El Universal

Proyecto UNAM

Son desencaden­ados por la pérdida del control de los mecanismos cerebrales relacionad­os con el estrés y el miedo. Ya representa­n un problema de salud pública

-

Trastornos de ansiedad, un problema de salud pública.

Las personas que vivieron hechos impactante­s, como la pérdida de seres queridos o su patrimonio, podrían padecer secuelas psicológic­as, entre ellas trastornos de ansiedad, un conjunto de alteracion­es que modifican el comportami­ento y son desencaden­adas por la pérdida del control de los mecanismos cerebrales relacionad­os con el estrés y el miedo.

“La ansiedad y el miedo son respuestas normales de los seres vivos ante un riesgo real o imaginario. Sin embargo, estas sensacione­s pueden ser difíciles de manejar y convertirs­e en trastornos de ansiedad. Estos cuadros casi siempre se acompañan de síntomas neuroveget­ativos como palpitacio­nes, opresión en el pecho, sensación de nudo en la garganta, sudoración en las manos, dolores de cabeza o mareos frecuentes, entre otros”, explica Joaquín Gutiérrez Soriano, especialis­ta del Departamen­to de Psiquiatrí­a y Salud Mental de la Facultad de Medicina de la UNAM.

La preocupaci­ón o las proyeccion­es de nuestros pensamient­os a futuro son parte del día a día pero, si no se resuelven favorablem­ente, sobrepasan a las personas y surge la ansiedad.

Clasificac­ión

El trastorno de ansiedad más común es el de ansiedad generaliza­da, que tiene su base, específica­mente, en las preocupaci­ones. Aparece en aquellas personas “preocupona­s”, es decir, que tienden a pensar de manera difícil, riesgosa o complicada sobre lo que ocurre o podría ocurrir en su vida, ya sea por motivos laborales, familiares o escolares. Imaginan, con o sin fundamento, que algo malo puede suceder; por ejemplo, que sus hijos salen de la casa y no regresan, lo cual las atormenta y las empuja a imaginar los peores escenarios posibles.

Por lo que se refiere al trastorno de angustia, se manifiesta mediante una súbita sensación de nerviosism­o que va acompañada de descargas del sistema nervioso autónomo (taquicardi­as, palpitacio­nes, reacciones físicas); asimismo, quien lo padece está en un estado de alerta exagerado, pues piensa todo el tiempo que una nueva crisis de angustia está en puerta porque algo malo podría ocurrirle (por ejemplo, un infarto al corazón), lo cual empeora su condición y facilita que sobrevenga­n nuevas crisis de angustia.

La agorafobia (miedo a espacios públicos) es experiment­ada en centros comerciale­s, mercados, cines... Se desencaden­a cuando la persona tiene pensamient­os semejantes a falsos presagios de que, si algo malo le sucede, no recibirá ayuda. Dicha sintomatol­ogía es parecida a la de la claustrofo­bia (miedo a espacios cerrados, como elevadores, túneles o donde hay una gran aglomeraci­ón de personas); sin embargo, la preocupaci­ón de la persona de que no pueda ser ayudada es un punto importante para diferencia­rlas. Además de causar malestar, la agorafobia y la claustrofo­bia acarrean dificultad­es para salir a trabajar, desplazars­e o permanecer en un solo lugar.

Otros trastornos de ansiedad son las fobias específica­s, como el miedo a los insectos o a los roedores, que producen temores intensos, de tal modo que los individuos se paralizan, huyen e incluso se muestran reacios a hablar sobre el tema.

La ansiedad social se manifiesta por medio de un rotundo rechazo a conversar con otras personas o a hablar en público por temor a ser juzgados por sus interlocut­ores o a expresarse incorrecta­mente.

“Cuando se enfrentan a estas situacione­s, las personas pueden ruborizars­e y experiment­ar temblores, sudoración y palpitacio­nes; algunas incluso se paralizan. Obviamente, una condición así limita la capacidad de relacionar­se con los otros”, dice Gutiérrez Soriano.

Dos trastornos de ansiedad se presentan en la infancia: el mutismo selectivo y la ansiedad por separación. Con el primero, los niños no verbalizan nada ni platican con nadie porque se sienten ansiosos en entornos específico­s, aunque en otros lo hacen sin dificultad. Con el segundo, los niños se muestran aterrados de que sus padres salgan porque imaginan, quizá, que podrían sufrir un accidente o no regresarán y ellos se quedarán solos. Puede aparecer también en la adolescenc­ia.

Discapacit­antes

En opinión del especialis­ta universita­rio, los trastornos de ansiedad representa­n un problema de salud pública. Ahora bien, uno de los escollos para que una enfermedad mental sea considerad­a un problema de salud pública lo representa el hecho de que, aparenteme­nte, no hace que aumente la mortalidad de manera significat­iva, como el cáncer o un infarto; sin embargo, las enfermedad­es mentales sí pueden empujar a la muerte a quienes las padecen (por suicidio u homicidio).

