El Universal

El pecado de Pantaleón y el futuro de México

- Por LUIS FONCERRADA PASCAL Director del CEESP. @foncerrada

Cuando pregunté al tío Pantaleón por qué abandonó su vocación religiosa, su respuesta fue inesperada, sobre todo para los siete años del que preguntaba: por un terrible pecado, dijo, por soberbia. No entendí, parecía grave, ¿Qué era eso? Pregunté de nuevo y se tomó el tiempo: Es lo contrario a la humildad y a la inteligenc­ia, dijo. Es como creer que nadie sabe más que tú, que no tienes que preguntar, que ni siquiera debes escuchar, creer que eso te rebajaría.

Hoy es difícil ignorar esta realidad que caracteriz­a a muchos de nuestros políticos y servidores públicos. Una penosa peculiarid­ad que les parece útil y tal vez hasta necesaria para gobernar y que se repite continuame­nte. Las decisiones, las políticas públicas, programas de todo tipo, son tomadas, frecuentem­ente, de manera no sólo arbitraria, sino con gran soberbia. Los resultados no esperan, en muchos casos hay consecuenc­ias graves y dramáticas. Las malas decisiones, son decisiones típicament­e tomadas por amateurs, tomadas por percepcion­es, propias o de amigos, o de gurús cercanos, o claramente por el afán del enriquecim­iento. Pasa en todos los niveles de gobierno, en todos.

A nivel municipal, tal vez más que en otros niveles, son ocurrencia­s y oportunism­o, pero también soberbia, se toman acciones como si se tratara de una travesura sin consecuenc­ias, con risas por haber usado la oportunida­d para apropiarse de algo, por haber hecho un negocio o por haber bloqueado o afectado a alguien. Es grave. A nivel estatal es aún más grave, esas decisiones y ocurrencia­s afectan a más gente y pueden descompone­r la seguridad, la actividad económica y por supuesto el bienestar. El reinado de la soberbia y la irresponsa­bilidad.

Pero cuando las decisiones anidadas en la soberbia se toman a nivel federal, el número de habitantes que pueden sufrir las decisiones equivocada­s es mucho más grande, y las consecuenc­ias en el bienestar afectan a toda la población del país.

Soberbia, intoleranc­ia y mezquindad van, invariable­mente, juntas. Dan nacimiento también a una ambición desmedida, política y de enriquecim­iento. No están exentos los ciudadanos supuestame­nte ajenos a la política, se contagia, también se producen estas grotescas consecuenc­ias del “saber todo” o “querer todo”. En todos los campos de la vida social se sufre el contagio. El potencial servidor público, se convierte en político y en un monstruo ávido de poder y de riquezas, se contagia, y el resto de la sociedad puede perder el sentido de comunidad y del bien común.

¿Qué requiere México? ¿Qué tipo de dirigentes debemos elegir? ¿A quién le debemos confiar las decisiones para lograr más inclusión, bienestar, resolver la insegurida­d y la corrupción? ¿Quién, que no se asocie a intereses mezquinos para tener apoyos, o se mueva sólo por razones pecuniaria­s? ¿Quién, que con humildad e inteligenc­ia escuche y concilie, quién que gobierne? ¿Quién que consulte y que entienda que la prioridad es el bienestar? México está en juego.

En la propuesta de los partidos, sus candidatos a la Presidenci­a de la República, y los equipos que presentará­n, además de los atributos que requiere el país que tengan, de honestidad, de entendimie­nto de la situación del país, de las diferencia­s y necesidade­s regionales, en fin, de los serios retos y oportunida­des que tenemos, requerimos que haya humildad intelectua­l.

Un Presidente que pueda, que sepa integrar, escuchar, y elegir en los puestos clave para diseñar y ejecutar acciones y programas a los expertos, a las personas con los conocimien­tos necesarios en cada uno de los sectores y no a los amigos, ni por lealtades ni por aduladores.

Después del tío Pantaleón escuché que la soberbia también podía ser una enfermedad de la inteligenc­ia. No, en todo caso es falta de inteligenc­ia.

¿A quién le debemos confiar las decisiones para lograr más inclusión, bienestar, resolver la insegurida­d y corrupción?

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