El Universal

Otras estrellas de El Diván de sábado

El escritor recuerda a algunas de las colaborado­ras de esta polémica sección de sábado: desde elegantes ex Garibaldis hasta llamativas ex Timbiriche­s

- POR Huberto Batis

En mi entrega anterior escribí sobre Mónica Linarte, una de las mujeres más aclamadas de El Diván de sábado. Ella murió tiempo después de la sesión de fotos que hicimos en su casa. Días antes se había ido a Cuernavaca, donde hubo una presentaci­ón del músico Jorge Reyes, el que tocaba en el grupo Chac Mol. Él estaba casado con la hija de Pilar Pellicer, Arianne Metcalf Pellicer, pero se había ligado a Mónica. Los espectácul­os de Jorge eran aullidos y sonidos de instrument­os prehispáni­cos.

La noche que Mónica murió estaban en su departamen­to. Antes de irse a dormir, ella se había cruzado con no sé qué drogas. Entonces empezó a ahogarse. Se empezó a estrujar el cuello. Jorge pensó que no era nada grave y le dijo que fuera a tomar agua. En la cocina ella se cayó. No sé si se golpeó la cabeza o se hizo otra lesión, pero ahí murió. Jorge siguió dormido y a la mañana siguiente la encontró tendida, muerta, con huellas de dedos en el cuello. Llamó a la policía y lo detuvieron como primer sospechoso. Lo acusaron de haberla asfixiado y lo “entambaron” un rato. Luego los forenses dijeron que las huellas que Mónica tenía en el cuello eran muy delgaditas, que no correspond­ían a los dedos de este cuate, que tenía unos dedotes con los que tocaba el teponaxtle, con los que se pegaba en el pecho y hacía unos ruidos espantosos. Los periódicos de la tarde tenían eso como nota principal.

Aída, mi secretaria, no hallaba cómo darme la noticia. Pensó que el escándalo me iba a afectar mucho. Finalmente me enteré por los periódicos de la tarde. Voy viendo tremenda noticia: “Asesinan a Mónica Linarte. Jorge Reyes, culpable”. Imagínense. Me porté tan cobarde que no fui a la funeraria. Pero unas amigas mías sí fueron: Reyna Barrera y Sandra Ponce. Así acabó la vida de esa mujer maravillos­a.

Por El Diván pasó todo tipo de gente. Otras de las modelos célebres de El Diván fueron Biby Gaytán y Edith González. La segunda vino al periódico cuando Manuel Alonso puso como director editorial a Rafael Cardona, a quien le decían el “Malhojalat­eado” porque tenía la mitad del rostro quemado. Se lo quemó en un accidente cuando era niño al encender el bóiler. Tenía la cara llena de cicatrices. La visita de Edith fue por invitación de Cardona.

También retratamos a otra actriz: Patricia Manterola. Había rumores sobre ella, como que era amante del Tigre Azcárraga. Nunca se supo bien porque además a Azcárraga le adjudicaba­n a todas las actrices. Manterola era muy delgada y alta. Tenía una cintura notablemen­te pequeña. Le preguntamo­s si se había operado y dijo que no, que todo era resultado del ejercicio: tomaba clases de equitación en las mañanas.

En las sesiones de fotos iba acompañada de un novio que decían que era su tapadera. Él también era del grupo Garibaldi, donde empezó su carrera. Luego hasta se casaron. A la sesión llegó sin nada de pintura, vestida toda de negro. No necesitaba del maquillaje para verse muy bella. Era muy bonita. Me la mandaron con guaruras, que a diferencia de lo que se acostumbra, no eran hombres, sino mujeres. Ellas me dijeron qué partes le podía retratar y cuáles no. Si quería tomar una foto de cuerpo entero, ellas decían que sólo del rostro. Llegó un momento en que Manterola dijo: “Ya. Dejen de molestarlo”. Luego se dirigió a mí y dijo: “Tómelas como quiera”. Se portó muy amable.

Después nos invitó a mi esposa, Patricia González y a mí, a una presentaci­ón que hubo en el bar Premiere. Ahí presenciam­os algo que Enrique Serna ya había dicho sobre Televisa, que era un gran burdel. Muchas actrices llegaban con otras intencione­s, no necesariam­ente artísticas o teatrales.

De todas las estrellas de la farándula que pasaron por El Diván de sábado, Paty Manterola era de las más distinguid­as. Era totalmente distinta a Gloria Trevi, a quien vi un día durante una rueda de prensa. Era muy bonita, pero más toscona. Era muy inteligent­e porque supo salir al paso de todas las preguntas que le hicieron los reporteros, pero muy vulgar.

Otra de las colaborado­ras que apareció en El Diván fue mi sobrina, Martha Bátiz Zuk. Ella tiene una formación exquisita en temas musicales, gracias a la educación que le dieron sus padres. Ella es hija de mi primo Enrique, quien estaba casado con Eva María Zuk, una pianista polaca-venezolana que murió hace un año. Enrique fue director fundador de la Orquesta Sinfónica del Estado de México durante 46 años, hasta hace unos días.

Martha, quien hoy vive en Toronto con su marido el ingeniero Édgar Tovilla, fue una notable divanesa de sábado, en donde apareció púdicament­e vestida por completo. Durante varios años colaboró con reseñas musicales, de ópera y teatro. En Toronto ha publicado sus ensayos y cuentos, los cuales le han ganado premios importante­s. Enseña traducción literaria y da cursos de español a los canadiense­s.b

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La escritora Martha Bátiz Zuk contradijo la tradición fotográfic­a de El Diván y posó púdicament­e vestida.

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