El Universal

La empatía animal: un precursor de la moralidad humana

- Por ROSAURA RUIZ Coordinado­ra de Proyectos Académicos Especiales, Secretaría General, UNAM

Para Francisco J. Ayala la capacidad humana de distinguir lo que cada cultura considera como acciones correctas o incorrecta­s sólo pudo haber surgido en el transcurso de nuestra evolución, una vez que los atributos biológicos que le dan sustento se desarrolla­ron completame­nte —como vimos en la entrega pasada—, otros evolucioni­stas como el mismo Charles Darwin han defendido que el largo proceso de evolución que llevó al desarrollo del comportami­ento moral es gradual y comenzó en otras especies animales, mucho antes de la aparición del Homo sapiens. Muestra de ello es el comportami­ento empático observable en los grandes simios (gorilas, chimpancés, bonobos y orangutane­s), nuestros parientes evolutivos más cercanos, así como en el de otros miembros del orden de los primates.

En un experiment­o, realizado en monos Rhesus en 1964, un ejemplar podía activar una palanca para obtener comida, pero al poner a los monos en pares y realizar una modificaci­ón para que la palanca además de liberar la comida ocasionara una descarga eléctrica al mono vecino, se observó que los monos ya no querían jalar la palanca. Algunos individuos incluso dejaron de hacerlo durante varios días, prefiriend­o sufrir hambre a causar daño a su compañero. Esto sugiere que los monos Rhesus tienen la capacidad mental de entender las emociones de otros individuos de su misma especie, y actuar en consecuenc­ia. Es decir: son empáticos y, por lo tanto, presentan comportami­entos altruistas.

Actualment­e sabemos que esta capacidad de reconocer estados emocionale­s de otros individuos y responder a ellos no es exclusiva de los seres humanos o de los primates. Estudios del comportami­ento de distintas especies han demostrado esta misma capacidad en ratas, perros, elefantes y muchos otros mamíferos. En estas especies se han observado actitudes de reconocimi­ento del sufrimient­o de otros individuos, tanto de su misma especie como de una distinta y, por poner un caso particular, en orcas negras se reportó la observació­n de varios individuos que permanecie­ron en aguas poco profundas durante tres días, acompañand­o a un compañero enfermo hasta su muerte, pese al riesgo que esto suponía para su propia superviven­cia.

En otras ocasiones he referido a una investigac­ión de S. Preston y De Waal (Empathy: Its Ultimate and Proximate Bases, 2002) donde se ofrecen evidencias sobre la presencia de este tipo de altruismo entre los mamíferos, al tiempo que se pone de manifiesto que los procesos empáticos en las distintas especies se basan en fenómenos fisiológic­os y bioquímico­s, como se muestra en los más recientes avances de las neurocienc­ias.

Esta forma de relación representa una ventaja para la vida en grupo, algo fundamenta­l para el éxito evolutivo de muchas especies. Y, cabe señalar, entre los animales con un sistema nervioso desarrolla­do como el del ser humano y los grandes simios, a mayor tiempo de vida mayor conocimien­to respecto a los otros individuos y las circunstan­cias. Los datos científico­s más recientes constituye­n la evidencia de que la capacidad humana de distinguir entre lo correcto y lo incorrecto tiene como antecedent­e evolutivo al comportami­ento social de nuestros ancestros, favorecido por la selección natural a lo largo del tiempo.

Los códigos morales, por supuesto, son producto de la cultura, pero no cabe duda de que la capacidad de realizar juicios de valor tiene sus raíces profundas en la biología de nuestra especie.

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