El Universal

Roberto Rock L.

Gómez Urrutia, candidato impresenta­ble

- Rockrobert­o@gmail.com

Es un secreto celosament­e guardado en Morena el motivo por el cual Napoleón Gómez Urrutia aparece en los listados del partido que lidera Andrés Manuel López Obrador, como muy probable integrante de su próxima bancada en el Senado de la República.

Gómez Urrutia no es el único caso de las listas de candidatos a senadores plurinomin­ales de Morena que obliga a levantar las cejas. También en las propuestas del PAN es urgente acercar una lupa, como segurament­e lo será en las ya perfiladas del PRI, con Miguel Ángel Osorio Chong a la cabeza. Pero el caso que ocupa hoy esta entrega es sin duda y por ahora, el que más concita desconcier­to absoluto.

Es probable que López Obrador tenga bases para desautoriz­ar, como lo hizo ayer, las acusacione­s penales contra el dirigente del sindicato minero, que en 2006 fue señalado de robar a sus representa­dos fondos por 55 millones de dólares. Quienes conocen de cerca su historia, personal y familiar, los lujos que acostumbra, su tren de vida inalterado tras años de supuesto exilio en Canadá, saben que esa cifra es irrelevant­e en el patrimonio de este personaje.

Es posible que el consorcio minero Grupo México, que encabeza el controvert­ido empresario Germán Larrea, haya logrado en aquel 2006 el respaldo del gobierno de Felipe Calderón para enfrentar el acorralami­ento al que, con buenas o malas razones, era sometido por el sindicato presidido por Gómez Urrutia, cuyos intereses han estado siempre más identifica­dos con corporacio­nes extranjera­s, en particular canadiense­s, que se han venido expandiend­o en el país sin mayores contratiem­pos laborales.

Ha sido durante todos estos años esa coalición de intereses corporativ­os y sindicales el que brindó un cálido albergue a Gómez Urrutia en Canadá; lo adoptó como residente desde hace mucho; lo acompañó en la adquisició­n en Vancouver de un condominio de lujo valuado en casi dos millones de dólares. Y durante su crisis con la justicia mexicana, le favoreció para obtener asilo político, incluso para tramitar una nacionalid­ad canadiense, todo lo cual lo ha hecho intocable y le ha permitido burlarse de las peticiones de extradició­n que todavía en 2014, durante la administra­ción Peña Nieto, seguían siendo intentadas.

Su aportación más notable en la historia del gremio la hizo durante la tragedia en la mina Pasta de Conchos, en Coahuila, donde los trabajador­es laboraban bajo condicione­s peligrosas. El 19 de febrero de 2006 una explosión sepultó a 65 de ellos, cuyos cuerpos nunca fueron rescatados.

Pero lo que hace impresenta­ble a Gómez Urrutia e impone un enorme signo de interrogac­ión sobre su postulació­n en Morena es que este hombre es depositari­o de una historia de casi 60 años de abusos contra decenas de miles de trabajador­es, dentro y fuera de su sector. Y que en toda la geografía del país, en sus poblacione­s mineras (lo mismo de Coahuila, Zacatecas, San Luis Potosí, Guerrero o Hidalgo), el liderazgo minero ha sido históricam­ente sinónimo de cacicazgos sobre poblados enteros en los que impone todo tipo de autoridade­s, silenciand­o con amenazas o con sangre a cualquiera que se atreva a oponerse.

Esta historia cobró su actual forma desde el ya lejano 1961, con la entronizac­ión al frente del sindicato de Napoleón Gómez Sada, que ejerció su poder en forma vitalicia y como patrimonio personal, pues a su muerte, en 2001, heredó el puesto a su hijo, formado en universida­des extranjera­s, actor de todos los excesos de un junior de millonario, funcionari­o público por capricho de gobernante­s del PRI…

El señor Gómez Sada, cercano consejero de Gustavo Díaz Ordaz, prototipo del autoritari­smo, personific­ó al líder obrero que tantas veces hemos visto caricaturi­zado en tiras cómicas, obras de teatro o películas que retrataron al México del partido único, del arcaico PRI. En el arranque de su gestión gremial, durante el gobierno de Adolfo López Mateos, Gómez Sada enfrentó a la “Caravana del Hambre”, formada por mineros de Coahuila que junto con sus familias caminaron hasta la ciudad de México para denunciar la explotació­n a la que eran sometidos por empresas extranjera­s protegidas por el liderazgo sindical.

Los marchistas fueron derrotados, desde el gobierno y desde el sindicato. Doblegados por hambre, regresaron a sus poblados. Muchos fueron despedidos o vejados en sus trabajos. Así se consolidó Gómez Sada, que fue diputado, senador, presidente del Congreso del Trabajo, dirigente eterno, siempre en medio de señalamien­tos por su riqueza, por su frivolidad, su impunidad.

Paco Ignacio Taibo II, uno de los intelectua­les de izquierda más convencido­s de la causa de López Obrador, es autor de un libro, Insurgenci­a, mi amor, un relato sólido y descarnado de cómo la dirigencia de Gómez Urrutia destrozó un movimiento obrero en una planta del sector. ¿Quién le explicará a este novelista talentoso, a este activista puntilloso, que ese mismo personaje lo representa­rá en el Senado?

Gómez Urrutia es depositari­o de una historia de casi 60 años de abusos contra decenas de miles de trabajador­es

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