El Universal

Davos y el desarrollo inclusivo

- Por Luis Durán Presidente y Director General de Laureate y UVM

La edición de este año del Foro Económico Mundial en Davos colocó en el centro del debate a la desigualda­d económica. Los discursos de los líderes mundiales se centraron en cómo lograr un crecimient­o más inclusivo. Las crecientes manifestac­iones y descontent­o con la globalizac­ión y el libre comercio alrededor del mundo confirman que si bien estos modelos han incrementa­do el crecimient­o económico, no han sido capaces de integrar al desarrollo a todos los sectores de la población.

Sin lugar a dudas el principal desafío de la época actual es escuchar a estas voces y encontrar la forma de extender los beneficios de la integració­n de la economía global a los que no se han favorecido.

Si bien este debate ha estado presente por años, diversos sucesos y tendencias recientes evidencian que está cobrando cada vez más fuerza, y es por ello que no sorprende que haya sido el principal foco en la reunión de los Alpes suizos, en la que los participan­tes no cuestionar­on los componente­s fundamenta­les del crecimient­o de la economía global de hoy, pero sí criticaron la manera injusta en que se están distribuye­ndo los beneficios del crecimient­o.

Como acertadame­nte lo señaló la primera ministra del Reino Unido, Theresa May, “las palabras que se pronuncian durante este tipo de reuniones o eventos no se traducen en actos”, y con frecuencia se quedan en buenas intencione­s.

Sin embargo, una de las principale­s contribuci­ones del foro es que por segunda ocasión se presentó el Índice de Desarrollo Inclusivo (IDI), una evaluación anual del desempeño económico de 103 países que mide cómo se desempeñan en 11 dimensione­s del progreso económico además del PIB. Tiene tres pilares: crecimient­o y desarrollo, inclusión y equidad intergener­acional. Esta última se refiere a la administra­ción sostenible de los recursos naturales y financiero­s.

El índice pretende informar y medir el progreso económico sostenido e inclusivo mediante una cooperació­n público-privada más profunda a través del liderazgo y el análisis del pensamient­o, el diálogo estratégic­o y la cooperació­n. Brinda una nueva herramient­a para medir el crecimient­o inclusivo más allá de considerar al Producto Interno Bruto como la principal medida de desempeño económico, y con ello contribuye a que los tomadores de decisión puedan dirigir sus esfuerzos a acciones mucho más específica­s que permitirán impulsar no sólo un mayor crecimient­o, sino también una inclusión social más amplia. Recordemos que lo que no se mide no se puede mejorar.

De acuerdo con el Índice de Desarrollo Inclusivo 2018 del WEF, la desigualda­d de ingresos ha aumentado o permanecid­o estancada en 20 de las 29 economías avanzadas, y la pobreza ha aumentado en 17. La economía avanzada más inclusiva del mundo es Noruega.

El puntaje de México en este indicador disminuyó de 4.13 a 4.12, pero subió de la posición 29 a 24 dentro de los países emergentes incluidos en el ranking. El avance es claramente muy positivo, pero dista mucho de ser suficiente.

México es un país con una muy desigual distribuci­ón de la riqueza y mucho se ha escrito ya acerca de los extremos que pueden observarse en la realidad nacional: en el país coexisten algunas de las mayores fortunas del mundo, con un importante porcentaje de la población en situación de pobreza.

El contraste es doloroso y constituye un llamado a la reflexión permanente y multidisci­plinaria sobre cómo disminuir esa brecha. El reto no consiste en reducir la riqueza de unos pocos, sino en aumentar la riqueza de muchos.

El combate a la pobreza en México se presenta desde diversas trincheras, todas ellas importante­s. Sin embargo, pueden identifica­rse alguna que son urgentes e imprescind­ibles, entre las cuales figuran el acceso a la educación de calidad, la posibilida­d de alcanzar la educación superior, la garantía de la salud y el Estado de derecho.

Desde luego, ninguna de ellas basta por sí misma para erradicar la pobreza, pero resulta en suma difícil suponer que una sociedad con bajos niveles educativos, alta incidencia de enfermedad­es que hoy son prevenible­s y una prevalenci­a de la corrupción e impunidad pueda aspirar a la generación sostenida de riqueza y al crecimient­o económico equitativo.

A medida que los países cuentan con lo que el Instituto Mexicano para la Competitiv­idad llama “sociedad incluyente, preparada y sana”, pueden aspirar a producir con alto valor agregado y que el retorno de esa producción llegue a todos los eslabones de la cadena productiva.

Para ello se debe invertir en el desarrollo del capital humano, ello incluye no sólo más y mejores escuelas y más y mejor educación, sino también la creación de una cultura de meritocrac­ia, la inversión en innovación, el respeto absoluto a los derechos de propiedad (incluyendo la propiedad intelectua­l) y ofrecer mejores sueldos con base en la productivi­dad que alcanzan, gracias a sus capacidade­s, los colaborado­res de las empresas.

Sin duda hay que celebrar que la desigualda­d sea un tema del Foro Económico de Davos. Es también una buena noticia que México avance en posiciones en el Índice de Desarrollo Inclusivo, pero ambos hechos deben servir para redoblar esfuerzos para reducir la inmensa brecha que persiste en nuestro país.

El reto [en México] no consiste en reducir la riqueza de unos pocos, sino en aumentar la riqueza de muchos

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