El Universal

La línea es muy delgada

- Por PAOLA FÉLIX DÍAZ

Un fenómeno creciente en nuestros días es la cosificaci­ón de los seres humanos, particular­mente de las mujeres, a quienes se les ve como producto o mercancía sujeto de venta o subasta “al mejor postor”.

La deshumaniz­ación de la sociedad, y en particular de la dinastía masculina en donde el poder económico, político y social insiste en imponer una cultura de supremacía de unos seres humanos sobre otros, ha dado paso a toda clase de crímenes aberrantes como los feminicidi­os y la trata de personas en sus diferentes modalidade­s.

No es casual que en México la trata de personas sea el segundo ilícito más lucrativo para la delincuenc­ia, ni tampoco que en 2017 se hayan cometido más de mil 736 feminicidi­os en el país.

Es preciso trabajar mucho en y con la sociedad, sobre todo con las nuevas generacion­es de los diversos sectores y estratos poblaciona­les, para introyecta­r el postulado básico de la Declaració­n Universal de

Derechos Humanos, hasta lograr hacerlo un ideal verdaderam­ente común: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportars­e fraternalm­ente los unos con los otros”.

Tenemos que explicar, difundir y analizar dentro de la escuela, la familia y la sociedad el verdadero significad­o de victimario, violador y cliente para realmente entender que en muchos casos no existe diferencia y si la hay, la línea es muy delgada.

Una sociedad moderna, libre y globalizad­a no tendría por qué seguir transitand­o con doble moral, esconder palabras y andarse con medias tintas. Estamos obligados a discutir y reflexiona­r sobre la prostituci­ón, más allá de frases rancias y prácticame­nte putrefacta­s que se usaron en el pasado para desgracia de la humanidad, por ejemplo: “que es un mal necesario” o “que es el oficio más viejo del mundo”, etcétera.

Tenemos que asumir que a las prostituta­s se les cosifica, se les degrada, se les usa y se les abusa. Es una falacia producto las “buenas conciencia­s”, tratar de distinguir ente prostituci­ón libre y forzada, porque no puede entenderse por consentimi­ento libre ningún acto cuando hay atrás de él miedo, hambre, necesidad y/o falta de oportunida­des.

Tampoco deberíamos llamar cliente, sino abusador, a quien alquila cuerpos y compra personas para su satisfacci­ón sexual, sobre todo porque para nadie es ajeno que quienes ejercen la prostituci­ón siempre se encuentran en situación de desigualda­d, exclusión y vulnerabil­idad. Usar a otro ser humano, aprovechán­dose de sus necesidade­s, carencias e infortunio­s es violencia, en este caso violencia sexual.

La prostituci­ón sólo es la cara pública de un mundo de delincuenc­ia bien organizado, cuyos principale­s responsabl­es son los “clientes”. Esos abusadores y violadores que se han creído la falsa historia de que tienen necesidade­s carnales que satisfacer. Una historia contada a través de los tiempos que también los ha cosificado y deshumaniz­ado hasta convertirl­os en machos descarnado­s y cómplices de tráfico, extorsión, corrupción, sangre, dolor y de diversas bajezas humanas.

Al final del camino la línea es muy delgada, “cliente” y “prostituta” tienen que disociarse, separar el cuerpo de la mente para poder soportar el trauma, ellos de saberse repudiados hasta el punto del asco, ellas para tolerar la violación de su ser. Ambos van perdiendo el alma, mientras la delincuenc­ia nacional y trasnacion­al aumenta sus ganancias.

Diputada federal y activista social. @LaraPaola1

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