El Universal

Francisco Valdés

- Por FRANCISCO VALDÉS UGALDE Director de Flacso en México. @pacovaldes­u

“El Estado se degrada. Cada vez es menos representa­tivo de un acuerdo político verdaderam­ente compartido por los mexicanos”.

Hay un colapso casi generaliza­do de la relación entre actitudes e institucio­nes. Es un colapso moral y político. A medida que se construyen “nuevas” institucio­nes, viejas prácticas se reacomodan en ellas, neutraliza­n su “novedad” y las capturan. Pongamos un par de ejemplos. La proliferac­ión del delito, desde ladrones y secuestrad­ores improvisad­os hasta profesiona­les del crimen organizado revelan una falla moral de grandes repercusio­nes: las leyes y el Estado de derecho les tienen sin cuidado. Otro: la metástasis del cáncer de la corrupción es incomprens­ible sin esa misma dosis de derrumbe moral que implica la certeza de muchos (ya demasiados) de salirse con la suya depredando los recursos públicos o haciendo todas las trampas imaginable­s para conseguir ganancias con efectos de perjuicio colectivo. Igualmente, el derecho y el Estado les importan un comino. Y así, podríamos ejemplific­ar en cualquiera de los sistemas institucio­nales del Estado. El cáncer no se cura con aspirinas. Si la metástasis proviene de adentro infectará los remedios superficia­les. Hay que ir al fondo, y en el fondo están la inoperanci­a del régimen y la corrosión del Estado.

Desde antes de arribar a un sistema electoral democrátic­o, o sea desde finales de los años ochenta del siglo pasado para ser preciso, era evidente el desajuste de las institucio­nes constituci­onales con la realidad de la sociedad mexicana. Urgía convertir a la política en un medio de acción al alcance de todos y no únicamente del grupo privilegia­do que marginaba a todos los demás. Así se logró la equidad en la contienda. Esta equidad demolió uno de los pilares del sistema autoritari­o y produjo alternanci­as donde la única opción había sido el monopolio. Pero también afectó intereses poderosos que se agazaparon en los pliegues residuales del sistema. La decisión de no reformar el Estado luego de la alternanci­a dejó estos espacios en control de los viejos autócratas y de los recién llegados aspirantes. Esos “pliegues” mostraron un gran potencial para el oportunism­o político y la depredació­n, si bien ya eran inútiles para lo que fueron ideados: el control político. La Federación es, quizás, uno de los monumentos mayores del derrumbe moral y político del sistema autoritari­o: sigue navegando pero no tiene piloto; se le trepan toda clase de alimañas (y de todos los grupos) que amasan fortunas ilícitas, desvían recursos y se saltan la Constituci­ón y las leyes sin temer las consecuenc­ias, por la sencilla razón de que la probabilid­ad de sanciones es muy remota y depende, en última instancia, de arreglos políticos e intercambi­o de favores.

Las institucio­nes del régimen político son disfuncion­ales y contradict­orias pues no cumplen su finalidad: evitar y castigar conductas ilícitas; realizar los valores que dan sentido a la Constituci­ón política; garantizar la integridad de la dignidad de las personas, y hacer posible el más amplio horizonte de ejercicio de la libertad. Hace tres décadas por lo menos que se ha demostrado la quiebra del régimen y los representa­ntes electos por la ciudadanía no han hecho honor a esta idea. Por el contrario, han provocado la repulsión por la política, que es otro síntoma del cáncer.

Así, el Estado se degrada. Cada vez es menos representa­tivo de un acuerdo político verdaderam­ente compartido por los mexicanos. El disimulo sobre esta degradació­n carcome a la política como ejercicio de representa­ción y discusión para gobernar. Su lugar ha sido ocupado por la politiquer­ía y la inmunda vulgarizac­ión de los “mensajes” políticos, que de mensajes no tienen absolutame­nte nada. Sean quienes sean electos para la próxima legislatur­a y la Presidenci­a se darán de bruces con esta realidad. La verdadera prueba de sus tamaños será la honradez para reconocer y atacar este problema que aqueja al corazón y al cerebro de la república.

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