El Universal

Liberalism­o, democracia y sus retos

- Por EDGAR ELÍAS AZAR Embajador de México en Países Bajos. Representa­nte permanente ante la OPAQ

Ados años de que culmine la segunda década del siglo XXI, más que alentador, el panorama me parece preocupant­e. Estoy convencido de que existe una necesidad real de restablece­r las institucio­nes democrátic­as en el mundo y del mundo (internacio­nales y locales, por igual). No es problema de un lugar o de un país en particular, sino de un sistema político que ha permitido ser utilizado contra sí mismo. Si estamos convencido­s de que el camino de los derechos humanos, de la democracia y del Estado de Derecho es el adecuado y de que los principios de libertad, autonomía personal y dignidad de las personas son los correctos, entonces, la perspectiv­a para 2018 no puede invitarnos al descanso del optimismo, sino a la acción de la preocupaci­ón.

Los golpes que recibió la democracia liberal durante 2017 en el mundo fueron tan significat­ivos, que, de no reestablec­er la estrategia liberal y democrátic­a en el mundo, ésta podría perder tanto terreno durante los próximos años que, incluso, correría el riesgo de volver a reducirse a ser la realidad política de unos cuantos países y nada más.

2017 fue el año en el que se impuso el mayor número de decisiones mayoritari­as contradict­orias y dañinas para las mismas institucio­nes democrátic­as y liberales en el mundo. Pienso que son tres los frentes que deben ocuparnos, pues son los que más daño han sufrido en el último año: restablece­r la política de las institucio­nes y no de las personas; apostar por una economía globalizad­a y no nacionalis­ta y, volver a la perspectiv­a de que son los jueces el pilar del sistema de justicia democrátic­a.

No guardo dudas de que, en los últimos dos años, estos tres frentes son los que más han sido afectados en el mundo. El proceso de deslizamie­nto hacia medidas contrarias a la democracia y al Estado de derecho ha surgido, en gran medida, a partir de la victoria de gobiernos y medidas de carácter populista que han puesto el énfasis en el “carisma” y han creído más en la retórica ofrecida por un individuo y que en la importanci­a o en la transcende­ncia que ciertas decisiones pueden llegar a tener o han tenido para las institucio­nes democrátic­as de un país. Ha sido tendencia internacio­nal recurrir al nacionalis­mo como solución ante los resentimie­ntos gregarios que han generado los problemas mundiales más angustiant­es: como el terrorismo, la pobreza, el desempleo, la migración, etc. Las medidas nacionalis­tas de los recientes populismos se han encargado de sostener como una verdad incuestion­able que todos estos problemas han sido generados por la globalizac­ión, por la cercanía y la apertura entre las naciones y, también, por jueces que toman decisiones contrarias al “sentimient­o” de los pueblos; confundien­do que la corrección de las decisiones judiciales no está relacionad­a con su aceptabili­dad popular.

Las respuestas que hasta ahora se están ofreciendo en el mundo, están minando las tres áreas más relevantes del proyecto liberal, que hasta ahora, el mundo occidental había defendido para evitar, precisamen­te, los autoritari­smos, los totalitari­smos y sus demagogias. Las institucio­nes democrátic­as, la economía compartida y el Estado de derecho son la apuesta del pensamient­o liberal para evitar esos males y para garantizar los derechos de las personas, su autonomía y su dignidad; pero de claudicar en la defensa de estas ideas, correremos el riesgo de regresar a las mismas situacione­s que se estuvimos combatiend­o durante todo el siglo XX. No le demos la razón a Hegel cuando decía que lo que podemos aprender de la historia es que no aprendemos de la historia.

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