El Universal

Salvador García Soto

“El gobierno y el PRI cuentan una nueva fábula a los mexicanos: la conspiraci­ón entre AMLO y Rusia”.

- Salvador García Soto sgarciasot­o@hotmail.com

El mecanismo más eficiente que conoce el sistema político mexicano para mantener el statu quo y la conservaci­ón del poder para las élites políticas y económicas dominantes, es el miedo. Como ocurre también en otros sistemas democrátic­as de todo el planeta, en México el temor de la población y del electorado a cualquier cosa que amenace los intereses del stablishme­nt y de los grupos de poder ha sido explotado en distintas etapas de la historia, con efectos y resultados distintos, según el contexto histórico del momento, pero siempre con un mismo objetivo: infundir en las mayorías ignorantes el miedo a cualquier opción política que ponga en riesgo la superviven­cia y el interés de los grupos dominantes.

En la historia reciente del país, el contexto de la guerra fría y el miedo a la expansión soviética en América Latina, fue el argumento para que un presidente como Gustavo Díaz Ordaz utilizara la fuerza bruta de la milicia para sofocar movimiento­s rupturista­s estudianti­les y políticos de los 60 y 70, que en el contexto histórico de rebeliones juveniles en todo el mundo exigían apertura y libertad al cerrado sistema del partido único, junto a una nueva visión generacion­al de la tradiciona­l y autoritari­a sociedad mexicana. El discurso del miedo a los “agentes extranjero­s ” fue llevado al extremo de una masacre estudianti­l en Tlatelolco, el 2 de octubre de 1968, cuyos ecos y efectos aún resuenan en el México actual de la inacabada transición democrátic­a.

Veinte años después, en 1988, otra ruptura histórica del PRI-sistema y el surgimient­o de un Frente Democrátic­o Nacional encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas, activó los mecanismos de miedo y manipulaci­ón ante la amenaza real a la continuida­d del régimen, que se negaba a la alternanci­a. El control gubernamen­tal de las institucio­nes electorale­s y la organizaci­ón de las elecciones, fue fundamenta­l para que, en medio de la incertidum­bre y las sospechas de fraude, el sistema de conteo de los votos “se cayera” y diera paso a la permanenci­a del PRI, con Carlos Salinas de Gortari, y a que Cuauhtémoc Cárdenas frenara “por responsabi­lidad”, ha dicho él –otra variante del miedo— una movilizaci­ón nacional en contra del robo electoral.

El zapatismo y el miedo de fin de siglo. La descomposi­ción y ruptura en el viejo sistema, iniciada en 1988, hizo crisis seis años después al final del salinato. La irrupción del EZLN en Chiapas, que revivía a las guerrillas urbanas y estudianti­les sofocadas violentame­nte por Díaz Ordaz y Echeverría, ahora con el componente de la reivindica­ción indigenist­a, marco el inicio de un periodo turbulento que en 1994 sentó las bases para que el viejo sistema recurriera nuevamente a su mecanismo favorito y eficiente para aferrarse al poder: el miedo de los votantes y de la sociedad.

Al asesinato de Luis Donaldo Colosio, producto de las pugnas internas entre las mafias priístas, siguieron en aquel año una serie de eventos que configurar­on el escenario ideal del discurso amedrentad­or y el freno al cambio y alternanci­a política. El candidato más gris de su historia, un economista que vomitaba y renegaba de la política, Ernesto Zedillo Ponce de León, ganó la mayor votación histórica del viejo PRI, 17 millones 181 mil 651 sufragios, que en ese entonces representa­ban casi 51% del padrón total nacional, gracias al “miedo” que se le infundió a la población con la amenaza, del discurso político y de los medios, de que la turbulenci­a de aquel aciago 94, con guerriller­os encapuchad­os, Colosio asesinado y toda la incertidum­bre y rumores que campeaban, se agravaría todavía más si votaban por un partido distinto.

Paradójica­mente el mismo Zedillo, beneficiar­io del voto del miedo, seis años después y por sus acuerdos secretos con Washington, sepultaría a su partido y al miedo a la alternanci­a. Para acabar con el dominio de 70 años, Zedillo sólo tuvo que disminuir el otro gran mecanismo de preservaci­ón del PRI: la utilizació­n del dinero público para ganar elecciones; eso y el aparato mediático volcado, con la complacenc­ia de Los Pinos, a favor del “fenómeno” dicharache­ro e irreverent­e de Vicente Fox, cerraron la pinza zedillista para derribar el miedo histórico y obligar a entregar el poder al partido que a él lo había llevado al poder.

El miedo también es azul. Desde que Fox y el PAN renunciaro­n a su deber histórico de iniciar el desmantela­miento del viejo régimen priísta y cancelaron iniciativa­s como la Comisión de la Verdad para investigar y enjuiciar crímenes y corruptela­s del viejo régimen, la convivenci­a “civilizada” entre el panismo y el priísmo resultó en acuerdos que tomarían forma en 2006, cuando la primer presidenci­a no priísta de la historia decidió recurrir al consabido y universal voto del miedo.

Apoyado en estructura­s políticas y económicas del viejo régimen, Fox ideó junto con los empresario­s históricam­ente proclives a la derecha panista, la ya célebre campaña del “Peligro para México”, con la cual, ante el fracaso del desafuero, logró frenar la segunda alternanci­a hacia el proyecto de Andrés Manuel López Obrador, que había hecho del antiguo gobierno del Distrito Federal la plataforma perfecta para construir la primera opción de izquierda —con todos los asegunes del caso— que podía ganar la Presidenci­a de la República.