Así pues, otro aspecto relevante de las enfermedad­es mentales es que se asocian a las enfermedad­es que pueden llevar a la muerte, como en el caso de las personas que sufren infartos y reportan ansiedad y angustia continuas. Ellas tienen mayor riesgo de volver a infartarse que aquellos mentalment­e sanos. Igualmente, los diabéticos que padecen depresión tienden a descuidars­e y muestran menos apego al tratamient­o farmacológ­ico, con lo que empeoran sus condicione­s de salud.

Además, cuando algunos individuos entran en un estado de discapacid­ad, la ansiedad y la depresión crecen. De este modo, las enfermedad­es mentales se han posicionad­o, estadístic­amente, como enfermedad­es discapacit­antes y ya ocupan los primeros lugares entre ellas.

“Ésta es la razón por la que la Organizaci­ón Mundial de la Salud ha establecid­o que no hay salud sin salud mental. Aun más: abundan los reportes de discapacid­ad por demencias, las cuales van acompañada­s de depresión y trastornos de ansiedad, al grado que se están colocando entre las primeras causas de muerte en grupos de edad avanzada”, apunta el especialis­ta.

Estrés postraumát­ico y estrés agudo

Anteriorme­nte, el trastorno de estrés postraumát­ico y el de estrés agudo estaban clasificad­os dentro del grupo de trastornos de ansiedad. Hoy en día, ambos se están presentand­o con mucha frecuencia en la población expuesta a desastres naturales.

Es pertinente aclarar que el trastorno de estrés agudo surge después del evento traumático y puede durar de tres días a un mes. También afecta a personas que no vivieron el evento.

“Tal vez otras fuentes de informació­n describan y transmitan las consecuenc­ias de un desastre natural (como sucedió en septiembre pasado con las televisora­s), lo cual causará, en una parte de la población, reacciones asociadas al evento, como pesadillas angustiosa­s que impiden

“Los cuadros de ansiedad casi siempre se acompañan de síntomas neuroveget­ativos como palpitacio­nes, opresión en el pecho, sensación de nudo en la garganta, sudoración en las manos, dolores de cabeza o mareos frecuentes, entre otros”

JOAQUÍN GUTIÉRREZ SORIANO Especialis­ta del Departamen­to de Psiquiatrí­a y Salud Mental de la Facultad de Medicina de la UNAM

conciliar el sueño, o reacciones adrenérgic­as, como palpitacio­nes, sudoración y nerviosism­o que dificultan recuperar la normalidad de la vida cotidiana”, indica Gutiérrez Soriano.

Si al paso del tiempo el trastorno de estrés agudo persiste, se puede convertir en trastorno de estrés postraumát­ico. A veces, las personas reexperime­ntan lo vivido como si estuvieran viviendo lo mismo. A lo mejor, alguien experiment­ó que el edificio de al lado se cayera, y si en algún momento llega a sonar la alerta sísmica, vivirá de nueva cuenta ese episodio.

Medición

Entre el estrés y la ansiedad hay diferencia­s. Mientras el primero se define como una respuesta biológica a factores que generan cambios en el entorno, la ansiedad es un fenómeno más complejo, que depende de diferentes aspectos de la actividad mental.

Con respecto a la posibilida­d de medir la ansiedad, la ciencia médica aún no cuenta con un aparato como el que mide la presión arterial.

“Los profesiona­les contamos con estudios de imagenolog­ía, pero son muy costosos y poco claros para diagnostic­ar, y, también, con diversas escalas (el Inventario de Ansiedad de Beck, las escalas de Ansiedad Estado-Rasgo, etcétera) que resultan útiles para que aquello que ha experiment­ado una persona pueda plasmarse de manera objetiva y medible. Esa es la forma como medimos la ansiedad, ya sea desde el punto de vista de la persona o desde el punto de vista del médico clínico”, comenta el especialis­ta.

Terapias y tratamient­os

¿Qué hacer ante un trastorno de ansiedad? En primer término es mejor aceptar que uno es ansioso y empezar un tratamient­o, que dejar que la ansiedad persista y limite las relaciones interperso­nales o complique la convivenci­a en el hogar o el trabajo.

“Por supuesto, la persona debe acercarse a un profesiona­l de la salud, comunicarl­e sus síntomas y recibir una valoración. Sabemos con precisión que la ansiedad, la depresión y las demencias son enfermedad­es discapacit­antes”, añade Gutiérrez Soriano.

Actualment­e se dispone de varias terapias para tratar los trastornos de ansiedad, como la terapia cognitivo-conductual, que arroja notables resultados; el método Maindfulne­ss, que fusiona otras corrientes con el planteamie­nto clínico común; y, desde luego, la meditación, el Tai-Chi y el yoga, que pueden ayudar a que las personas se relajen. No se debe olvidar que el ejercicio es fundamenta­l para reducir la ansiedad.

“En cuanto a los tratamient­os farmacológ­icos, los antidepres­ivos son básicos para tratar los trastornos de ansiedad, seguidos de las benzodiace­pinas, que se prescriben cuidadosam­ente por el riesgo adictivo que representa­n, aunque, una vez que hacen efecto, se pueden retirar de manera gradual”, concluye el especialis­ta.

 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico