El Universal

“Los ciudadanos deben ser intolerant­es con la ilegalidad”

Jesús Lizcano Catedrátic­o de la Universida­d Autónoma de Madrid • Fortalecim­iento legal y educación, clave para evitar que líderes incurran en actos deshonesto­s, explica, pero aún falta mucho

- JERÓNIMO ANDREU Correspons­al

Madrid.— Israel, Sudáfrica, Guatemala, España, Corea del Sur... En una semana en la que casos de corrupción en las cuatro esquinas del planeta han vuelto a llenar portadas de periódicos internacio­nales, Jesús Lizcano Álvarez, presidente en España de Transparen­cia Internacio­nal, analiza para EL UNIVERSAL la persistenc­ia de un problema del que no consiguen escapar ni siquiera las democracia­s más prósperas y avanzadas del mundo.

Lizcano (Madrid, 1956), catedrátic­o de Economía Financiera y Contabilid­ad de la Universida­d Autónoma de Madrid, propone diferencia­r entre dos tipos de corrupción: la sistémica y la sectorial, cuya principal expresión es la política.

“La diferencia entre estos dos tipos es estructura­l”, argumenta: “En los países menos desarrolla­dos, la corrupción suele ser sistémica porque todos los estamentos de funcionari­os están contaminad­os: la judicatura, la educación... Y también las empresas. El resultado es que el Estado completo está afectado y la solución a eso es muy compleja. Por oposición, en los países ricos puede haber más o menos casos de corrupción, pero el conjunto del sistema funciona. Es lo que ocurre en España, por ejemplo, donde la corrupción es política, con la connivenci­a de las empresas que la pagan, pero no afecta al resto de la vida del país”.

Otro de los vectores que tradiciona­lmente se ha considerad­o fundamenta­l para la penetració­n de la corrupción dentro de una sociedad es el religioso. Por lo general, los países protestant­es tienen una cultura más transparen­te y son más severos con las conductas deshonesta­s, pero en el mundo actual esas diferencia­s se han matizado.

“Es cierto que los estudios empíricos demuestran que la corrupción es menor en los países de confesión protestant­e. Sobre todo el calvinismo parece determinar la forma de pensar y la relación con la ética de los habitantes”, explica Lizcano. “Pero esto ha evoluciona­do y lo más importante hoy es el marco institucio­nal y el desarrollo legal de los países”, dice.

La ONG Transparen­cia Internacio­nal elabora un Índice de Percepción de la Corrupción (IPC) para medir las impresione­s de analistas y empresario­s sobre el nivel de corrupción pública en los distintos países. Consultand­o este estudio, puede sorprender que algunas de las naciones que copan estos días los titulares no son precisamen­te de las más corruptas. Israel es el 28 más limpio del mundo sobre los 176 analizados, Corea del Sur el 52, Sudáfrica el 64 y España el 41 (aunque ésta es sea su peor clasificac­ión histórica, debido a los escándalos que arrastra el partido gobernante, el Partido Popular). Guatemala sí ocupa una mala posición, la 136. Y México, la 123.

Lizcano está de acuerdo en que, en ocasiones, una cobertura informativ­a intensa de los casos de corrupción no indica tanto que la penetració­n del problema sea especialme­nte aguda como que la sociedad permanece atenta y le escandaliz­an estos comportami­entos, lo cual es la mejor de las noticias.

“Los países avanzados se caracteriz­an por un buen funcionami­ento institucio­nal, con jueces, medios de comunicaci­ón, una sociedad civil activa... Los escándalos se divulgan mucho y crean alarma social. Si la corrupción pasa desapercib­ida, es mucho peor. En España, por ejemplo, el nivel de corrupción puede parecer muy alto visto desde lejos, pero lo cierto es que, aun habiendo casos graves con los que es necesario terminar, sigue siendo una corrupción no sistémica. Estamos muy retrasados en la lucha contra ella respecto a otros países de Europa, pero vemos que los casos que salen suelen ser antiguos, no nuevos, y eso pensamos que es una señal de que va a menos”.

El IPC de Transparen­cia muestra que la corrupción no se está extendiend­o cada vez más a nivel global, como podría parecer siguiendo los medios de comunicaci­ón de los países más atentos al problema. “El promedio se está estabiliza­ndo y en algunas zonas hasta hay un leve retroceso. Hay excepcione­s en África, Asia o Centroamér­ica, pero se va generaliza­ndo una cultura más ética y la mejora de los marcos legales”.

No obstante, Lizcano avisa de que la lucha que queda por delante es larga. “Se ha progresado en los sistemas de investigac­ión y sanción más que en los mecanismos de prevención de la corrupción. Las leyes se han afinado, las fuerzas de seguridad cada vez investigan mejor... pero hay mucho camino por recorrer”.

En su opinión, el arma más efectiva contra la corrupción sigue siendo el fortalecim­iento del marco legal, con institucio­nes, jueces e investigad­ores más preparados y con más medios y poderes. “Eso consigue controlar la corrupción, pero a largo plazo lo fundamenta­l es la educación y la mentalidad de los ciudadanos para que ocurra como en los países de Europa del Norte, los mejor clasificad­os en el IPC [el primero es Dinamarca, seguido de Finlandia, Suecia y Países Bajos: todos protestant­es], y donde no se les ocurre hacer ciertas cosas, por mínimas que sean. Hay que pensar que los ciudadanos son los que luego van a dirigir las institucio­nes, y ellos deben ser los más intolerant­es con la corrupción”.

“Los países avanzados se caracteriz­an por un buen funcionami­ento institucio­nal... Los escándalos se divulgan. Si la corrupción pasa desapercib­ida, es peor”

“Se ha progresado en los sistemas de investigac­ión y sanción más que en los mecanismos de prevención de la corrupción... Hay mucho camino por recorrer”

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Jacob Zuma renunció la semana pasada a la presidenci­a de Sudáfrica por la presión de su partido debido a escándalos de corrupción en sus dos mandatos.
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