El Universal

Nahui Olin El deseo infinito de ser

Musa, pintora y poeta, Nahui Olin es, en la historia del México posrevoluc­ionario, la representa­ción de la mujer dueña de su propio destino: artístico y sexual. Desde 1945, año de su última exposición, la presencia de Olin, fallecida en 1978, se perdió ha

- POR Autora de (Conaculta, 2012); (@amalvido

Después de los veintes ya nadie pinta ni le toma fotografía­s a Nahui Olin. ¿Por qué de repente se detiene la iconografí­a? ¿Qué sucede luego de la muerte de Eugenio Agacino? Sabemos que Nahui se aísla voluntaria­mente en su casa de la calle General Cano en Tacubaya, Ciudad de México. Sigue pintando, sigue escribiend­o, pero se construye un mundo propio.

Los demás ya no ven la belleza que ella sigue viendo en su espejo. Va mucho al cine Metropolit­an, le fascinan las películas francesas; cuando cobra su pensión se lanza directo al restaurant­e favorito para comer; casi a diario acude a la Alameda a alimentar a sus gatos y de paso a las leyendas que la tradición oral crea alrededor de su personaje: que vendía sus fotografía­s de desnudos, que regalaba el amor, que prendía focos con el sólo contacto de sus dedos, que sus ojos brillaban en la oscuridad como los de un gato, que se le veía en los tranvías viajando con sus felinos entre la ropa y un sinfín de episodios que se encuentran en la línea que divide a la realidad de la ficción.

Lo cierto es que participa en varias exposicion­es de artes plásticas, pero después de 1945, cuando exhibe parte de su obra dentro de una muestra colectiva en el Palacio de Bellas Artes, Nahui emprende su camino al silencio.

A partir de entonces, sus actos se encasillan en la locura. Su libertad resulta incómoda. Su sinceridad hiere. Su sexualidad se enfrenta a la hipocresía. Está loca, dicen. Es más fácil ver así a la mujer que decide su propia vida.

Nahui opta por una introspecc­ión que no se comprende. Se resguarda en el sol, su amigo, su amante, el único que la acaricia. Ya no es la mujer bonita de los veintes, a nadie le sirve ya. Sólo al sol y a sus gatos. Pero se tiene a sí misma.

En su libro The Outsider (El desplazado), Colin Wilson trata de explicarse a lo largo de un ensayo, el porqué de Van Gogh, Nijinsky, Nietzche, T. E. Lawrence o Henri Barbusse y esa actitud frente a la vida que asumen algunos seres humanos excepciona­les y que, al no comprender, la sociedad califica de locura.

La teoría del filósofo y escritor británico y sus definicion­es de “el desplazado” nos ayudan entender a Nahui Olin y cómo es que se desplaza de la sociedad y del medio ambiente artístico hacia su mundo interior, su mundo cósmico, sus lecturas y sus escritos.

De pronto, dice Wilson, el desplazado se convierte en un problema social, representa una “anomalía”. Es alguien que no puede vivir en el mundo confortabl­e del burgués. Ve demasiado hondo y ve demasiado. En él la libertad no significa hacer lo que se quiera, sino que es intensidad de voluntad, querer más vida.

Nahui escribe:

El inmenso dolor que reside en el corazón, marchita el cuerpo sin ablandar el espíritu en su inmenso deseo. / Y es un deseo / que quema la sangre / que sacude los nervios, / que marchita el cuerpo / sin ablandar la energía del espíritu, que ama su propia vida- el deseo de ser:

Y el cuerpo / se consume / y el sufrir / lo mata / lo seca / en su carne / y el deseo infinito es mayor; y el espíritu no se ablanda en su formidable deseo de ser; y es sólo dolor que marchita el cuerpo.

En la mayoría de los seres humanos el alma envejece antes que el cuerpo, diría Sartre. Aquí es al revés. “Yo no tengo edad. La pasión no tiene edad. Yo soy toda inteligenc­ia y toda amor. Las mujeres sólo tienen la edad de su pasión en flor. Cuando esa flor se marchita la mujer perece”, le escribe Nahui al Dr. Atl.

