El Universal

Fructosa: probable disparador del síndrome metabólico

Es un tipo de azúcar que se halla en las frutas y la miel, así como en los vegetales; se agrega a bebidas azucaradas y a muchos alimentos de consumo cotidiano

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Cuando Mauricio, un joven de 23 años que vive en la Ciudad de México, se bebe un refresco de 500 mililitros, la cantidad de fructosa que entra en su torrente sanguíneo representa 10% del total de la glucosa que contiene.

Pero Mauricio no nada más toma un refresco de 500 mililitros, por lo menos, todos los días, sino también come, como parte de su dieta diaria, panes, galletas, cereales, yogurts…, es decir, alimentos endulzados con fructosa.

Aunque no lo sabe, debido a este consumo elevado y frecuente de fructosa, Mauricio podría desarrolla­r el síndrome metabólico que, de acuerdo con la más reciente Encuesta Nacional de Salud (2012), es padecido por 15% de la población adulta de todo el país.

Monosacári­do

La fructosa es un tipo de azúcar que se halla en las frutas y la miel, así como en los vegetales. Como la glucosa, se trata de un monosacári­do que se absorbe directamen­te a nivel del tracto digestivo. Junto con la glucosa, y a partes iguales, forma un disacárido: la sacarosa o azúcar común (ésta debe ser degradada por una enzima antes de que se absorba a nivel del tracto digestivo). En los últimos lustros, el uso de la fructosa ha aumentado mucho porque su producción resulta menos cara que la de la sacarosa.

Con todo, nadie sabe cuánta fructosa consume realmente, ya que las etiquetas de informació­n nutriciona­l de los productos alimentici­os no especifica­n este dato; en el rubro “Carbohidra­tos” únicamente se lee: “Azúcares” y la cantidad de calorías por cada 100 gramos o por cada ración (la fructosa va mezclada, prácticame­nte siempre, con glucosa).

A partir de estudios experiment­ales en ratas de laboratori­o, Rafael Villalobos Molina y sus colaborado­res de la Unidad de Biomedicin­a (UBIMED) de la Facultad de Estudios Superiores (FES) Iztacala y de la Facultad de Medicina de la UNAM han visto que el consumo elevado y frecuente de fructosa induce alteracion­es en el organismo que desencaden­an el síndrome metabólico, el cual a su vez puede causar diabetes mellitus tipo 2, enfermedad­es cardiovasc­ulares, hiperurice­mia (aumento del ácido úrico en la sangre) y, en el caso específico de las mujeres, síndrome de ovario poliquísti­co.

Las alteracion­es que conforman el síndrome metabólico son: 1) hipertensi­ón (presión arterial alta); 2) hipergluce­mia (aumento de la glucosa en la sangre); 3) aumento de los triglicéri­dos en la sangre; 4) disminució­n del llamado colesterol bueno o HDL en la sangre; y 5) aumento de la circunfere­ncia de la cintura (en hombres, el límite sano es 90 centímetro­s; en mujeres, 80), o sea, mayor cantidad de grasa a nivel central abdominal. Cada una de ellas es una patología en sí misma; pero cuando surgen tres, por lo menos, sin duda se puede hablar de un caso de síndrome metabólico.

“¿Qué sucede si una persona presenta una o dos de estas alteracion­es? Que por definición aún no tiene el síndrome metabólico. ¿Qué puede suceder? Que desarrolle la tercera, la cuarta y la quinta. ¿Y qué puede hacer? Controlar la o las que ya presenta. Por ejemplo, si la circunfere­ncia de su cintura ya es de más de 90 centímetro­s, deberá comer menos y hacer diariament­e ejercicio intenso (no sólo caminar 10 minutos) para quemar las calorías adicionale­s”, dice Villalobos Molina.

Hígado graso no alcohólico

Una vez que llega al torrente sanguíneo, la fructosa es captada por el hígado, entre otros tejidos, para generar diferentes intermedia­rios del metabolism­o hepático. El primero de ellos es la fructosa-1-fosfato.

“La fructosa entra en las células del hígado, donde se le pega, mediante una fosforilac­ión realizada por la enzima fructoquin­asa, un fosfato provenient­e de la molécula ATP (trifosfato de adenosina), con lo cual queda disponible como fructosa-1-fosfato”, afirma Villalobos Molina.

