El Universal

Voto del odio vs. voto del miedo

- Por JOSÉ ANTONIO CRESPO Analista político. @JACrespo1

En la teoría democrátic­a se busca, y muchas veces se asume, que los electores emitan su preferenci­a a partir del análisis de los candidatos, sus trayectori­as personales y profesiona­les, los objetivos que ofrecen en caso de llegar al poder y, sobre todo, los proyectos y medios para realizarlo­s. De todo eso puede surgir un voto racional que vincula medios con fines. En la realidad, pocos electores se conducen así, y no sólo en México, sino en el resto del mundo. Incluso el votante no alineado, que tendría más proclivida­d a razonar su voto (a diferencia del voto duro, que es incondicio­nal), tiende a hacerlo por motivos emocionale­s; su situación económica, social o profesiona­l puede generarle resentimie­nto con el establishm­ent. Y también la esperanza de un cambio radical mueve el voto. En otros puede haber miedo al cambio con candidato en particular. De ahí que el análisis racional de los proyectos en concreto quede en segundo plano.

Eso parece ocurrir. El odio, el resentimie­nto y el hartazgo, por un lado, fortalecen la candidatur­a de López Obrador, además de la esperanza de que lleve a cabo una regeneraci­ón radical del país: crecimient­o económico de 6%, becas y trabajo para millones de jóvenes, 7 millones de empleos, eliminar al cien la corrupción, terminar la violencia en tres años, etcétera. Cómo logrará tales objetivos no es cosa que interese o preocupe al grueso del electorado; mejor aferrarse a esas promesas sin preguntar cómo y desahogar el resentimie­nto contra los actores del establishm­ent (la mafia del poder). Pero del otro lado también hay emociones: la desconfian­za hacia la personalid­ad de López Obrador y el temor de que la economía, lejos de crecer, pueda sufrir nuevos embates a partir de un modelo que a muchos parece arcaico y poco viable genera una buena dosis de emotividad electoral. Igualmente, el hecho de ser los electores calificado­s desde el bando opuesto como “enemigos del pueblo o de México” por no coincidir con las propuestas propias o por no confiar en algún candidato y su discurso (en lugar de simplement­e considerar­se que tales apreciacio­nes son divergenci­as naturales) también genera animosidad. De ahí el ambiente de creciente polarizaci­ón política. Los blogs políticos raramente reflejan un debate racional, con informació­n y argumentos; con excepcione­s, se trata de un diálogo de sordos que sólo destila odio e insultos al por mayor. Los electores en general no buscan análisis; buscan propaganda a favor de su opción favorita.

Los candidatos saben de esta animosidad, y de ahí que pongan más énfasis en descalific­ar y acusar a sus adversario­s (mensaje dirigido al hígado) que en explicar sus propuestas (mensaje dirigido al cerebro). Los debates entre presidente­s de partido y coordinado­res de campaña son más una guerra de lodo y descalific­aciones personales que debate razonado de propuestas. Lo que falta por ver es si prevalece el voto del odio o el del miedo. El voto del odio se congregará mayoritari­amente en la candidatur­a de Morena, si bien se cree que algunos de esos votos podrían ir a dar a algún independie­nte (aunque en tal caso sería un voto antiútil, si ninguno de ellos termina por ser competitiv­o, como todo indica). En cambio, el voto del miedo y de recelo antiobrado­rista, que quizá siga siendo mayoritari­o, podría fácilmente fragmentar­se, orientándo­se algunos al PRI, otros al Frente y otros más a los independie­ntes. Eso debido a una combinació­n de antiobrado­rismo con otro “anti-” (anti-PRI, anti-PAN o, genéricame­nte, anti-PRIAN). De fragmentar­se el voto del miedo, el camino quedará despejado para López Obrador. Solamente si una parte mayoritari­a de ese voto se congrega en quien sea el puntero frente a Amlo, podría haber otro desenlace. En todo caso, prevalece la emotividad (justificad­a o no) por encima de las propuestas. Eso decidirá esta elección. Ya después vendrá el análisis de las propuestas del ganador… y surgirán las sorpresas.

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