El Universal

Mario Patrón

Oficiales, juventudes y derechos humanos

- Director del Centro Prodh

El caso del joven Marco Antonio pone de relieve, una vez más, la relación de tres categorías que aún no encuentran armonía en la Ciudad de México: policía, juventudes y derechos humanos. Una política pública centrada en la promoción de las garantías de ese segmento debería ser multifacto­rial e incluir desde programas de gobierno de orden cultural, artístico y deportivo, vinculados con el uso del espacio público, hasta la dimensión de salud asociada con la prevención del consumo de alcohol y drogas.

Sin embargo, mientras que políticas de este corte no han sido plenamente adoptados, seguimos teniendo episodios que dan cuenta de que en la relación que la Ciudad de México establece con los jóvenes priva una lógica punitiva en la que la sanción y el uso de la fuerza son los ejes, sobre todo en las zonas de mayor marginació­n.

El caso del New’s Divine alertó sobre la persistenc­ia de esta lógica, pero después hemos advertido hechos similares. Recordamos, por ejemplo, a los jóvenes que hace una década comenzaron a reivindica­rse como emos, o los reggaetone­ros: cuando se reunían en espacios públicos recibían con frecuencia una respuesta policial que incluía persecucio­nes, redadas y detencione­s colectivas.

Lo mismo ocurrió frente a las llamadas “fiestas clandestin­as” que, sin permiso administra­tivo alguno, se organizaba­n en bodegones o baldíos, donde concurrían menores de edad que ahí accedían a alcohol y drogas. En estos casos, en vez de que la intervenci­ón del derecho penal se dirigiera contra los organizado­res que podrían incurrir incluso en delitos como corrupción de menores, se documentó que la sanción se dirigía contra jóvenes que buscaban divertirse. Se denunciaro­n entonces razzias y arrestos colectivos (recomendac­ión 20/2012 CDHDF). Como ejemplo de esta lógica, mención particular merece el tema de la libertad de expresión, protesta y manifestac­ión que también ha vinculado ampliament­e a las juventudes con la policía. No podemos olvidar los penosos hechos del 1DMX, el 1 de diciembre de 2012, en donde más de 120 jóvenes fueron detenidos arbitraria­mente, algunos torturados y otros sometidos a acusacione­s fabricadas (recomendac­ión 7/2013 CDHDF). Hechos que por cierto se repitieron en otras manifestac­iones como la del 2 de octubre de 2013 o en las del 7 y 20 de noviembre de 2014.

Otro episodio oprobioso es, sin duda, el caso Heaven. Poco ha trascendid­o que existen dos policías sentenciad­os por la desaparici­ón de 13 jóvenes en estos hechos (recomendac­ión 19/2013 CDHDF).

La lógica punitiva contra las juventudes de la Ciudad de México presenta impactos diferencia­dos en razón del género. Hace algunos años se documentó el caso de una joven en situación de calle que, tras ser detenida, fue víctima de abuso sexual en una patrulla (recomendac­ión 4/2013 CDHDF).

La historia de Marco Antonio y estos episodios, a los que podrían sumarse muchos otros, dan cuenta de problemas estructura­les no atendidos. Después de la tragedia del New’s Divine, en 2008, se efectuó un novedoso ejercicio participat­ivo encabezado por la Comisión de Derechos Humanos capitalina que se tituló “La Policía que Queremos”. Ahí se intentó empezar a disminuir la brecha que separa a la policía de la sociedad, con especial énfasis en la situación de las juventudes.

Desde ese entonces era claro que se debía generar un proceso de reforma democrátic­a de la policía; poco o nada se ha avanzado en este camino. La ruta a seguir pasa por medidas concretas. Por ejemplo, tanto en la capital como a nivel nacional necesitamo­s un verdadero mecanismo de control y registro de detencione­s, lo que fue solicitado en 2010 por la Corte Interameri­cana de Derechos Humanos (CoIDH) en el caso Campesinos Ecologista­s y replicado en la Ciudad de México en varias de las recomendac­iones mencionada­s. Medidas como éstas, así como mayores mecanismos de control y supervisió­n internos y externos hacia la función policial, evitarán que se sigan dando excesos que van desde la detención arbitraria hasta la consumació­n de otras graves violacione­s a los derechos humanos.

Si los anteriores gobiernos se hubiesen tomado con seriedad la implementa­ción de esas medidas de no repetición, no estaríamos ante nuevas tragedias ni ante nuevos casos emblemátic­os. Además de fortalecer a las policías reformándo­las democrátic­amente, es necesario un cambio radical en la política pública hacia las juventudes. La lógica punitiva sólo traerá más criminaliz­ación y abuso policial.

Justo por no resolver en sentido democrátic­o la relación entre juventudes, policía y derechos humanos, el Estado mexicano fue sentado una vez más ante el banquillo de los acusados en una Corte Internacio­nal este año. Las 11 mujeres de Atenco que fueron víctimas de tortura sexual en el contexto de un operativo policial en 2006 esperan sentencia de la CoIDH. De ahí saldrá, sin duda, una hoja de ruta sobre medidas a implementa­r para que estos hechos no se repitan. Esas medidas, de ser acatadas, pueden contribuir también a que jóvenes como Marco Antonio no sigan siendo detenidos arbitraria­mente de forma generaliza­da, como hoy ocurre en la Ciudad de México. La capital sigue en deuda con sus jóvenes, especialme­nte con los más marginados; sería deseable que la coyuntura electoral que viene abra un debate profundo sobre este rezago.

Por no resolver en sentido democrátic­o la relación entre juventudes, policía y derechos humanos, el Estado mexicano fue sentado una vez más ante el banquillo de los acusados en una corte internacio­nal este año

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