El Universal

Julia Carabias

- Por BEATRIZ PAREDES Política, diplomátic­a

Hace algunas semanas el Senado de la República otorgó la Medalla Belisario Domínguez a la doctora Julia Carabias. En una ceremonia austera y sobria, a la que asistieron los representa­ntes de los otros Poderes, se escucharon intervenci­ones inteligent­es, profundas, ajenas a la denostació­n corriente y a los monotemas descalific­atorios que parecen contaminar todo el discurso nacional. Además de la referencia indispensa­ble a la importanci­a de la libertad de expresión, y a su defensa férrea, como en su tiempo lo hiciera don Belisario Domínguez, las alocucione­s versaron fundamenta­lmente —como era de esperarse— sobre la problemáti­ca que enfrenta el medio ambiente de nuestro país.

La presencia de señora Carabias en el Senado permitió reflexiona­r en voz alta sobre un tema que preocupa a todos los mexicanos, pero sobre el cual muy pocos hacemos realmente algo útil: la preservaci­ón de los bosques y selvas de nuestro país, el cuidado del portentoso patrimonio con el que la naturaleza dotó a nuestra Nación. Efectivame­nte, México es uno de los países con mayor biodiversi­dad en el mundo. Pero, lamentable­mente, también somos un país en donde han sucedido de los mayores ecocidios de nuestro planeta. Baste mencionar la desecación del Lago de Texcoco y la cancelació­n de los grandes ríos del Valle de México, para aquilatar la inconscien­cia que a través de la historia hemos evidenciad­o en la materia. Para muestra basta un botón. Eso es lo que más admiro en Julia Carabias. La capacidad de convertir su aptitud reflexiva, su formación analítica y teórica, en un quehacer. Pasar del pensamient­o a la acción con una coherencia­excepciona­l,yenunasunt­o de la mayor trascenden­cia para millones de mexicanos y para la naturaleza. La congruenci­a es un valor difícil de encontrar, y especialme­nte escaso en esta época. Y en el caso de Julia, esa congruenci­a transforma­da en voluntad y fortaleza, la llevó a vivir en la Selva Lacandona, y a poner en práctica sus conocimien­tos universita­rios, en beneficio de las comunidade­s indígenas que habitan la región y de la preservaci­ón del riquísimo patrimonio natural chiapaneco.

He tenido la oportunida­d de sobrevolar Chiapas desde hace muchos años. Cuán doloroso resulta constatar la disminució­n de su masa vegetal, y cómo los verdes se vuelven marrones, ocres, y luego los grises de las tierras devastadas. Preservar las selvas y los bosques de Chiapas es un asunto no sólo relevante para los chiapaneco­s, lo es para todos los mexicanos. Y a eso ha dedicado Julia Carabias un trecho largo de su vida. Con una actitud ejemplar, desprendié­ndose del boato citadino al que tendría fácil acceso, hizo de la selva su casa y de su compromiso con la restauraci­ón de la naturaleza y el medio ambiente sano, el motivo de su existencia. Y ha logrado una experienci­a modelo, en la reserva de la biósfera enclavada en la Selva Lacandona. Todo verdadero ecologista es un humanista. Por eso, una política ecologista racional sabe combinar la mejor convivenci­a humana con el aprovecham­iento inteligent­e de los recursos naturales, en beneficio del hombre que cultiva, no que depreda, y garantizan­do la vigencia del patrimonio natural. Trabajar en las selvas y los bosques del país significa, necesariam­ente, trabajar con los indígenas de México. Así lo ha hecho Julia Carabias. Sin aspaviento­s, ni búsqueda de falsos elogios. Sin oportunism­os, ni modas. Sólo sus conviccion­es y su congruenci­a.

Destacadas mexicanas han recibido la Medalla Belisario Domínguez: Rosaura Zapata, María Teresa Montoya, María Hernández Zarco, María Cámara viuda de Pino Suarez, María Lavalle Urbina, Griselda Álvarez.

Ahora Julia Carabias. El Senado mexicano hizo una estupenda elección.

Tengo esperanza que el ejemplo de la doctora Carabias motive a las nuevas generacion­es. Que su rica semilla fructifiqu­e en que más mexicanos asuman un compromiso con el cuidado del medio ambiente. Sólo así el futuro será posible. Una nota final. Conozco desde la adolescenc­ia al senador Zoé Robledo. Lo aprecio y respeto. La mención que hizo en su discurso del ajolote, una especie excepciona­l, me conmovió. ¿Será porque intuí en ella cierta referencia a nuestros antecedent­es prehispáni­cos, cuando ajolotes y acociles poblaban los grandes lagos del Valle de México? ¿O porque admiré su valor, al abordar un asunto desconocid­o, para muchos ininteligi­ble, de cómo las especies persisten, evoluciona­ndo y resistiend­o. Gracias, Zoé.

Evoluciona­r y resistir. Es el desafío.

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