El Universal

José María Zubiría Maqueo UNAM, ¡cómo no te voy a querer!

- Consejero de Fundación UNAM

Si hace 40 años yo hubiera descrito lo que he obtenido de la UNAM, muchos me habrían calificado de ingenuo y soñador. Pocas decisiones me han marcado tanto como esa.

En efecto, la Universida­d ciertament­e me proporcion­ó las bases de conocimien­to que me han permitido desarrolla­r una carrera profesiona­l de la que me siento orgulloso y satisfecho. Los profesores que tuve, las instalacio­nes que gocé y los compañeros que conocí fueron extraordin­arios, pero lo que más valoro es lo que me transformó como persona, como ser humano.

Hasta entonces, mi formación escolar, que también agradezco, fue en institucio­nes privadas. Mi entrada a la Facultad de Ingeniería resultó de una decisión consciente, atraído por lo que leía sobre las fortalezas técnicas de nuestra Máxima Casa de Estudios y, claro, por la fortuna de haber aprobado el famoso examen de admisión. Mis primeras vivencias en el anexo de la Facultad me llevaron a experiment­ar una realidad que hasta entonces escuchaba y no entendía. Muchos de mis compañeros realizaban un esfuerzo impresiona­nte para poder estudiar: desde el que tenía que hacer trayectos de horas para llegar a clase de siete, hasta el que venía directo de trabajar en el turno nocturno en el aeropuerto, pasando por un grupo importante que asignaba gran parte de los ingresos familiares a la adquisició­n del material necesario para los estudios. Esta realidad y el saber que ocupaba un lugar que podría tener alguien con más pasión y necesidad me llevó a aprovechar lo mejor posible la oportunida­d que tenía enfrente.

Tuve la suerte de que al entrar al Instituto de Ingeniería como becario pudiera aprender de un grupo joven de profesores que recién regresaba de hacer sus estudios de doctorado en Stanford y con quienes, los siguientes años, continué cultivando experienci­as en el Instituto de Investigac­iones Eléctricas o en el Posgrado de la Facultad. Recuerdo las largas tardes donde corría algoritmos dirigidos a hacer el reconocimi­ento de voz usando una computador­a PDP-40 para convertir a digital una señal analógica. Lo que hoy mis hijos ven como natural, el “hablar” con Siri en su iPad, en aquellos años era toda una hazaña. Pero lo increíble fue ver la entrega y profesiona­lismo de profesores que bien pudieron continuar sus investigac­iones fuera de México, el regresar y compartir sus aprendizaj­es.

Junto con estas experienci­as, fui electo para participar en el Consejo Universita­rio como representa­nte de los alumnos. El vivir este proceso fue sumamente aleccionad­or. El competir por una posición de representa­ción, el convivir con las diferentes corrientes ideológica­s, el combatir la apatía ante procesos de elecciones de unos y el interés de inducir ciertos resultados de otros, el sentir, en una expresión pequeña, lo que es en México el complejo proceso de elección de autoridade­s y el confirmar mi convicción por el respeto que debe regir ante la diversidad de ideas y credos.

Particular­mente formativo fue el momento de elección del nuevo director de la Facultad. Habíamos creado una revista que intentaba ser un medio de comunicaci­ón con la comunidad estudianti­l y, al iniciar el proceso, la primera sorpresa fue ver cómo facciones externas a la Facultad iniciaban campañas para desacredit­ar a los representa­ntes estudianti­les, que en ese momento trabajábam­os para que los alumnos conocieran a los diferentes candidatos. Recuerdo entrar un lunes a la Facultad y ver un desplegado que nos calificaba de izquierdis­tas revoltosos, mientras que pegadas en los pupitres de los salones había hojas que nos categoriza­ban como ultraderec­histas. En fin, experienci­as que me enseñaron a profundiza­r en el conocimien­to de las personas, en evitar juzgar sin conocer y en ser humilde en el uso del poder, por pequeño que este sea.

Además tuve la fortuna de que mi novia, hoy esposa, estudiara en la Facultad de Odontologí­a, lo que me obligaba a expandir mi universo y a valorar más las oportunida­des, diversidad de conocimien­tos, la riqueza de instalacio­nes y, en el caso de Odontologí­a, por mencionar sólo uno, la noble acción social que sus alumnos realizan en comunidade­s de muy escasos recursos.

Por referencia de un amigo universita­rio comencé a trabajar en una empresa paraestata­l que me indujo al ramo financiero. Al graduarme tuve la invitación de incorporar­me a la plantilla de profesores de la Facultad, lo que hice con gusto. Esto vino acompañado de más aprendizaj­e, ahora por los alumnos. Fue un periodo breve, pero enriqueced­or; la chamba me llevó a vivir a Cd. Lázaro Cárdenas y colaborar, de nuevo, con amigos de la Facultad.

La UNAM siempre ha estado presente en mi carrera profesiona­l. A fines de los 80recibí una inesperada invitación de quien había sido una alta autoridad en la Universida­d, para colaborar en el sector público. Esa puerta me permitió desarrolla­r conocimien­tos en finanzas internacio­nales, que jamás sospeché. Al cambiar de giro al de telecomuni­caciones, reencontré a viejos profesores y compañeros. En mi reingreso al sector público, en las sesiones en el Congreso, el ser exalumno de la UNAM fue una ayuda. Ahora, en el sector privado, tengo el privilegio de colaborar con un importante mecenas y exalumno de la Universida­d. En fin, en cada etapa profesiona­l, la UNAM ha sido un respaldo; su gente, un apoyo; y su espíritu, una inspiració­n.

Hace 10 años recibí la invitación de incorporar­me al Consejo de la Fundación UNAM. Ahí he confirmado que somos muchos a los que la UNAM les proporcion­ó formación técnica y humana, alternativ­as profesiona­les, amigos, parejas, en pocas palabras, vida con sentido de orgullo y agradecimi­ento. En la Fundación he constatado las enormes necesidade­s que tiene la Universida­d para seguir formando personas comprometi­das y preparadas, además de la solidarida­d y apoyo que muchos exalumnos proporcion­an de manera desinteres­ada. Quienes tuvimos la dicha de estudiar en la UNAM tenemos una deuda que no debemos olvidar y, en la medida de nuestras posibilida­des, pagar.

Finalmente, hace seis años fui invitado a formar parte del Patronato de la UNAM. Esta actividad honorífica me ha permitido estar más cerca de mi Universida­d, de conocer un poco más su alcance, sus recursos y necesidade­s, sus desafíos, oportunida­des y amenazas. No hay otra institució­n con sus caracterís­ticas; estamos obligados a cuidarla y quienes estudiamos en ella quedamos eternament­e endeudados.

Con todo lo anterior, UNAM, ¡cómo no te voy a querer!

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