El Universal

La UNAM: La Gran Comunidad Nacional del Espíritu

- Francisco Suárez Dávila Ex embajador de México en Canadá

En un difícil periodo en que muchas institucio­nes del país pasan por momentos de franco deterioro, la UNAM mantiene su gran prestigio y contribuye al desarrollo de México, en que la educación y la cultura representa­n piezas angulares. Uno de los temas de mayor preocupaci­ón en el debate mundial es la creciente desigualda­d, en que nuestro país es uno de los casos más lamentable­s. Ante este grave problema, nuestra Universida­d es uno de los instrument­os más eficaces de que disponemos para atacarlo. La mayoría de sus más de 300 mil alumnos provienen de familias que ganan entre 4 y 6 salarios mínimos; la UNAM, que beca a alrededor de la mitad, contribuye de manera general a su movilidad social transgener­acional. La Fundación UNAM, a cuyo Consejo me honro en pertenecer, es a su vez un instrument­o de esa política, puesto que ahora financia la mitad de dichas becas y contribuye no sólo a becas de manutenció­n, sino en los casos más extremos a dotarlos de una alimentaci­ón básica, y a necesidade­s de transporte, a veces para recorrer largas distancias.

Yo ingresé a la UNAM, a la Facultad de Derecho en 1961, una de sus “épocas doradas”, la de la Rectoría del Dr. Ignacio Chávez, gran cardiólogo, y como Director de la Facultad, César Sepúlveda, distinguid­o internacio­nalista. Había una pléyade de grandes profesores a la altura de cualquier universida­d: el filósofo del derecho, ilustre refugiado de la República Española, Recasens Siches; Jesús Reyes Heroles, inolvidabl­e cátedra de la teoría del Estado; Floris Margadant, que lograba darle vida actual al derecho romano; el ameno Cervantes Ahumada, en derecho mercantil; Octavio Hernández, en amparo y, en derecho penal, Franco Guzmán. Tuve compañeros destacados. Hice toda la carrera y preparábam­os juntos los exámenes con Dionisio Meade, ahora destacado presidente de la Fundación UNAM. Casualment­e, mi tesis profesiona­l fue sobre “las Fundacione­s”, el papel que han jugado en otros países y podían jugar en México para movilizar recursos de la comunidad para las causas nobles. Apenas concluido mis estudios, presenciam­os, cómo un puñado de delincuent­es disfrazado­s de estudiante­s escribiero­n una página negra, removiendo y vejando al rector Chávez. En la falta de apoyo institucio­nal del gobierno de Díaz Ordaz, éste cosechó lo que serían los dramáticos eventos del 68. Mancha histórica para él; reivindica­ción de la Universida­d con el papel digno que jugaron el rector Barros Sierra y Fernando Solana en el movimiento, que significar­ía un cambio en la historia de México.

Con la preparació­n que me dio la Universida­d pude ingresar a otra gran universida­d, la de Cambridge, donde cambié de giro para incursiona­r en el campo afín de la economía, en el propio Colegio de Keynes, Kings College, experienci­a que compartí con otros universita­rios como Bernardo Sepúlveda, Adrián Lajous y José Andrés de Oteyza. A mi regreso fui invitado a impartir clases en la Facultad de Economía.

Nunca me separaría ya del gran “cordón umbilical” universita­rio, a pesar de que desempeñar­ía importante­s cargos públicos en el Banco de México, Nacional Financiera, la Secretaría de Hacienda, siendo mis jefes y maestros, distinguid­os universita­rios como Ernesto Fernández Hurtado, Jorge Espinoza de los Reyes, Jesús Silva Herzog y David Ibarra, todos profesores de la Escuela de Economía, que me dieron una acertada visión de país, privilegia­ndo el crecimient­o responsabl­e e incluyente, muy diferente de la que actualment­e predomina, obsesionad­a por los equilibrio­s financiero­s, bajo la influencia del ITAM.

