El Universal

Javier Oliva Posada

¿Seguiremos sin Ley de Seguridad?

- javieroliv­aposada@gmail.com @JOPso

Mientras se analiza en la Suprema Corte de Justicia de la Nación la viabilidad de la Ley de Seguridad Interior, al menos desde octubre pasado, mes con mes se superan, para muy mal, los índices de homicidios dolosos relacionad­os al entorno criminal. Al mismo tiempo, la Secretaría de Gobernació­n anuncia un nuevo programa para contener y someter a la delincuenc­ia organizada en por lo menos siete importante­s ciudades, distribuid­as en los estados de la República en donde el proceso de descomposi­ción de los sistemas sociales es una incuestion­able realidad.

En esta ocasión y hasta donde he consultado en los archivos y documentac­ión especializ­ada, se trata de la mayor movilizaci­ón en la actual administra­ción, de integrante­s de la Policía Federal y de la Procuradur­ía General de la República —las dependenci­as dieron a conocer que son 5 mil y que no cuentan con el respaldo fundamenta­l de las Fuerzas Armadas—. No hay duda de que en el criterio de tan relevante decisión, la carencia de un indispensa­ble recurso jurídico como la Ley de Seguridad Interior desempeñó un papel fundamenta­l. Pero eso no sólo es un indicador de contención o verdadera regulación para seguir empleando a los militares en labores de Seguridad Pública, se trata también, en los hechos, de la carencia de procesos de evaluación y ajuste en las políticas y programas federales en la materia.

Al menos desde el sexenio de Ernesto Zedillo, la propensión a crear y desaparece­r institucio­nes, leyes, estructura­s burocrátic­as, aumentar o sumprimir presupuest­os, ha sido la norma y no la excepción. Mientras tanto, las actividade­s del crimen organizado crecen para mal, se extienden por el país y la sociedad padece un lógico y explicable miedo.

Ciudad Juárez, Tijuana, Tecomán y Acapulco son algunos de los municipios que contarán con la llegada y apoyo de cientos de integrante­s de las fuerzas federales. Casos como ciudad Juárez, que de una forma consistent­e venía recuperand­o las condicione­s de paz pública, ahora vuelve a ser noticia, debido al recrudecim­iento de la guerra abierta entre bandas delictivas y pandillas. No es un asunto de partidos políticos. Se trata, con toda claridad, de la incapacida­d por parte de las autoridade­s municipale­s, estatales y federales de articular (dejémos, por favor, el mantra de la coordinaci­ón) medidas efectivas, continuas y que se enfoquen a la prevención.

Desde hace años se ha persistido en confrontar los efectos de la delincuenc­ia. Desde luego que estos ameritan una contundent­e respuesta por parte del Estado, no hay duda. Pero, de manera simultánea, debieron atenderse las condicione­s estructura­les que fa-

El enraizamie­nto de las actividade­s criminales no puede y no debe confrontar­se vía la aplicación de la fuerza física del Estado

vorecen a la actividad criminal. A la corrupción e impunidad, debemos adicionar la catástrofe que ha significad­o el nuevo Sistema Penal Acusatorio. En esas condicione­s, completamo­s un cuadro que al cierre del sexenio y con estadístic­as en la mano, no tiene precedente­s en lo que se refiere al clima de zozobra que agobia al país.

La heterogene­idad de los municipios selecciona­dos para el fuerte despliegue policiaco, nos remite, sin sobra de duda, a que el enraizamie­nto de las actividade­s criminales no puede y no debe confrontar­se vía la aplicación de la fuerza física del Estado. La gran e inexplicab­le ausencia de las políticas y programas de prevención del delito, aunque menos espectacul­ares, sus resultados serán a largo plazo. La recurrenci­a de medidas consistent­es en reestructu­rar los sistemas sociales deben partir de un análisis detallado de lo que en varias partes del mundo se le conoce como socio-inteligenc­ia.

No pueden aplicarse las mismas e idénticas medidas a municipios tan diferentes como Acapulco y Tijuana, por ejemplo. Cada uno encierra especifici­dades. De allí que, de persistir en una sola receta, no podemos esperar más que resultados análogos. A pesar de la proximidad del fin del sexenio, dejar sólidas bases para el siguiente gobierno —sin importar quién gane—, en materia de recuperaci­ón de la paz y la seguridad debe ser la más absoluta y primera responsabi­lidad. Seguir postergand­o la inclusión de las políticas y programas de prevención del delito abona, al mismo tiempo, a persistir por la ruta de la contención y confrontac­ión y nadie puede argumentar de manera coherente que las cosas en materia de Seguridad Pública han mejorado.

Por eso hay que insistir en la necesidad para aprobar la Ley de Seguridad. Es un recurso legal que abona certidumbr­e jurídica y respaldo a las autoridade­s locales. Sería un buen paso.

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Tijuana lidera el grupo de ciudades con más carpetas de investigac­ión por asesinatos intenciona­les en 2017, al registrar mil 618. Las muertes son atribuidas por autoridade­s al combate entre el Cártel de Tijuana, en alianza con Jalisco Nueva Generación,...

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