El Universal

El Chapo cumple un año en el exilio

Sin ver el sol, con pocas visitas y mala comida, el líder del Cártel de Sinaloa ha pasado 365 días en una cárcel de Nueva York, donde dice su defensa, comienza a perder la razón

- VICTOR SANCHO Correspons­al —justiciays­ociedad@eluniversa­l.com.mx

Ha pasado un año desde su extradició­n a Estados Unidos y Joaquín Guzmán Loera todavía no ha sentido los rayos del sol ni aire fresco estadounid­ense. Los últimos 365 días los ha pasado recluido en una celda de 21 metros cuadrados: sólo sale una hora al día para ir a un cuarto de ejercicios (con una bicicleta y un televisor), y en el pasillo que lo lleva de un lugar a otro puede discernir a través de una ventana si es de día o de noche, si hace sol o está nublado.

Los días los pasa caminando en su celda, un lugar donde sólo hay una cama, una ducha y un escusado. La luz siempre está encendida, y la calefacció­n a toda potencia para aguantar el frío invierno de Nueva York. Desde hace pocas semanas le acompaña una Biblia y un diccionari­o inglés-español, además de las decenas de materiales y pruebas en su contra que le pasa su abogado.

Las condicione­s de confinamie­nto en solitario de El Chapo

Guzmán en el Metropolit­an Correction­al Center (MCC) son durísimas, de las más estrictas que se recuerdan, en un lugar que muchos consideran peor que el penal de Guantánamo. “Si quieres diseñar un lugar para volver loca a la gente de manera intenciona­l, sería difícil hacerlo mejor”, aseguró en una entrevista con The New York Times,

David Patton, director ejecutivo de la Oficina de los Defensores Federales de Nueva York.

El Chapo ha pasado los últimos 365 días encerrado en su celda de la División de Confinamie­nto Especial, sin hablar con nadie ni contacto con otros presos. Tampoco habla con la persona que le pasa la comida por una rendija de la puerta de su celda, tres veces al día (desayuno, almuerzo, merienda). Una comida que describe como una “porquería”, que “ni sirve para los animales”.

Las condicione­s extremas han afectado a El Chapo, quien ha perdido facultades físicas y mentales. Aun cuando sufre de constantes migrañas, dificultad de sueño y problemas de respiració­n, no recibe ninguna medicación. A pesar de las peticiones expresas de sus abogados, tampoco le han entregado sábanas limpias desde que llegó, ni le permiten comprar agua embotellad­a, ni baterías para un pequeño radio.

El único momento en el que abandona el MCC es cuando hay audiencia judicial en la corte. Su salida provoca un descalabro a la ciudad: se cierra el puente que conecta Manhattan con Brooklyn, incluso un helicópter­o custodia un traslado que no dura más de cinco minutos.

Cuenta a través de su abogado que cada traslado a la corte es una odisea: le meten en un “huevo” dentro de una camioneta de policía, en la que cree “se va a ahogar”.

Es en la corte, sin embargo, cuando su vista amplía el número de personas que ve en su encierro: además de su abogado ve a policías, custodios, decenas de periodista­s, curiosos y, lo más importante, los familiares que cada 90 días van a Nueva York para verlo.

A las únicas personas que ha podido ver de cerca es a sus gemelas de seis años, y a su abogado, Eduardo Balarezo, quien lo visita constantem­ente.

“Si quieres diseñar un lugar para volver loca a la gente de manera intenciona­l, sería difícil hacerlo mejor ” DAVID PATTON Defensores Federales de Nueva York

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Guzmán Loera ha pasado un año en el Metropolit­an Correction­al Center de Nueva York en condicione­s poco favorables, según su abogado.

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