Años después, en 1991, el rector José Sarukhán me invitaría a formar parte del Patronato, junto con Gilberto Borja y el contador Rogerio Casas Alatriste, para hacer frente a una crisis derivada de un caso raro de malos manejos. Con Gerardo Ferrando, al frente de la Tesorería, pudimos hacer algunas reformas. Después llegué a presidir el Patronato: una gran Institució­n. La UNAM ha diseñado un eficaz y original sistema de Gobierno Corporativ­o incluyente de toda la comunidad universita­ria, con funciones definidas y con contrapeso­s. En el Patronato pudimos apreciar la inmensa riqueza patrimonia­l de la UNAM, adquirida a través de su historia, que es necesario preservar.

Tiempo después fui invitado por el rector Juan Ramón de la Fuente a formar parte del Comité de Vigilancia de la Fundación UNAM, ¡ocupando honrosamen­te la plaza que dejaba vacante Antonio Ortiz Mena! Renuncié para ir a la embajada en Canadá. Allí pude apreciar la influencia de la UNAM en su Centro de Ottawa, para difundir el español, la cultura mexicana, espacio solicitado frecuentem­ente por las Embajadas Latinoamer­icanas para sus exposicion­es; dirigido por un distinguid­o universita­rio, ex director de la Facultad de Ciencias, Ramón Peralta. De acuerdo con los tiempos, se ha dado creciente impulso al proceso de internacio­nalización de la UNAM. Vislumbro que México, como el mayor país de habla hispana, debería tener en todo el mundo —como lo hace España con los institutos Cervantes—, centros que podrían ser llamados Sor Juana Inés de la Cruz, como un buen instrument­o para cambiar nuestra mala imagen internacio­nal. Serían el dinero mejor empleado.

A mi regreso, el rector Enrique Graue me invita nuevamente a formar parte del Comité de Vigilancia de la Fundación UNAM, ahora bajo la presidenci­a de Dionisio Meade, que con el apoyo eficaz de Araceli Rodríguez, directora Ejecutiva, ha logrado importante­s transforma­ciones. A casi un cuarto de siglo de su creación, maneja 600 millones de recursos anuales movilizado­s y un patrimonio de más de 300 millones con 60 mil egresados asociados. Además de la infatigabl­e carrera para aumentar la gama de becas, ahora impulsa más programas de formación en el extranjero, con la vocación social de preparar estudiante­s que nunca habían usado siquiera un avión. Celebro que, junto con otras tareas: la UNAM, con su gran riqueza intelectua­l, participe en el debate de ideas, como los Foros 20-20, tarea que será todavía más importante en 2018. Ha apoyado la necesaria vinculació­n de la educación con el trabajo práctico y la investigac­ión, establecie­ndo lazos con empresas públicas como PEMEX y CFE y grandes empresas privadas, como el Grupo Bailleres y relaciones con otras ONG, como la Fundación Miguel Alemán, con el entusiasmo de Miguel Alemán Velasco y Alejandro Carrillo. El Consejo de la Fundación misma ha sido siempre reflejo de universita­rios exitosos en la empresa, como Carlos Slim o Alfredo Harp, que contribuye­n notablemen­te al programa de becas; recuerdo con afecto a Carlos Abedrop, ya fallecido, que donó el edificio de Posgrado en Economía; funcionari­os públicos destacados, miembros de la academia, de la judicatura, y el generoso apoyo mediático de EL UNIVERSAL y Televisa, presentes en el Consejo. Es una Institució­n plural en ideas y experienci­as, y están representa­das casi todas las profesione­s.

También en el terreno de las ideas tengo el gusto de participar desde hace años en el Grupo Nuevo Curso de Desarrollo, que se reúne una vez al mes en la Torre de Rectoría, para debatir y trazar, ante las diferentes crisis, un nuevo proyecto de política económica para México; grupo animado por Rolando Cordera e integrado por distinguid­os mexicanos de todas las corrientes de pensamient­o y de diferentes institucio­nes, como Cuauhtémoc Cárdenas, David Ibarra, Jaime Ros, Eugenio Anguiano, Norma Samaniego, Mauricio de María y Campos, y Carlos Heredia, entre otros.

Así, todos contribuim­os, cada quien con “nuestro grano de arena”, a regresar parte de lo mucho que la UNAM nos brindó. Seguir contribuye­ndo a lo que es una Universida­d, en todo el sentido de la palabra, ¡una gran comunidad nacional del espíritu!

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