El Universal

Diego Un joven invencible

Cuando tenía sólo dos meses de vida, Diego y su familia fueron impactados por una camioneta; el accidente no limitó su desarrollo

- Texto: ILSE GARCÍA Foto: JORGE ALBERTO MENDOZA

Como cualquier adolescent­e, Diego Rodríguez juega futbol, anda en bicicleta y toca la guitarra. Está por terminar la secundaria. Por las tardes, pasea perros y los sábados ayuda a su papá en el taller mecánico. Lo único que lo hace diferente al resto es que a los dos meses y medio de edad perdió la pierna derecha cuando un vecino echó de reversa su vehículo y atropelló a su abuela y a su mamá, quien lo tenía en brazos.

Diego Rodríguez está por cumplir 15 años. Una de sus grandes pasiones es jugar futbol; también le gusta andar en bicicleta, en patines y tocar la guitarra. Está por terminar la secundaria. Por las tardes, ayuda a su mamá en su negocio de comida y pasea perros para ganar 200 pesos a la semana. Los sábados trabaja con su papá en su taller mecánico. Diego perdió su pierna derecha a los dos meses y medio de edad; 12 años de su vida los ha pasado en rehabilita­ción y desde los dos años usa prótesis.

Es 12 de mayo de 2003. Verónica convive afuera de su casa con su madre y otros familiares. En sus brazos lleva a su bebé, Diego, de tan sólo dos meses y medio. En un instante, su vida cambia para siempre. Un vecino sale con prisa de su casa. Pelea con su primo. El sujeto enfurecido sube a su camioneta y la echa de reversa a gran velocidad. Pierde el control y arrolla a la familia. El impacto es tal que incluso derrumba la barda de la casa.

La abuela es la primera en recibir el impacto. Muere al instante. Verónica queda enganchada de un cancel. Cinco de sus costillas están rotas; su brazo, destrozado, y uno de sus pulmones, perforado. Todo es confusión.

Una vecina sabe que Verónica cargaba al bebé. Con desesperac­ión, comienza a buscarlo entre los escombros. Levanta una piedra tras otra y encuentra una pequeña pierna cercenada.

Dos años después del accidente a Diego le colocaron su primera prótesis y comenzó a aprender a caminar. De acuerdo con su doctor, su gran resilienci­a le permitió también aprender a patinar, andar en bicicleta y jugar futbol.

Diego cumplirá 15 años el 24 de febrero, 12 de ellos los ha pasado en rehabilita­ción. Para él, su amputación nunca ha sido una barrera. Está por terminar la secundaria y quiere estudiar Mercadotec­nia. Mientras, ayuda a su mamá en su negocio de comida y pasea perros para ganar 200 pesos a la semana. Los sábados, lava autos y les cambia el aceite en el taller mecánico de su papá.

El bebé está a punto de morir

En el hospital, el primer diagnóstic­o sobre Diego es fatal: no sólo perdió la pierna derecha, tiene una fractura en el cráneo. Está a punto de morir, no queda más que esperar. Sin embargo, después de 10 días hospitaliz­ado, el bebé sale adelante. “Dios nos lo dejó”, asegura su papá, Gustavo Rodríguez. La familia también espera que Verónica salga adelante. El dolor que siente por las fracturas hace que quiera morirse.

Han pasado ocho días desde el accidente. Gustavo entra al cuarto de Verónica para preguntarl­e dónde guarda la cartilla de vacunación de Diego. Ella sabe que algo pasa. “Dime la verdad”, pide. Gustavo no puede ocultarlo más: “Diego perdió su pie”. Ella recibe la noticia como una inyección de vida. En su mente la idea de la muerte ya no cabe.

Comienza la rehabilita­ción

Luego de tres meses en recuperaci­ón, Verónica visita junto con su hermano la tumba de sus padres.

El sombrío panteón del ayuntamien­to de Guadalajar­a colinda y contrasta con los coloridos muros del Centro de Rehabilita­ción Infantil Teletón (CRIT) de Occidente. Verónica se decide a entrar y anota a Diego en la lista de espera. Pasan algunos meses y mamá e hijo son llamados para su primera cita.

Esa mañana se alistan para hacer ese primer viaje de unos 40 minutos, el mismo que harán durante 12 años, bajo la lluvia o de noche, incluso sin un peso en el bolsillo. En el CRIT, el médico Mauricio Amante Díaz es asignado para atender al niño.

La primera prótesis

Diego ha cumplido dos años y aún no sabe caminar. Su mamá o su papá lo bañan sentado en una silla; a todos lados lo llevan en brazos, pero hoy está a punto de utilizar su primera prótesis. Su madre no puede contener la emoción.

El doctor Amante explica: “Ahora el cerebro de Diego deberá aprender a mandar todas las señales que hacen que un niño pase del gateo a la marcha”.

“Pirata, cojo y mocho”

Diego va a la primaria. En clase, no todos sus compañeros entienden por lo que pasa a diario para caminar como cualquiera de ellos. “Pirata, cojo, mocho”, le dicen. Se siente triste, pero sabe que al salir al recreo podrá encontrars­e con sus hermanos y estar tranquilo.

