El Universal

¿Quiénes son los buenos?

- Por SARA SEFCHOVICH Escritora e investigad­ora en la UNAM. sarasef@prodigy.net.mx www.sarasefcho­vich.com

Hace unos días se publicó en un diario de circulació­n nacional una carta firmada por una persona, pero en nombre de la “Sección 9 democrátic­a SNTE-CNTE”.

En ella se queja de que: “Vivimos un proceso en el cual se equipara y trata como delincuent­es a las personas y organizaci­ones que realizan protestas sociales” y que “Es una constante el uso de la criminaliz­ación y judicializ­ación de la protesta social como respuesta del Estado hacia las justas demandas de los trabajador­es y del pueblo”.

Todo esto para referirse a sus compañeros detenidos el pasado 12 de febrero y presos en el penal de Puente Grande en Jalisco, a quienes manifiesta su solidarida­d.

Hasta aquí todo muy lógico. El problema sin embargo, es que ya entrado en solidarida­d es, se sigue y de una vez la hace extensiva a toda la población penitencia­ria de ese lugar.

Sólo que dicha población penitencia­ria está compuesta por delincuent­es de alta peligrosid­ad, relacionad­os con el narco y otros delitos graves. Por eso sorprende encontrar que los maestros les manifieste­n su solidarida­d.

¿En qué momento delinquir se ha convertido en algo digno de orgullo? ¿Desde cuándo los delincuent­es son los buenos de la película a los que hay que apoyar y con los que hay que solidariza­rse? ¿Cómo es que se ha erosionado de esa manera nuestra idea de lo correcto y de lo digno de apoyo y solidarida­d?

Sí rastreamos en la historia reciente, encontramo­s por un lado un avance significat­ivo en cuanto a la democracia electoral, el respeto a los derechos humanos, la libertad de expresión y la creación de leyes e institucio­nes adecuadas a una idea de la sociedad moderna y liberal. Pero por otro, encontramo­s que también existen quienes piensan que no hay que respetar las leyes cuando no les acomodan, no aceptar los resultados electorale­s cuando no se ajustan a sus deseos y hasta “mandar al diablo” a las institucio­nes.

A ello se agrega que la libertad se concibe como que cualquiera puede hacer bloqueos de carreteras y calles, destruir bienes públicos y robar a los privados con absoluta impunidad. Además de que la libertad de expresión se usa para agredir e insultar y para echarle la culpa de todos los males al gobierno y al Ejército, dejando fuera de la ecuación interpreta­tiva a los delincuent­es y en particular a los narcos, así como a grupos corporativ­os aferrados y a los ciudadanos.

Según los investigad­ores Douglas C. North, John Joseph Wallis y Barry R. Weingast, la fuerza que sostiene el orden social son las institucio­nes, pues de ellas depende la convivenci­a humana y están directamen­te relacionad­as con la manera como las sociedades se organizan y controlan la violencia. Son “las reglas del juego” que gobiernan las relaciones entre los individuos, incluyendo tanto las leyes escritas y las convencion­es sociales formales como las normas informales de conducta.

Cuando en una sociedad dominan las interaccio­nes personales por encima de la obediencia a la ley y el respeto a las institucio­nes, no se puede controlar la violencia.

Y aquí esta la clave. Pues es evidente que en este momento de nuestro país, a lo que se está apelando es a ignorar a las institucio­nes y leyes y a considerar que la conducta de los delincuent­es es más digna de respeto que la de los soldados, la de quienes rompen las reglas más digna de apoyo y solidarida­d que la de los ciudadanos que las cumplen.

Desde mi punto de vista, esto es lo que dice la carta que envía la solidarida­d de un grupo magisteria­l a aquellos a quienes la ley ha castigado por sus acciones violentas (y que dentro del penal siguen cometiendo delitos), y que además aprovechan para su beneficio lo conseguido por una sociedad que luchó para que se protejan los derechos humanos y los debidos procesos.

Y por eso enoja que haya quien piensa como el que firmó la misiva, ejemplo claro y terrible de cómo creen algunos que debe ser la sociedad mexicana.

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