muy pegaditas, además teníamos dormitorios y baños. Sí había hombres en otras áreas, pero a las zonas de operadoras sólo entraban cuando se descomponía alguna estación”.
Para “enlazar” llamadas, ellas se sentaban en su estación y cuando entraba un servicio, se encendía un foco y a través de un cable -que en sus extremos tenía dos clavijas, una para contestar la llamada y otra para llamar al otro sitio- la atendían: “Buenos días/buenas tardes, ¿a dónde desea hablar?”. Una vez dicho el destino, las operadoras conectaban la otra clavija y marcaban la clave del lugar seguido por el número. “Hola, buenos días/tardes, le llaman de México por cobrar ¿le acepta usted?”, nos preguntaban quién llamaba y si te decían que sí, se llenaba la “teleboleta” mientras los clientes hablaban. Ambas coinciden que debías tener la mente “ágil”, para que no se te pasara el tiempo que debías cobrar. Ninguna podía entrometerse en las llamadas, ya que eran grabadas y si sus supervisoras descubrían que estaban involucradas en la conversación, las sancionaban.
Para Martha, uno de los encantos que tenía su trabajo era conocer la entonación y la diversidad con la que los operadores y operadoras de otros países atendían sus estaciones. En cuanto a sus horarios laborales (de operadoras nacionales e internacionales) se distribuían en las 24 horas del día. No podían ir al baño a su voluntad, tenían que pedir permiso y cuando hubiera alguien que atendiera su estación, las dejaban ir, las estaciones no podían quedarse solas. También tenían que ser muy hábiles para distinguir una llamada de broma o cuando un chico “las quería ligar”.
Al entrar a la empresa les asignaban un número, que iba cambiando según el puesto que cubrían. “Yo era la 1026, nunca te hablaban por tu nombre, sino por tu número”.
En temporada decembrina, las centrales nacionales e internacionales se convertían en una serie navideña de tanto “foquito” que se encendía ya que todos querían comunicarse con sus familias.
Las operadoras telefónicas fueron las primeras en conectar, literalmente, una parte del mundo con otra.