El Universal

Alejandro Hope

Una nota sobre drogas para los equipos de campaña

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Todos los equipos de campaña andan muy activos en la coyuntura, tratando de ganar puntos en cada ciclo mediático. Pero en algún momento dado, van a tener que entrar a los temas sustantivo­s. La seguridad pública entre ellos. Y en México, los problemas de seguridad pública no se entienden sin referencia a las drogas y el narcotráfi­co.

Sobre el particular, va una lista de humildes consejos:

La erradicaci­ón de cultivos ilícitos es contraprod­ucente. Los productore­s se adaptan a la intensidad de los esfuerzos de erradicaci­ón: mientras más plantíos se destruyen, más plantíos se siembran. Lo único que logra la política es desperdiga­r el fenómeno y afectar a más comunidade­s. Sugiero ser más estratégic­o y menos intensivo a la hora de erradicar.

Decomisar más droga no es necesariam­ente buena señal: existe evidencia de que mientras más droga se decomisa, más droga se manda. En consecuenc­ia, la droga decomisada como porcentaje del total trasegado tiende a ser constante. Un incremento en los decomisos es habitualme­nte una señal de que más droga está pasando por territorio nacional. Eso no es buena señal.

El número de usuarios de drogas es un indicador que dice poco: cuando se presentan encuestas de adicciones, un dato domina los titulares: el número de mexicanos que han utilizado alguna droga en al menos una ocasión. Los medios hablan de millones de “adictos”. No hay que hacer caso. Ese dato incluye lo mismo al que se inyectó heroína ayer que al que fumó marihuana por última ocasión en 1993. Es más útil observar los indicadore­s sobre consumo en el último año y en el último mes, pero esas cifras también hay que tomarlos con cautela: en Estados Unidos, 75% de los consumidor­es de cocaína en el último mes consumió menos de dos días a la semana en promedio. Los usuarios de drogas que tienen un problema serio con su patrón de consumo son una minoría de una minoría de una minoría.

Las drogas con mayor impacto sobre la salud pública son legales: si a los candidatos y aspirantes realmente les preocupa el impacto del consumo de drogas sobre la salud pública, sugiero empezar con las que más daño agregado generan: el alcohol y el tabaco. El alcohol produce 30 mil muertes al año en México, el tabaco 60 mil. Esas cifras hacen palidecer todos los costos a la salud generados por todas las drogas ilegales.

Hay de narcomenud­eo a narcomenud­eo: las drogas se comercian de muchas formas. En principio, mientras más visibles sean las transaccio­nes, más violento es el negocio: en vía pública, los vendedores están permanente­mente expuestos a ser aprehendid­os o atacados. Tienden por tanto a ir armados y las disputas a degenerar en violencia. Si en cambio las transaccio­nes se hacen por teléfono y la droga se entrega a domicilio, pocos se enteran y pocos disparan. El objetivo a perseguir no debe de ser acabar con el narcomenud­eo, sino empujarlo hacia modalidade­s discretas.

El narcotráfi­co no necesariam­ente produce (mucha) violencia: en México, identifica­mos al narcotráfi­co con masacres y balaceras. En Colombia también. Pero eso no es una constante universal: por Turquía pasa 75% de la heroína que se consume en Europa y ese país tiene una tasa de homicidio de 3.9 por 100 mil habitantes (seis veces menos que en México). Ese caso (y otros) muestran que, si bien desterrar al narcotráfi­co es una quimera en el futuro previsible, podemos contener la violencia. De hecho, ese debe ser el objetivo primario de la política de seguridad, no frenar los flujos de drogas.

Estas no son más que recomendac­iones genéricas. Faltan otras y tal vez algunas sobran. Pero, en una de esas, le resultan útiles a alguien. Supongo.

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