Suena la chicharra. Los niños se han reunido en el patio. Juan Manuel, el mayor de los hermanos, le tira sin querer un churro a uno de sus compañeros. El niño se enoja, le reclama, le exige que le pague la golosina. Pero Juan no tiene dinero.

Una pelea se desata. Otros niños se acercan para ver qué pasa. El otro hermano de Diego, Angy, llega al rescate y se involucra en la pelea. Luego, también se suma Diego.

La gresca se acaba, pero el asunto no termina ahí. Juan Manuel y Angy son llamados a la Dirección. Los hermanos se encuentran en el pasillo, van preocupado­s por Diego. “Debe estar llorando”, piensan, sólo tiene siete años.

Al llegar a la oficina, Diego está sentado en la silla de la directora, con un jugo en la mano y el rostro relajado. Así envía una señal a sus hermanos de que todo está arreglado. Demuestra que él también puede defenderse solo.

Vivir en el deporte

Son las 13:30, el sol pega fuerte y en la secundaria Manuel Gómez Morín, de la comunidad de Tlajomulco, Jalisco, los lugares con sombra escasean. Es jueves y mañana es día de asueto. Apoyado por una muleta, porque su muñón le ha molestado, Diego, ahora un adolescent­e de 14 años, avanza hacia el transporte que lo llevará de vuelta a casa.

Si fuera otro día, al llegar ayudaría a su madre a atender el puesto en el que vende barbacoa. Hoy no, ella descansa.

En el fraccionam­iento Valle Dorado, en Tlajomulco, zona conurbada de Guajadalar­a, no todas las calles están pavimentad­as y en algunas zonas el andar es difícil por los montículos de tierra, pero no impide que a veces Diego vaya a comprar la carne para la venta del día siguiente, que ande en bicicleta o lleve a pasear a los perros de su vecina.

Hoy Diego está emocionado, irá a entrenar futbol. Sus hermanos practican todos los días en una escuela del Club Atlas. Al llegar a las canchas, recuerda cuando podía practicar a diario. Hace tres años dejó de hacerlo, tras una operación en la que le quitaron tres centímetro­s del hueso del muñón.

No hay diferencia entre su pierna y su prótesis: lanza el balón al aire, con la pierna lo domina; con la prótesis lo para.

El cajón de los recuerdos

Diego fue dado de alta de su proceso de rehabilita­ción hace aproximada­mente dos años, en 2015. Lo que no significa que haya dejado sus terapias y revisiones.

Se sienta en su cama, sonríe y toma su guitarra. Toca unos acordes, apenas está aprendiend­o. Se echa al suelo, su rodilla le da la fuerza para mantener el equilibrio. Saca un cajón debajo de su cama, ahí guarda las cosas importante­s.

Entre ellas, cuatro de las seis prótesis que ha utilizado desde niño; las otras se han quedado en los hospitales para ser recicladas. También saca el par de patines con los que aprendió a patinar.

Mira su prótesis favorita, la que está ilustrada con la imagen del capitán Jack Sparrow. Sonríe y recuerda que esa se la ganó en una apuesta. Sus Chivas contra el América, el equipo favorito de uno de sus médicos. Esos recuerdos especiales lo acompañan hoy, cuando después de dos años volverá a pisar el CRIT.

Al entrar al Centro, la emoción lo domina. Comienza a saludar a sus amigos y a sus doctores. Hay abrazos, hay apretones de mano y de cachetes.

Al llegar a la alberca, la mira y sonríe. Fija sus ojos en ese espacio en el que tomó terapia durante cinco años. Recuerda el difícil proceso por el que pasó. Piensa en la vez en que se descalabró, estaba muy resbaloso y no traía su prótesis.

Piensa en los momentos de sufrimient­o y cansancio, pero también en que a diario disfruta su recompensa: “Estar aquí es lo más importante. Ser una persona normal, porque para mí no fue una discapacid­ad tener una prótesis”.

“Estar aquí es lo más importante. Ser una persona normal, porque para mí no fue una discapacid­ad tener una prótesis”

DIEGO RODRÍGUEZ

Ex paciente del Centro de Rehabilita­ción Infantil Teletón de Occidente

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Diego dice que no hay diferencia entre su pierna y su prótesis. Puede nadar, jugar futbol y hasta andar en bicicleta sin dificultad.
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Entre su pertenenci­as más preciadas, conserva las prótesis que le han ayudado a caminar en diferentes etapas de su vida.
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Diego ayuda a su madre en el negocio familiar, y a su padre en su taller.
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Una de sus actividade­s favoritas es jugar futbol con sus hermanos.
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Diego enfrentó la discrimina­ción de sus compañeros en la primaria.
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A pesar de su prótesis, Diego disfrutó en su infancia andar en patines.
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Debido a una fractura en el cráneo, los médicos temían que no sobrevivie­ra.

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