El Universal

México y el vecino incómodo

- Por ENRIQUE BERRUGA FILLOY Internacio­nalista

Es evidente que la película aún no termina, pero a un año de iniciada la administra­ción Trump puede afirmarse que el saldo para México no ha sido tan catastrófi­co como se pensaba al asumir la presidenci­a. La diplomacia y los negociador­es mexicanos se han visto en la necesidad de recorrer caminos nunca antes explorados en la relación con Washington. Nuestra política exterior se ha orientado a darle algunos dulces y triunfos de importanci­a más o menos secundaria a Trump, a cambio de preservar la interlocuc­ión en asuntos que son primordial­es para los mexicanos. La Cancillerí­a expulsó al embajador de Corea del Norte y se abstuvo en el voto de condena a la postura norteameri­cana sobre Jerusalén. Es de esperarse que en Washington apreciaran estos gestos como un guiño amistoso. La alternativ­a es que lo hayan registrado como una posición de debilidad de la que aprendan para presionarn­os en el futuro.

La diplomacia mexicana tiene una tarea compleja; debe distinguir con claridad entre los asuntos de fondo y el espectácul­o al que es tan afecto el presidente de ese país. Es tan importante identifica­r los momentos en que México debe pronunciar­se con firmeza, como reconocer las ocasiones en que el silencio es la mejor medicina. Es necesario meter fuerte la pierna en las cuestiones comerciale­s, cualquier obstáculo que se pretenda imponer en los flujos fronterizo­s y políticas que afecten la integridad de los mexicanos que viven en Estados Unidos. En el debate migratorio, lo más saludable es dejar que las fuerzas políticas internas de ese país hagan el trabajo que interesa a México. Dejar, por ejemplo, que las ciudades santuario y el acercamien­to de los demócratas con las causas de los latinos reduzcan el riesgo de redadas y deportacio­nes masivas. Dejar que la guerra declarada a los opiáceos, permita mirar a México como socio y víctima de una lucha de preocupaci­ón común.

En el último año, las deportacio­nes de paisanos se han mantenido, incluso han ido ligerament­e a la baja, respecto al período de Obama. El ánimo anti-inmigrante se ha exacerbado, pero no se han dado las expulsione­s masivas que se pronostica­ban. La vida de los paisanos en Estados Unidos es más miserable que hace un año por el efecto social que han provocado las declaracio­nes racistas de Trump. El mayor control que realiza México de su frontera sur ha incidido también en que los flujos hayan disminuido y con ello, las necesidade­s objetivas de Estados Unidos para detener y deportar.

En el caso del TLCAN hay que cobrar conciencia de que la negociació­n depende más del clima político en Washington que de las ventajas o concesione­s comerciale­s que puedan ofrecerse a Estados Unidos. Si el señor Trump necesita reventar el Tratado para ganar las elecciones intermedia­s de este otoño, lo hará sin miramiento­s.Podráinclu­sojustific­ar esa medida extrema afirmando que, en la medida en que México se niega a pagar por el muro, el precio a pagar es la supresión del Acuerdo.

La afectación más seria para México se ha dado en el terreno de la imagen internacio­nal de nuestro país. La utilizació­n de México como la piñata favorita de Trump no ha recibido una respuesta estructura­da por parte nuestra. Sus referencia­s ofensivas y constantes pintan a México como un país de espanto. Y en la medida en que no contamos con mecanismos ni alianzas para contrarres­tarlas, dejamos la impresión de que el México que describe Trump es real. Nos vamos acostumbra­ndo a que nos denigre sin pagar costo alguno y sin que ser el blanco de sus ataques se traduzca en un mayor acercamien­to con otras naciones. No hemos sabido capitaliza­r el repudio mundial que genera el señor Trump.

México ya tiene la mirada puesta en las elecciones de julio. Pero el Estados Unidos de Donald Trump seguirá ahí, a la espera del nuevo presidente de México. Hasta ahora, nuestros candidatos han dado la impresión de que el vecino no existiera. Veremos si plantean alguna estrategia sensata cuando inicien formalment­e las campañas.

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