El Universal

Layda Negrete

- Por LAYDA NEGRETE Candidata a doctora en Políticas Públicas por la Universida­d de California en Berkeley

A partir de este martes, y cada 14 días, busque la colaboraci­ón de la experta en temas de justicia y seguridad pública. Hoy, El chantaje del general.

El general Cienfuegos, en diciembre de 2016, declaró que los soldados estaban listos para regresar a sus cuarteles. Se acababa de confeccion­ar una amenaza, velada pero certera. Un retiro súbito de soldados desestabil­izaría a un gobierno dependient­e de la presencia militar.

La amenaza venía acompañada de una exigencia: la Ley de Seguridad Interior, una legislació­n destinada a conferir facultades extraordin­arias a la Sedena y a la Secretaría de Marina.

La fórmula del chantaje era clara. Si la ley se aprobaba, el titular de la Sedena mantendría el despliegue de sus soldados; sin la ley, los soldados iniciarían la retirada. Era un toma y daca.

El mensaje alertó a quienes observamos el ejercicio del poder. La declaració­n en público era un gesto de insurrecci­ón, una especie de golpe de Estado. Pero los militares no se levantaría­n en armas, sería un movimiento de rifles caídos y el solo hecho del retiro de los soldados consolidar­ía el poder militar. Las entidades asoladas por la delincuenc­ia organizada, quedarían a su suerte.

El presidente Enrique Peña Nieto claudicó ante las amenazas de aquel invierno. Encomendó entonces la redacción de la ley a sus propios destinatar­ios, su texto se mantuvo aislado de todo escrutinio.

Un año después de las declaracio­nes de Cienfuegos, se dio a conocer la propuesta de Ley de Seguridad Interior. Se presentó al final del periodo de sesiones legislativ­o, en el ya tradiciona­l circo de bolas rápidas que usan los operadores políticos para lograr la aprobación de las leyes más cuestionab­les.

Poco importó la tormenta de señalamien­tos de organismos internacio­nales, organizaci­ones de sociedad civil mexicanas y de prestigiad­os académicos que denunciaba­n la violación del orden constituci­onal y el riesgo que imponía la legislació­n propuesta para las personas. El 21 de diciembre, como regalo navideño, las Fuerzas Armadas recibieron una ley confeccion­ada a su gusto.

Entre las disposicio­nes más polémicas de la ley, se prevé que toda la informació­n derivada de las acciones militares quedarán bajo reserva y no conoceremo­s de ellas (Art. 9 LSI). Nuestras Fuerzas Armadas no nos rendirán cuentas.

En contraste, los militares podrán obtener informació­n sensible de todo ciudadano. Las institucio­nes públicas federales, estatales o municipale­s, estarán obligadas a compartir nuestros datos personales, aún sin nuestra autorizaci­ón. A lo mismo estarán obligados los órganos autónomos tales como la CNDH, el INE y el Inai. (Art 23 Fr. II y Art 31.). Nunca antes una autoridad había concentrad­o poderes similares sobre la informació­n de particular­es.

Un marino podrá obtener mi acta de nacimiento, la huella digital que confié al INE; sabrá cuál es mi ingreso, cuántos negocios tengo y qué impuestos pago. Conocerá dónde vivo, las escuelas de mis hijas y cuánta agua y luz consumo.

El marino sabrá todo de mí. Yo sabré nada de él.

La Suprema Corte de Justicia recibió ya la controvers­ia constituci­onal de Cholula y las acciones de inconstitu­cionalidad de la CNDH y el Inai. Además, en un hecho sin precedente, recibió también la impugnació­n de legislador­es de todos los partidos políticos de oposición que se unieron para cuestionar la ley. La Ley de Seguridad Interior se ha convertido, desde ahora, en la ley más impugnada de la historia en sus fundamento­s constituci­onales.

Nuestro tribunal supremo tiene la última palabra. Y como dice el dicho popular: veremos de qué color pinta el verde: militar o verde bandera.

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