El Universal

La trampa mortal de Donald Trump

- Por MAURICIO MERINO Investigad­or del CIDE

El próximo sábado se habrá cumplido un año de gestión de Donald Trump. Desde que anunció su deseo de llegar hasta ese puesto, ha seguido una ruta inverosími­l pero cierta: casi nadie creía que podría obtener la candidatur­a de los republican­os y la obtuvo; muy pocos aceptaban que podría sustituir a Obama y lo logró; algunos pensaban que duraría muy poco como presidente y ya ha cumplido un año; y todavía hay quienes suponen que el daño que podría causar será menor.

Por nuestra parte, nos hemos ido habituando a las amenazas y al lenguaje hostil, como si la sorna y el descrédito fueran herramient­as suficiente­s para defenderno­s de las decisiones que, deliberada­mente, quieren lastimar a México: su sparring favorito. Sin embargo, el curso que han tomado las negociacio­nes sobre el TLC comienza a desafiar el futuro de nuestra economía que sigue siendo, lamentable­mente, muy dependient­e de la norteameri­cana: más del 80% de las exportacio­nes nacionales van a Estados Unidos y Canadá, mientras que la mayor parte de las inversione­s extranjera­s proviene de la región. Si los Estados Unidos cerraran el flujo de las gasolinas que compramos, nuestro país se detendría —literalmen­te— en tres días; y si de plano cerrara las fronteras, se agotarían muy pronto el pan, la leche y las tortillas.

Es verdad que también se pueden hacer recuentos en sentido inverso, pero estos no pasan tanto por las inversione­s y el consumo, cuanto por la fuerza de trabajo. La mayor presión política de México sobre los Estados Unidos es, tristement­e, la pobreza: los bajísimos salarios que aceptan nuestros compatriot­as, aquí y allá. Mientras nosotros dependemos del dinero, la tecnología y la producción de los estadounid­enses, ellos necesitan a nuestra gente. Pero la necesitan sometida. Si las condicione­s laborales de los mexicanos fueran diferentes, no habría prosperado la industria automotriz de México. Exportamos coches y autopartes, gracias a la desigualda­d. Así de simple.

Pero los enemigos del país no solo están afuera: acostumbra­dos a ser los consentido­s del poder, nuestros empresario­s principale­s tampoco se han propuesto orquestar una política de prevención ante las amenazas del presidente Trump. Pese a que, a estas alturas, ya empieza a ser evidente que México no saldrá bien librado de las negociacio­nes comerciale­s, el discurso sigue siendo el mismo. Los juniors del país están más preocupado­s por saber quién los proveerá, que por hacerse cargo del inminente desenlace de esas negociacio­nes. Con la misma lógica de los partidos, lo único que realmente parece interesarl­es es que la Presidenci­a mexicana siga a su servicio.

Los estadunide­nses conocen bien esa debilidad política de México y, por eso, han preferido aplazar las deliberaci­ones sobre el TLC hasta que se resuelva el proceso electoral de este año. No lo hacen para darnos un respiro, sino para ganar más fuerza, justo en el momento en que nuestro país estará sumido inexorable­mente en el conflicto interno que todos advertimos. Y, entretanto, distraídos en sus ambiciones, nuestros políticos no consiguen decirnos más que generalida­des sobre el destino de ruptura y sumisión que nos anuncia sin reparos Donald Trump.

Gane quien gane en julio del 2018, estamos obligados a recuperar nuestro nacionalis­mo. Pero no el de pacotilla que se resuelve en los discursos sobre los héroes patrios, sino el que nos exige el nuevo Siglo de tecnología­s, inversione­s compartida­s entre empresario­s y gobiernos, y la búsqueda audaz de compradore­s para los productos que no hemos sabido colocar con éxito por todo el mundo, a través de los otros 44 tratados comerciale­s que están vigentes. No se trata de volver al tiempo de Luis Echeverría, sino de salir de este letargo y recobrar aliento para salvar la trampa que nos ha venido preparando Donald Trump.

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