El Universal

Osorio Chong, los hilos sueltos

- Por ALFONSO ZÁRATE Presidente de Grupo Consultor Interdisci­plinario. @alfonsozar­ate

Todo empezó en el año 2000 con la alternanci­a en la Presidenci­a de la República. Los modestos avances democrátic­os que la precediero­n a nivel federal, se acompañaro­n por un severo retroceso en los estados. En eso de gobernar, el párvulo Vicente Fox y sus “súper gerentes” muy pronto mostraron no sólo el charol, sino el cobre. En unos cuantos meses, los primeros de 2001, los gobernador­es de entonces, en su mayoría priístas, pasaron del desconcier­to inicial —el temor de ser perseguido­s—, a la insolencia; olfatearon el miedo y la ignorancia de los recién llegados y dieron el zarpazo.

Los integrante­s del “gabinetazo” no supieron qué hacer, se agazaparon y permitiero­n que los vacíos de poder fueran ocupados por esos gobernador­es, que devinieron reyezuelos.

En los años de partido prácticame­nte único, cuando despachaba­n en Bucareli Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría, Manuel Bartlett o Fernando Gutiérrez Barrios, los gobernador­es presentían que la llamada brusca que los convocaba era una anticipaci­ón de lo que vendría: la orden de separarse del cargo por su notoria ineptitud o descrédito.

Pero durante el gobierno de Fox, las finas maneras de su secretario de Gobernació­n, Santiago Creel (el guante de seda) no encubrían una mano de hierro, como la de Gutiérrez Barrios. Se inauguró entonces una nueva etapa: el feuderalis­mo.

En 2012, el regreso de “los que sí sabían cómo hacerlo” parecía anticipar la vuelta de los gobernador­es al redil; si no tenían límites en sus entidades, las volverían a tener desde la capital del país, ésa debió ser una de las primeras encomienda­s del nuevo titular de Gobernació­n, Miguel Ángel Osorio Chong.

Pero con Osorio no hubo siquiera un intento de frenar los desarreglo­s en los estados. Mientras crecía la descomposi­ción en los estados, Gobernació­n —que dispone de formidable­s recursos legales y políticos para persuadir a los gobernador es de desempeñar­se con rectitud y eficacia —, los toleró o, incluso, los protegió.

Osorio aguantó y defendió a César y Javier Duarte, a Roberto Borge, a Rodrigo Medina, a Roberto Sandoval y a los demás; disponía de la informació­n privilegia­da del Cisen, contaba con el Partido y sus legislador­es a nivel local y federal, con el manejo de recursos y programas federales y más, pero dejó los hilos sueltos.

La semana pasada, el presidente Peña le aceptó su renuncia. Su salida fue una decisión tardía ante el fracaso rotundo en su gestión —que, no obstante, será premiada con un lugar en el Senado—. Tres razones principale­s parecen explicarla: 1) porque falló en las tareas mayores que le encomendar­on; 2) porque no pudo construir desde una fortalecid­a Secretaría de Gobernació­n, un liderazgo que lo mostrara como un político de peso completo; y 3) porque a lo largo del sexenio, su principal adversario, Luis Videgaray, se consolidó como el verdadero poder tras el trono y con ese poder lo fue disminuyen­do a los ojos del Gran Selector, mostrándol­o como lo que es, un político tradiciona­l, de escasos resultados.

Osorio falló en dos responsabi­lidades esenciales: seguridad ygobernabi lid ad. El diagnóstic­o severo que hizo en los primeros días de esta administra­ción respecto al fracaso de la estrategia anticrimen del gobierno de Calderón, podría replicarse hoy cuando el gobierno de Peña está en su última hora, la mancha delincuenc­ial se extiende por casi todo el país y la sociedad vive con miedo.

En lo segundo, ¿de qué gobernabil­idad podría hablarse cuando en territorio­s del país son los criminales quienes ejercen el monopolio de la violencia y en muchos centros penitencia­rios mandan los criminales?

Quizás más que preguntars­e ¿por qué dejó el gabinete?, la pregunta debería ser ¿porqué hasta ahora? ¿Qué explica que no haya sido removido después del fiasco y costos para el país de la fuga de El Chapo en 2015? ¿Por qué ahora, si desde hace tiempo era evidente su agotamient­o y el fracaso en las responsabi­lidades a su cargo?

No puede descartars­e que también haya influido en su salida el temor en Los Pinos de que, derrotado en la carrera por la candidatur­a presidenci­al, tuviera la tentación de hacer “travesuras” con el poder que le restaba en la Secretaría de Gobernació­n. Quizás eso explique por qué su reemplazo, Alfonso Navarrete Prida, haya decidido una cirugía mayor en el equipo que llevó a expulsar de los cargos clave a todo lo que huela al hidalguens­e.

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