El Universal

Callar, hablar y apostar

- Por MAURICIO MERINO Investigad­or del CIDE

Aunque falta mucho para saber qué sucederá el 1 de julio, ya tenemos dos datos: la verdadera disputa será entre los dos primeros lugares y esa batalla se librará por lo que hagan y digan los candidatos, más que por los programas o la ideología de las coalicione­s que los respaldan. Contra lo que opinan algunos fanáticos, la verdad es que los partidos políticos han cedido el terreno a los nombres propios y el pragmatism­o.

Si nos atuviéramo­s a la encuesta publicada el 29 de enero por EL UNIVERSAL/Buendía y Laredo, habría que concluir que la Presidenci­a de la República será disputada entre AMLO y Anaya: el primero está a la cabeza con 32 puntos de 100, mientras que Anaya lo persigue con 26. En ninguna de las variables empleadas aparece el candidato del PRI como un competidor viable —excepto en el análisis de las personas con estudios universita­rios, donde Meade empata el segundo lugar con Anaya, pero con 21 puntos de diferencia hacia AMLO—. De acuerdo con esos datos, el candidato del PRI estaría descartado de entrada. Si no existiera la posibilida­d de tirar el tablero antes que perder la partida, para el PRI sería muy poco probable cerrar esa diferencia de 16 puntos que separan a Meade de López Obrador o los 10 que lo distancian de Anaya.

La verdadera contienda de julio sería entre dos individuos. El candidato a vencer, López Obrador, tiene a su favor una larga carrera política que lo ha convertido en el repositori­o de toda clase de expectativ­as. Desde quienes lo aprecian como la salvación de casi todos los males que aquejan a México, hasta quienes lo consideran como el rebelde que será capaz de romper las redes de corrupción que ha tejido el sistema, pasando por quienes defienden agendas sociales puntuales. López Obrador es la oposición por antonomasi­a y, en consecuenc­ia, el adalid de todas las causas que se persiguen en contra del régimen.

He sido testigo de discusione­s abstrusas en las que se sostiene que Andrés Manuel ha dicho lo que no ha dicho o ha prometido lo que no ha mencionado siquiera, pero da igual: quienes lo siguen creen en su tenacidad, en su rebeldía y en la oferta genérica de que todo cambiará con su sola llegada a Los Pinos. No esperan respuestas concretas ni soluciones técnicas, sino voluntad y vocación de poder. Por eso ha imantado a quienes antes eran polos opuestos y ha conseguido reunir personajes, agendas e idearios que no tenían nada en común. Para quienes lo siguen, la cosa es cambiar aquello que nos agravia: la corrupción, los abusos, la desigualda­d, la insegurida­d. ¿Cómo? Con las personas correctas, con los mejores proyectos y con el liderazgo del presidente.

En este sentido, mientras más amplio y abstracto sea su discurso, mejores resultados tendrá. Andrés Manuel ya dijo todo lo había que decir y ahora le toca repetir o callar.

En cambio, Ricardo Anaya tiene que decirnos quién es. Puede volverse el candidato del voto útil y el de quienes esperan algo más que una promesa de honestidad. Pero eso todavía está por hacerse. Casi nadie lo conocía y ahora está cerca de las preferenci­as de AMLO —siempre a la luz de la encuesta que vengo citando—, incluso entre los jóvenes y las personas con menor formación. Pero el candidato del Frente todavía es una incógnita. Si quiere ascender en los próximos meses, está obligado a hacerse entender, a explicar sus propuestas y a persuadir al 54 por ciento de los electores que todavía no deciden por quién votarán. A diferencia de AMLO, para ganar, Anaya necesita hablar mucho.

¿Y Meade? ¿Qué tendría que hacer Meade para acercarse a los dos punteros? He aquí la clave del resultado: en buena lid, el PRI hoy está fuera de la contienda, pero sus aparatos pueden inclinar o tirar la balanza. Vaya paradoja: si se mira con cuidado el presente, el PRI perderá los comicios, pero podría apostar entre los dos principale­s para decidir quién será el ganador.

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