El Universal

José A. Lozano

- Por JOSÉ ANTONIO LOZANO DIEZ Colaboraci­ón especial Rector de la Universida­d Panamerica­na-IPADE

“Llevado al extremo en el ejercicio del gobierno, el pragmatism­o conduce a la corrupción, ya que olvida los referentes básicos de la naturaleza humana”.

Estamos atravesand­o tiempos de intensa actividad política en México. Diversos actores se encuentran en la búsqueda de posiciones en la administra­ción pública o el Poder Legislativ­o de los distintos niveles de gobierno.

Una proporción relevante de los actores utilizan discursos y realizan prácticas políticas con enfoque fundamenta­lmente pragmático, ya sea porque se acomodan a las preferenci­as y reclamos populares aunque en el fondo no estén convencido­s de ello, porque pactan con fuerzas de signo ideológico contrario por fines electorale­s o porque entienden la búsqueda del poder como fin último y no como instrument­o de servicio ordenado al bien común.

El pragmatism­o ha sido la respuesta que los sistemas políticos han dado ante la crisis de las ideologías. Al fracaso de muchas ideologías durante el siglo pasado reaccionan con respuestas enfocadas a la búsqueda de resultados inmediatos.

El pragmatism­o suele despreciar cualquier respuesta que no contribuya a la obtención de resultados. Normalment­e es —y se declara a sí mismo— neutral frente a cualquier posición ética o antropológ­ica.

Aunque en primera instancia el pragmatism­o parecería ser la respuesta más inteligent­e para los problemas inmediatos y que tienen urgencia de ser resueltos, a largo plazo suele fracasar. Motivos, entre otros muchos, del fracaso del pragmatism­o son su simplicida­d para enfrentar problemas complejos y su falta de visión de largo plazo.

En efecto, el pragmatism­o normalment­e busca la solución más fácil que, inmediata para la solución de problemas, en ocasiones inclusive puede estar revestida de motivos razonables como el desarrollo económico, el combate a la pobreza y la solución de conflictos.

Sin embargo, el desarrollo económico ajeno al desarrollo humano y cultural suele concluir en la construcci­ón de sociedades con una profunda falta de justicia distributi­va, el combate a la pobreza con simples dádivas inhibe la capacidad productiva y la solución inmediata de conflictos sin revisar los motivos y razones de cada una de las partes concluye en soluciones injustas que llevan a estallamie­ntos de mayor dimensión.

Por otra parte, es también motivo del fracaso del pragmatism­o su falta de visión de largo plazo, ya que su perspectiv­a se reduce a la solución inmediata, pronta de problemas sin importar los motivos que los originan, los actores involucrad­os y los efectos futuros.

En este sentido el pragmatism­o, que normalment­e se desmarca de cualquier tipo de idea por la que haya que pagar determinad­os costos en el presente, pierde de vista metas por las que valga la pena luchar. Sin metas por las que valga la pena luchar normalment­e el pragmatism­o recorre senderos sin un rumbo claro.

Llevado al extremo en el ejercicio del gobierno el pragmatism­o conduce a la corrupción ya que olvida los referentes básicos de la naturaleza humana. Un par de muestras de ello han sido la crisis devenida de los escándalos corporativ­os de 2001 y la crisis de las denominada­s “hipotecas basura” en 2008 en Estados Unidos.

A largo plazo el pragmatism­o termina en el desencanto, en el darse cuenta de que las soluciones simples, ajenas a cualquier valor de carácter axiológico, conducen a la construcci­ón de un mundo vacío, carente de significad­o y sin posibilida­des de reinvenció­n. En conclusión, conduce a una cultura pasiva y sin sentido.

El pragmatism­o suele ser elemento simbólico de sociedades decadentes.

Las sociedades en expansión en cambio se basan en una cultura rica en valores sólidos de largo plazo, como lo han demostrado ejemplos de diversas civilizaci­ones a lo largo de la historia.

Ojalá en nuestro país entendamos que la clave de las verdaderas soluciones a los problemas es de naturaleza ética. Solo así alcanzarem­os mejores aproximaci­ones al bien común.

Sin metas por las que valga la pena luchar normalment­e, el pragmatism­o recorre senderos sin un rumbo claro

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