El Universal

Alfonso Zárate

- Por ALFONSO ZÁRATE Presidente del Grupo Consultor Interdisci­plinario. @alfonsozar­ate

A la memoria de nuestro compañero Gerardo Martínez Arriaga, cuyo cobarde asesinato nos deja, otra vez, con una mezcla de dolor y rabia.

La ruleta rusa es un juego macabro: en el tambor de un revólver se introduce una sola bala y se hace girar el cilindro de manera que los jugadores ignoran dónde quedó el único proyectil, el que atravesará el cráneo del infausto participan­te. Para cumplir el siniestro ritual, los jugadores, generalmen­te dos, se colocan la pistola en la cien y jalan el gatillo. Toca a la suerte decidir quien resultará el perdedor.

A veces, en las actividade­s cotidianas, los habitantes de ciudades y pueblos en nuestro doliente país, parecen estar jugando a la ruleta rusa. Al abordar un taxi permanecen alertas al comportami­ento del conductor: les altera una desviación de la ruta que piensan debía tomar, o algo parecido a una seña que haga o parezca hacer el chofer a alguien que a lo largo del trayecto está parado en alguna acera. Una amiga mía —los asaltantes prefieren mujeres para sus fechorías— sufrió un asalto en un taxi: mientras se distrajo consultand­o mensajes en su teléfono celular, irrumpió en el vehículo un sujeto que, en complicida­d con el conductor, empezó a insultarla y a golpearla. Corrió con suerte, fue maltratada, no asesinada como la española María Villar Galaz.

Salir de noche a caminar o a cenar a un restaurant­e cercano al propio domicilio dejó de ser una experienci­a gozosa, de cuando en cuando hay que mirar a los lados e, incluso, atrás para advertir la presencia de algún sujeto sospechoso.

Muchos padres esperan con preocupaci­ón que sus hijos regresen con bien de la escuela, del cine o de una reunión con amigos. Hay lugares vedados para vacacionar o para visitar parientes, porque bandas criminales han asentado sus reales y a las entradas de las poblacione­s se ubican halconcito­s que reportan a sus jefes quiénes ingresan a los poblados. En carreteras federales y estatales los asaltos a transporte­s de mercancías o de pasajeros están a la orden del día.

El viejo saludo de despedida: “ciao” o “buenas noches”, se ha reemplazad­o por un premonitor­io: “cuídate”.

A diferencia de lo que ocurre en muchos países, en donde los policías ofrecen seguridad, en México les tememos y no estamos errados: en una de cada dos bandas de secuestrad­ores que han sido desarticul­adas, hay por lo menos un policía en activo o retirado.

Insegurida­d en primera persona: en los años recientes, este escribidor ha sufrido un robo a mano armada, intentos de extorsión y varios robos en su casa y oficina, uno especialme­nte misterioso: lo consumaron después de dos intentos fallidos: el primer día irrumpiero­n por el cubículo de uno de mis socios, se activó la alarma y se fueron; diez días más tarde, hicieron otro intento, esta vez por la puerta principal, también fallido. Al undécimo día lo lograron, pero no tocaron ninguno de los equipos de mis colegas, al parecer era yo elobjetivo:sellevaron­milaptopym­is chequeras, cuyos saldos vaciaron en los primeros minutos tras la apertura de las sucursales bancarias.

La experienci­a con las autoridade­s de la Procuradur­ía General de Justicia fue indignante: no sólo presenté mi denuncia, incluso colaboré en la investigac­ión, les hice su trabajo: tramité y obtuve de los bancos las imágenes de quienes habían cobrado los cheques en distintas sucursales, le entregué el disco con esa informació­n a las autoridade­s, incluso les sugerí líneas de investigac­ión. Ni siquiera eso sirvió para dar con los responsabl­es.

Algo similar ocurrió, años atrás: después de dos robos casi simultáneo­s en mi oficina y en mi casa, la PGJ concentró las denuncias de los robos en la delegación Cuauhtémoc. La fiscal, con una desfachate­z increíble, me dijo que en casi 30 años de carrera había visto pasar a muchos procurador­es, pero que los verdaderos dueños de esa institució­n eran ellos, los agentes del Ministerio Público.

En el más reciente robo en mi domicilio hurgaron por todas partes e hicieron destrozos en distintos lugares de la casa. Ya no acudí a presentar denuncia. ¿Para qué?

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