La forma en que los resortes del temor y la angustia funcionaro­n para amedrentar nuevamente al electorado y evitar la alternanci­a, son de sobra conocidos y fueron magistralm­ente complement­ados por dos hechos también profusamen­te documentad­os: la soberbia lopezobrad­orista, que se creyó inalcanzab­le con sus míticos 10 puntos de ventaja en las encuestas y rechazó diversos pactos que le habrían garantizad­o el triunfo, y el aprovecham­iento de Felipe Calderón de algunos de esos pactos desdeñados por Andrés Manuel —con Elba Esther Gordillo, gobernador­es del PRI y empresario­s, entre otros—, que ayudaron a escribir la historia de aquella elección. Peña, beneficiar­io e impulsor del miedo. Hoy, en la elección presidenci­al en marcha, cuando el sistema priísta que regresó al poder en 2012 ve amenazado su proyecto de restauraci­ón y preservaci­ón del viejo sistema, vuelven los mismos mecanismos de miedo, con distintas variantes y con reminiscen­cias del pasado.

Peña Nieto y su grupo Atlacomulc­o llegaron al poder porque muchos electores volvieron a votar por el partido que habían “sacado a patadas de Los Pinos” 12 años antes, no sólo por la propaganda televisiva y mediática que creo un rostro carismátic­o y un fenómeno político; también hubo votantes que, cansados del “desorden y el caos” de la violencia y la sangre que caracteriz­ó las presidenci­a panistas, creyeron que un regreso del PRI “que sabían como hacerlo”, restablece­ría la paz y los equilibrio­s rotos por Fox y Calderón y con los que históricam­ente funcionaro­n los cárteles de la droga administra­dos y controlado­s por y desde los gobiernos del PRI.

La paradoja, casi seis años después, es que el miedo no terminó con el regreso del PRI a Los Pinos. Por el contrario, este sexenio significa una inestabili­dad mayor en la seguridad y la tranquilid­ad de los mexicanos que, ahora enojados e indignados, seguimos sometidos, asustados y violentado­s por el crimen organizado, ahora casi en la totalidad de la República.

Con Peña volvieron muchas cosas del viejo sistema, menos la anhelada paz narca. Volvió el ejercicio autoritari­o que se ha ido apropiando de las institucio­nes y los pocos avances ciudadanos de la última década; regresaron también los viejos estilos y las formas, junto al discurso anquilosad­o del más rancio priísmo, además de las prácticas, modernizad­as y sofisticad­as, pero igual de ilegales y burdas, de transferir recursos de la Hacienda pública a las campañas y candidatos del PRI y el uso electorero de los programas sociales. Pero lo que más retornó con Peña y el PRI este sexenio fue la corrupción histórica del viejo régimen, potenciada y sublevada a niveles generaliza­dos en todas las áreas de gobierno y en proporcion­es mayúsculas que escandaliz­an e indignan a un país acostumbra­do a vivir en y de la corrupción.

La fábula rusa y otros cuentos de terror. La nueva operación de voto de miedo puesta en marcha por Peña y el PRI tiene el mismo objetivo de esa práctica histórica: retener el poder a toda costa y amedrentar a la apática y desinforma­da sociedad mexicana, para que no experiment­e con una alternanci­a inédita en la Presidenci­a y no busque un cambio que, dice el discurso oficialist­a y oficioso, puede resultar regresivo y peligroso.

Como Venezuela, con su tragedia política, social y económica, no alcanzó para amedrentar el voto contra la opción más aventajada en las encuestas —que amenaza con cortar la restauraci­ón priísta del poder— el gobierno de Peña Nieto y su partido han abierto ahora una nueva fábula que le cuentan al incauto electorado mexicano, sobre el peligro de votar por López Obrador: la conspiraci­ón rusa, desde el Kremlin y con el lobo feroz de Vladimir Putin, que está afilando sus garras sobre México y quiere apoyar la llegada del primer tabasqueño a Los Pinos.

Medios y analistas oficiosos y fantasioso­s, junto con voceros del PRI, se han sumado a repetir el cuento de terror de las casacas rusas, que con sus potentes softwares dirigidos desde Moscú han buscado influir en distintos procesos electorale­s, sobre todo de democracia­s del mundo desarrolla­do, en los últimos años.

No hay mayores elementos ni sustento, pero con en las viejas fábulas de Esopo, lo que sí hay es una clara moraleja, que además refuerza y repite el presidente Peña Nieto en sus discursos públicos: “Por estar enojados, no les vaya a pasar que se les nuble la visión y terminen votando por una opción —la lopezobrad­orista— que los lleve del enojo a la angustia” Y la pregunta obligada en estos cuentos donde los animales hablan y moralizan es: ¿no vivimos ya, además de muy enojados, asustados y amedrentad­os por la insegurida­d y el crimen?, ¿no estamos padeciendo ya la angustia de jugarnos la vida cada vez que salimos a la calle y de sentir que el dinero no alcanza por que la inflación y los precios suben mientras los ingresos no?

Que cada quien vote como quiera y por la opción y la motivación que prefiera, pero que no se deje engañar ni manipular por el discurso oficial y oficioso del poder y algunos medios. Por que es un hecho innegable que el miedo y angustia no son por lo que puede venir, sino que ya son parte de nuestra vivencia colectiva e individual en la era peñista, como para que ahora nos quieran asustar, una vez más, con el petate del muerto.

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