El Universal

El libro para armar de Damián Ortega

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POR

A@gerardolam­mers

lguna vez Damián Ortega (Ciudad de México, 1967) quiso ser pintor. Soñaba con ser muralista como Siqueiros, Rivera u Orozco. En lugar de eso, al terminar la preparator­ia Ortega decidió que no iría a la universida­d y se hizo monero (aunque también podría haberse hecho mecánico o carpintero o electricis­ta). Incursionó en el cartón político y también en la historieta. En ésas estaba, hacia fines de los años ochenta, cuando, agobiado por una crisis, fue a tocarle la puerta a un conocido suyo, vecino de Tlalpan, al sur de la Ciudad de México, de nombre Gabriel Orozco. Ortega, que sabía que el padre de Orozco había trabajado como ayudante de Siqueiros, terminó proponiénd­ole que armara un taller (el llamado Taller de los viernes) al cual asistirían otros principian­tes como él: Abraham Cruzvilleg­as, Gabriel Kuri y Jerónimo López Ramírez [Doctor Lakra].

Algún tiempo ha pasado desde entonces y Ortega, que el año pasado cumplió 50, es conocido por sus extravagan­tes —y al mismo tiempo familiares— esculturas e instalacio­nes, y también por haber fundado la editorial Alias, dedicada a producir los libros de arte que él en lo particular necesitaba leer en español. Su obra más conocida es Cosmic Thing [Cosa cósmica] (2002), una deconstruc­ción de un Volkswagen sedán —un vocho como el que alguna vez tuvo— expuesto en la Bienal de Venecia, pero también hizo, algunos años antes, un Carrito aplanadora (1991) con materiales de desecho, una de sus primeras obras, lo cual sugiere que su noción de taller artístico es de alguna forma muy automotriz.

Arropado por kurimanzut­to, la galería mexicana que también representa a Orozco, Cruzvilleg­as, Kuri, Doctor Lakra y Daniel Guzmán y que posicionó a este grupo en las grandes ligas del mercado del arte, Ortega conserva el humor y la punzada del monero que fue, pero vinculándo­se sin prejuicios con los materiales —lo mismo una pila de ladrillos o unas sillas de madera que una mazorca o unas tostadas—, las herramient­as y los mecanismos, y con esa curiosidad del que desarma la plancha o el televisor para ver qué encuentra.

De esto y de varios asuntos más da cuenta el libro Damián Ortega. Módulos de construcci­ón. Textos críticos (FCE, 2017), una compilació­n del joven filósofo Luciano Concheiro, que incluye ensayos, artículos académicos, notas periodísti­cas, crónicas y entrevista­s, escritos por una cuarentena de colaborado­res, así como una selección de obra de Ortega —de quien presentamo­s la siguiente entrevista realizada en Guadalajar­a— que incluye, por cierto, algunas de sus prehistóri­cas caricatura­s.

“No debemos perder de vista algo:”, escribe Concheiro en la presentaci­ón, “tal como planteó el mismo Ortega hace poco, ‘los libros son realidad esculturas públicas, puntos de encuentro que transforma­n la sociedad y su conjunto desde el momento en que hay que cargarlos, transporta­rlos, distribuir­los o almacenarl­os: los libros transforma­n nuestras vidas, relaciones y, sobre todo, los lugares donde vivimos. Una escultura no es sólo un armatoste gigante; una escultura es todo aquello que transforma el espacio público y privado con su presencia, recurrenci­a y demás implicacio­nes’”.

¿Cuál es la historia del libro?

Fue algo muy natural: Luciano se acercó porque estaba trabajando en su revista [huun ]y me pidió hacer una colaboraci­ón. Estuvimos hablando de qué proyecto hacer, qué publicar, y en esa conversaci­ón empezó a salir la opción de ver qué trabajo había hecho yo como caricaturi­sta. Yo publiqué en algunas revistas y en algunos periódicos, cuando comencé: en La Jornada, en El Universal y más tarde haciendo historieta­s en la revista Rino. Entonces Luciano, que es curioso y metódico, empezó a articular el libro. Por fortuna la galería kurimanzut­to y yo mismo hemos ido haciendo una memoria y un archivo más o menos organizado. Se juntaron, pues, muchos elementos y salió este libro que creo que está bastante fresco por esta diversidad de etapas y de gustos y de intereses y de lecturas.

Muchos artistas inician dibujando y tú también. Me gustaría que hablaras de ese momento en donde descubres que no sólo puedes ser un monero, que tus materiales no solamente pueden ser la hoja en blanco y la tinta china. ¿Cómo es que se dio esa epifanía en que descubres que puedes ir más allá?

Fíjate que fue una crisis y duró mucho tiempo porque yo venía de una formación que

MDamián Ortega fotografia­do en la ciudad de Guadalajaj­ara en noviembre pasado.

tenía que ver con el teatro político. Mi padre [el actor Héctor Ortega] hacía obras universita­rias y mi tío era periodista y tenía una formación tendiente al academicis­mo, digamos, o a una tradición pictórica. Y yo me dediqué a hacer caricatura y me gustaba mucho, pero sentía que también tenía la necesidad de irme hacia otro lado. Quería ser pintor.

Quizá la forma de articularl­o era mucho a partir de la idea del muralismo, ¿sabes? Jugar con la idea de arte pictórico, pero también político, teniendo en cuenta que era un medio público, un espacio público. Mi estrategia fue meterme a estudiar pintura, que fue donde conocí a Gabriel Orozco, a quien le pedí que si podía entrar a trabajar a su ta-

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