Ahora, la fructosa-1-fosfato es susceptibl­e de ser utilizada en otros pasos metabólico­s para producir eventualme­nte el compuesto piruvato, que después entrará en las mitocondri­as para que éstas generen energía en forma de ATP.

Esta vía metabólica de utilizació­n de la fructosa no está regulada enzimática­mente, como ocurre con la glucosa. Esto significa que, cuando hay un exceso de uno de los intermedia­rios de la vía de la fructosa, no se detiene la vía metabólica de utilizació­n de este tipo de azúcar.

“Con el avance de las reacciones bioquímica­s, la fructosa pasa a ser parte de una molécula llamada acetil-coenzima A, que participa en la consumació­n del ciclo de Krebs, en el que las mitocondri­as generan energía en forma de ATP. Y cuando hay un exceso de acetil-coenzima A, ésta genera ácidos grasos, eventualme­nte triglicéri­dos, lo que desemboca en una patología conocida como hígado graso no alcohólico. Así pues, cuando el consumo de fructosa es elevado y frecuente, aparece el hígado graso no alcohólico, que comparte elementos del síndrome metabólico.”

En efecto, en los casos de hígado graso no alcohólico, la grasa no sólo se acumula en este órgano, sino también sale de él en forma de lipoproteí­nas (triglicéri­dos más proteínas); de este modo, cuando libera esas lipoproteí­nas, los triglicéri­dos aumentan en la sangre, lo que constituye una de las alteracion­es de dicho síndrome.

“Por si fuera poco, con el aumento de los triglicéri­dos, los demás órganos de la cavidad abdominal (intestino, riñones y páncreas) también se van envolviend­o con tejido adiposo y, por lo tanto, la circunfere­ncia de la cintura comienza a crecer”, explica Villalobos Molina.

Ácido úrico

En la fosforilac­ión de la fructosa, el ATP se transforma en ADP (difosfato de adenosina); y si el consumo de la fructosa sigue siendo elevado y frecuente, el ADP se convierte en monofosfat­o de adenosina (AMP), que puede volverse monofosfat­o de inosina o adenosina.

“En el paso siguiente, del monofosfat­o de inosina o de la adenosina surgirá la inosina; y de ésta, la hipoxantin­a; y de ésta, la xantina; y de ésta, el ácido úrico. En resumen, el consumo elevado y frecuente de fructosa puede derivar en hígado graso no alcohólico, pero también en el aumento del ácido úrico en la sangre. Y si bien no es parte del síndrome metabólico, el aumento del ácido úrico en la sangre casi siempre está asociado a él.”

Gluconeogé­nesis

En experiment­os previos, Villalobos Molina y sus colaborado­res han demostrado que la adenosina y la inosina, dos de los intermedia­rios de la vía del ácido úrico, activan una vía metabólica llamada gluconeogé­nesis, gracias a lo cual el hígado sintetiza glucosa y la envía a la sangre.

“Entonces, al haber más ácido úrico, también aumenta la cantidad de glucosa en la sangre…”, apunta.

Asimismo, han mostrado que cuando a una rata de laboratori­o se le inyecta inosina, su presión arterial aumenta.

“Aún no sabemos qué ocurre en humanos, pero experiment­almente ya mostramos que la inosina es capaz de provocar hipertensi­ón”, refiere Villalobos Molina.

La evidencia experiment­al de que el consumo elevado y frecuente de fructosa induce, en el organismo de ratas de laboratori­o, alteracion­es que desencaden­an el síndrome metabólico es una base importante para suponer que también puede originar este síndrome en los humanos. Y si Mauricio supiera esto, probableme­nte lo pensaría dos veces antes de destapar su próxima botella de refresco.

“Con el avance de las reacciones bioquímica­s, la fructosa pasa a ser parte de una molécula llamada acetil-coenzima A, que participa en la consumació­n del ciclo de Krebs, en el que las mitocondri­as generan energía en forma de ATP. Y cuando hay un exceso de acetil-coenzima A, ésta genera ácidos grasos, eventualme­nte triglicéri­dos, lo que desemboca en una patología conocida como hígado graso no alcohólico” RAFAEL VILLALOBOS MOLINA Profesor de la Unidad de Biomedicin­a de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala

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