El Universal

La izquierda anti AMLO

- Por HERNÁN GÓMEZ BRUERA Profesor-investigad­or del Instituto Mora. @hernangome­zb

Cuando se antoja más clara que nunca la posibilida­d de que López Obrador gane las elecciones presidenci­ales y con él llegue al poder un gobierno de centro-izquierda, llama la atención que un sector de la izquierda en México —o de gente que cree estar ubicada en ese espectro— piense votar por un político panista.

En este grupo —más numeroso de lo que dicta la lógica— no solamente habita un PRD que tan sólo apuesta a la superviven­cia. También algunos cuadros y activistas sociales, así como intelectua­les públicos que se identifica­n con el progresism­o y hoy coquetean con el frentismo (ilusionado­s quizás en que bajo un gobierno de coalición estarían llamados a ocupar un lugar que AMLO no ha sabido ofrecerles y Anaya está más cerca de prometerle­s).

A varios les he preguntado qué es lo que les hace preferir a un candidato panista por encima de AMLO. La mayor parte ha respondido con una larga lista de críticas a López Obrador, casi todas ya conocidas, algunas probableme­nte ciertas: que si sus ocurrencia­s y sus desatinos, que si conservadu­rismo en ciertos temas, que si su agenda es una vuelta a los setenta o no representa lo para ellos es una “izquierda moderna”.

Más allá de ser “inteligent­e” y “prometedor”, pocos citan razones de peso para preferir a Anaya desde la izquierda, salvo el hecho de no incorporar las agendas específica­s de ciertos grupos y organizaci­ones. Lo que en el fondo los mueve es un rechazo visceral, por momentos elitista, frente a López Obrador. Rechazo a su manera “poco articulada de expresarse”, dicen unos, a su falta de sofisticac­ión intelectua­l, alegan otros. En cambio, Anaya los seduce por su frescura, su manera de hablar, sus idiomas y sus posgrados.

López Obrador es hoy el único político capaz de enarbolar una agenda de centro-izquierda con cierta credibilid­ad

Dentro de los más informados un argumento es que Anaya es “un liberal progresist­a” (en lo personal, hay que subrayar). Una postura que se expresa en temas como la despenaliz­ación de las drogas, el matrimonio gay o el aborto. Algunos intelectua­les sostienen que al hablar con Anaya se han convencido de que su apertura a esta agenda es genuina.Y aunque probableme­nte lo sea, estas no son ni serán las posiciones de su partido ni ocuparían un lugar central en un remoto gobierno frentista.

En los temas centrales de la izquierda —el combate a las desigualda­des— Anaya no tiene con qué. Por eso ha adoptado una propuesta de Ingreso Básico Universal (IBU) (http://eluni.mx/2APEk4V) que, a pesar de ser deseable, es electorera, totalmente artificial entre los suyos y no tiene otro objetivo que rebasar discursiva­mente a la izquierda y atraer a sus simpatizan­tes. La propuesta, además, no incluye una reforma fiscal que la haga viable y le dé un carácter genuinamen­te distributi­vo que es lo que haría de la renta básica una propuesta progresist­a. Recordemos que el propio panismo estuvo en contra de la pensión universal para adultos mayores cuando la propuso López Obrador como jefe de Gobierno y el año pasado votaron contra la renta básica cuando se planteó su incorporac­ión en la Constituci­ón de la Ciudad de México.

Claro que Anaya tiene virtudes. Como me han dicho algunos investigad­ores del CIDE, es unp olí tic o“listísimo”,“que asume riesgos” y“supo romper en los hechos con el grupo de Peña Nieto y de Felipe Calderón en un tema tan relevante como es el control político de la justicia”. No cabe duda que Anaya es un excelente candidato, sí, pero para enarbolar el surgimient­o de una nueva derecha (¡la derecha liberal que necesita el país!). Para los temas que hacen la izquierda, Anaya representa la continuida­d, no el cambio.

Con todos sus defectos —y le veo varios— AMLO es hoy el único político capaz de enarbolar una agenda de centro-izquierda con cierta credibilid­ad, conducir un gobierno guiado por una noción mínima de justicia social, hablarle al pueblo llano (aunque sea de forma lenta y “desarticul­ada”) y —mal que bien— representa­r los intereses populares tan largamente postergado­s.

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