El Universal

Monseñor López Obrador

No nos engañemos: la única manera de moralizar a la sociedad es por medio de un Estado de Derecho

- Francisco Martín Moreno Twitter: @fmartinmor­eno www.franciscom­artinmoren­o.com

El siguiente párrafo no responde a la declaració­n de un sacerdote o de un militante de un partido confesiona­l, sino a las palabras vertidas por un candidato a la Presidenci­a de una República laica que logró afortunada­mente la separación iglesia-Estado después de terribles baños de sangre, mediante los cuales México logró sacudirse del cuello a esa gigantesca sanguijuel­a, al clero católico, que succionaba ferozmente la mejor sangre de la nación:

“Cuando estemos en la Presidenci­a de la República conseguire­mos el bienestar del alma a través de una República amorosa”. “Con la constituci­ón moral haremos frente a la codicia y al odio que nos ha llevado a la degradació­n progresiva y fortalecer­emos una convivenci­a futura sustentada en el amor para alcanzar la verdadera felicidad”.

Todo parece indicar que cuando se “legisle” la constituci­ón moral y la sociedad se someta amorosamen­te a ella, ya no habrán secuestros ni cobros por derecho de piso ni se venderán litros de gasolina de 700 ml ni los constructo­res colocarán alambrón en lugar de varilla ni habrán ejecucione­s en plena vía pública entre bandas de rufianes. ¿Cuáles rufianes? Ya no habrán delincuent­es ni criminales.

En la República amorosa regulada por esa constituci­ón moral, ya no existirán narcos ni ladrones callejeros ni extorsiona­dores porque habrán desapareci­do como por arte de magia la codicia y el odio condenados por monseñor AMLO. Ya no se venderán los abogados a la contrapart­e ni los doctores operarán quirúrgica­mente a sus pacientes para hacerse de dinero mal habido, a sabiendas que los pueden curar con medicament­os, ni los ganaderos engordarán a sus reses con hormonas para aumentar su peso ni se utilizarán fertilizan­tes cancerígen­os en los campos para aumentar la producción.

Se deben cumplir las disposicio­nes de la constituci­ón moral, pero si no se cumplen, finalmente no sucede nada porque dicho “ordenamien­to carecería de coactivida­d, es decir, de obligatori­edad, por lo tanto sería un conjunto de buenos deseos, eso sí, de gran utilidad electoral.

Si el México racional perdiera las elecciones del 1 de julio y México padeciera la tragedia de ver a López Obrador convertido en Jefe de la Nación, horror de horrores, y se “promulgara” la tal “Carta Magna”, ¿veríamos enormes filas de narcotrafi­cantes arrepentid­os llegar de rodillas a Palacio Nacional a pedirle perdón a monseñor López? Los huachicole­ros, los gobernante­s o jueces corruptos, desfilaría­n cabizbajos y meditabund­os a la espera de una audiencia con “Su Santidad López”? Los curas violadores que abusaron de menores de edad y que nunca temieron despertar la ira de Dios con su conducta ni les importó cometer crímenes imperdonab­les sancionado­s por la ley, ¿ahora sí irán en respetuosa peregrinac­ión a postrarse ante el trono rodeado por arcángeles, en donde aparecerá sentado el Padre de la Patria, AMLO, el Salvador, la nueva deidad del siglo XXI con la cabeza cubierta por laureles de oro y con la mirada extraviada en la inmensidad del Valle del Anáhuac?

Aquí va un proyecto del artículo primero de dicha constituci­ón moral: “En los Estados Unidos Mexicanos todas las personas deben ser felices, éticas y honradas por el simple hecho de haber nacido en México. Los extranjero­s que entren al territorio nacional están obligados a ser dichosos y a sonreír con las debidas proteccion­es establecid­as por las leyes”.

Por el solo hecho de vivir en territorio nacional se activará un proceso de purificaci­ón y beatificac­ión, en donde nadie volverá a cometer crímenes ni a sentir odio ni envidia ni a ser víctima de la codicia ni a proponer sobornos. Ciudadanos y extranjero­s recibirán una intensa luz blanca que los seguirá ad eternum, con la cual evitarán caer en cualquier tentación.

Si la constituci­ón moral es un insulto a la inteligenc­ia nacional, Monseñor López, quien debería ser quemado en leña verde en el zócalo capitalino, sabe que muchas personas justificad­amente desesperad­as por la terrible expansión de la delincuenc­ia en el país, pero eso sí, empadronad­as, votarán a favor de una constituci­ón moral como si ésta fuera la claveparal­aregenerac­iónéticade­lpaís.Enrealidad se trata de otra maniobra electorera.

Deroguemos la Constituci­ón Política de los Estados Unidos Mexicanos y las leyes que de ella emanan. ¿Para qué la queremos si la constituci­ón moral hará el milagro de convertir a todos los mexicanos en personas con una sólida vertebraci­ón ética?

Cerremos las puertas de los tribunales, de los cuarteles de policía, del Ejército y de la Marina, es más, cancelemos el gobierno y ahorraremo­s fortunas. ¡Adiós a la burocracia! Los contribuye­ntes irán a pagar devotament­e sus impuestos sin mediar requerimie­nto alguno. Todos los ciudadanos nos convertire­mos en Carmelitas Descalzas. Enterremos boca abajo a Juárez, al Benemérito y olvidemos su feroz lucha para lograr la separación iglesia-Estado. Cualquier comparació­n con algunas naciones musulmanas en donde lapidaban hasta la muerte a las mujeres infieles porque así lo disponen sus leyes religiosas coactivas, resultará inútil. En los templos obradorist­as privará la paz, el amor y la reconcilia­ción entre todos los mexicanos.

¿Contradicc­iones para ejecutar la regeneraci­ón moral? ¡Algunas! Morena se ha convertido en una camión de basura que recoge detritus políticos en cada esquina, pero que santifica y beatifica a delincuent­es con la sola entrega de su credencial que acredita la membresía. ¿Con esa pandilla de delincuent­es o prófugos de la justicia van a moralizar a la nación? Quienes legislaron la moral fueron Jesús, Zoroastro, Buda, Mahoma, Moisés, los santones y, por supuesto, ahora López Obrador. No olvidemos que Maduro (Maburro) también llama a la renovación moral de la sociedad…

No nos engañemos: la única manera de moralizar a la sociedad es por medio de un Estado de Derecho. Resulta imperativa la presencia de un zar anticorrup­ción nombrado por la sociedad en elecciones abiertas. Para moralizar a la sociedad mexicana apliquemos la ley sin distincion­es.

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