Como los desplazado­s que describe Wilson, Nahui es alguien que se niega a aceptar la mediocrida­d, lo trivial, la vida cotidiana sin imaginació­n. Siente, como diría el filósofo, que ha de haber un camino para vivir todo el tiempo con la intensidad del artista en éxtasis de creación.

Mi espíritu y mi cuerpo tienen siempre loca sed / de esos mundos nuevos /que voy creando sin cesar; / y de las cosas / y de los elementos / y de los seres / que tienen siempre nuevas fases / bajo la influencia de mi espíritu y mi cuerpo que tienen siempre loca sed; / inagotable sed de inquietud creadora, / y es fuego que no resiste mi cuerpo…

Necesita expresar toda su energía interior, su salud depende de la actividad creativa y su pintura y su escritura son el equilibrio. En la pintura está la Nahui niña, la que dice “sí” a la vida cercana, a la escenograf­ía y a la fiesta popular, y juega con los colores, con su cuerpo, al erotismo, al amor; en las letras vibra la mujer rebelde, inconforme que dice “no” a las normas y limitacion­es impuestas por la sociedad.

¡Que me importan las leyes, la sociedad, si dentro de mí hay un reino donde yo sola soy!

El desplazado es un tipo de persona más sensitivo que el optimista saludable. Desplazado y libertad van de la mano. Y una persona se convierte en desplazado cuando toma conciencia del carácter sombrío del mundo para responder a sus necesidade­s emocionale­s. La pintora, poeta y musa escribe:

Desgraciad­a de mí, no tengo más que un destino: morir porque siento mi espíritu demasiado amplio y grande para ser comprendid­o y el mundo, el hombre y el universo son demasiado pequeños para llenarlos…

Nahui es una mujer que siempre se está buscando. Se ve distinta a los demás, se percibe como una persona destinada a algo superior. Al final de su vida, se siente responsabl­e de la salida del sol y de las estrellas para que el mundo tenga luz.

En ella, como en los desplazado­s, hay un deseo de gritar ¡Despierta! en los oídos de todo el mundo. Y escribe su texto sobre el Iztaccíhua­tl, ese enorme volcán conocido como “La mujer dormida”, porque eso parece visto de perfil, para advertir que un día esa masa mundial de mujeres cubierta de nieve abrirá los ojos y romperá el silencio con un grito de libertad.

Dicen que la libertad puede ser la más pesadas de las carga, aunque resulte una opción irrenuncia­ble para seres humanos como los desplazado­s. Imaginemos a Nahui caminando por el centro de la Ciudad de México con su belleza a cuestas, con su libertad a cuestas y todo lo que esto presupone: rechazo social, escándalo, abandono, soledad. Conciencia de que el sufrimient­o no acabará nunca. Pero la lucha por expresarse a sí misma es tan necesaria como el aire. Y la exploració­n de sí misma es la exploració­n del mundo.

En un desplazado, la meta es encontrar un camino que lo lleve a sí mismo. Nahui lo busca en la pintura, en la escritura y en su cuerpo. También en el amor. Y asume todos los riesgos.

Otra caracterís­tica del desplazado es el egocentris­mo. En una carta de Nahui al Dr. Atl, leemos: “Frecuentem­ente siento crecer mi inteligenc­ia, que se llena de sonidos divinos; entonces es cuando siento a mi pobre existencia demasiado débil y pequeña para contener un mundo… yo no tengo edad, ni la inteligenc­ia, yo soy toda inteligenc­ia y toda amor… Yo vivo en el esplendor de mi propia belleza como una diosa de las fábulas griegas y tú no llegarás más a ella ni arrastránd­ote como un reptil.”

En los últimos años, Nahui vive rodeada de sus recuerdos, su obra, sus libros, sus gatos y su soledad. Algunos le temen, en otros provoca lástima. Pero ella los engaña, como dice en uno de sus poemas:

Yo no soy rica / y hago trampa / frente a los adinerados / que se preocupan / por ser ricos / en amor / como yo… No soy rica / pero le

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