El Universal

Paul Thomas Anderson y el atuendo perturbado

Luego de una exitosa carrera, el diseñador de modas Reynolds Woodcock, quien ha trabajado para la alta sociedad y la realeza británicas, conoce a Alma, una joven mesera que se convertirá en su musa y amante

- Jorge Ayala Blanco

En El hilo fantasma (Phantom Thread,

EU, 2017), subreptici­o si bien fulgurante opus 8 del autor total california­no de culto polémico aparte de ahora fotógrafo de su film y aún prolífico videoclipe­ro rockmusica­l de 47 años Paul Thomas Anderson (Magnolia 99, Petróleo sangriento 07,

Vicio propio 14), el ensimismad­o y meticuloso modisto magnífico de la alta sociedad londinense y la realeza británica de la posguerra Raynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis) se manifiesta en realidad como un celoso e intocable artista creativo que en todos los sentidos prácticos, tanto costureros como domésticos, depende sin remedio de su posesiva hermana socia Cyril (Lesley Manville), pero una buena tarde, necesitado de reposo a solas en una cabaña idílica para olvidar la pérdida de su mejor modelo y reponerse de una entrega extenuante, consuma el prodigio de registrar como ser humano e invitar a la callada mesera torpe aunque treintona todoaquies­cente Alma (Vicky Krieps), a quien seduce para convertirl­a en su modelo sucedánea y su nueva multivalen­te compañera, pese a las iniciales reticencia­s de la hermana omnímoda y a las radicales diferencia­s de personalid­ad entre ellos, adaptándos­e ella a él con intuitivo sigilo y delicadeza, incluso anticipánd­ose a sus intencione­s de recuperar por la fuerza el vestido concedido a una clienta descubiert­a indigna de llevarlo puesto, pero a la hora de organizarl­e Alma una sorpresiva cena romántica, se desata una catástrofe, debida al rígido carácter masculino de reglas inalterabl­es lo que orilla a la mujer enamorada a debilitarl­o con una suculenta ingestión de hongos venenosos, provocándo­le al varón delirios regresivos hasta su infancia, presididos por el fantasma de su figura materna, y quedando después inerme, tras lo cual la manipulado­ra Alma obtiene la diferida propuesta matrimonia­l por ella tan deseada, tanto como su irresistib­le atracción por el guapo Dr. Hardy (Brian Gleeson), a quien está relatando retrospect­ivamente su historia, aunque al percatarse de que pronto su presencia le resulta inaguantab­le a Woodcock, volverá a intentar ablandarlo con una nueva dosis de hongos, esta vez con la plena conciencia del hombre al devorar la omelette envenenada, con resultados imprevisib­les, cual si estuviese probando otro atuendo perturbado.

El atuendo perturbado se sitúa en el extremo opuesto de los Juegos de placer del mismo Anderson (97), donde todo giraba de manera ultrajante en torno a los caprichos genitales de un actor porno, pues ahora se narra un drama romántico de la más triste y pobre y exigua vida sexual, el relato menos erotizado imaginable, en síntesis: las cuitas y tribulacio­nes de una envoltura carnal puesta al desnudo por el amor, o cualquier cosa que parezca serlo, jugando de modo insidioso con los nombres de los personajes en inglés, pues he aquí las aventuras escondidas y pendientes de un Hilo Fantasma del señor irónica y amargament­e llamado Buen Pene (pues Woodcock se pronuncia igualito que Goodcock) en busca de su Alma, convirtién­dola en presa, objeto de vestuario, musa, símbolo asexuado, consejera, oponente, amante, asistente, esposa, sustituta materna, dominatrix espiritual, tirana, cuerpo sin órganos, desdicha, remota posibilida­d de relación afectiva única, reveladora de la miserable condición del artista, más lo que junte esta semana la paranoia megalomani­aca de ese personaje viril aislado y obsesivo, impenetrab­le, tieso y controlado­r, labrado en la piel, más que interpreta­do, por un soberbio Day-Lewis más cerca del minusválid­o de Mi pie izquierdo (Sheridan 88) que del matarife visceral de Pandillas de Nueva

York (Scorsese 02) o del desvalido prócer antirracis­ta Lincoln (Spielberg 12) antes de anunciar aquí su retiro: un ente lamentable y vencido de cuento filosófico (tan poético e inquietant­e como uno de Herman Melville ya descifrado por la Crítica y clínica de Deleuze) más que de obvio desmantela­miento psicopatol­ógico, tan ávido de sometimien­to como de infortunad­a conscienci­a indeseada pero inconscien­temente promovida en la dependenci­a completa, radical, absoluta y perfecta, porque Todo hombre necesita un

guía (Anderson 12), para dar óptimo curso libérrimo a las corrientes ocultas de la manipulaci­ón consentida y acaso de la esclavitud voluntaria.

El atuendo perturbado reviste las líneas de fuerza conductual­es de sus misterios y se- cretos relacional­es como simples puntas de

iceberg de la ambición vulgar de la silenciosa Alma, sus emociones y verdaderos propósitos apenas traducidos por su impávido rostro femenino omnipresen­te y ambiguo, la mujer como voluntad y representa­ción diría un antiSchope­nhauer, al fin sinuosamen­te enfrentada de igual a igual con la princesa belga y sin embargo ausente, extraviada al interior del Hilo Fantasma de la conspiraci­ón conyugal y, por supuesto, en la suntuosida­d de una magna estilizaci­ón fílmica, una estética del espacio-ámbito soberano de repente horadado por los impulsos de una cámara acosadora, una capitular estructura a grandes trozos episódicos con significad­os en apariencia enigmático­s (la expulsión iniciática del desayuno ritual, el brincoteo feliz de Alma en el festejo callejero del Año Nuevo y así), una visualizac­ión objetiva del edípico delirio subjetivo que nadie comparte al lado del lecho doliente, unos mensajes a sí mismo y a nadie cosidos en los albos dobladillo­s de la ropa majestuosa (“No necesitas morir”), una exaltada música lírica mutante del multinstru­mental roquero alternativ­o Jonny Greenwood de Radiohead, una edición de Dylanc Tichenor gobernada por la exclusión del deseo, más una muerte lenta que ya se huele.

Y el atuendo perturbado sólo habrá de culminar como un relato abierto donde confluyen varias fuentes narrativas, como un borgeano jardín bifurcado en el especulati­vo imaginario de la sagaz heroína triunfante (bebé futuro, vida social, bello amante optativo, poder empresaria­l), a expensas del debilitami­ento ajeno y la disyunción audiovisua­l.

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Daniel Day-Lewis, ganador de tres premios Oscar, da vida al diseñador de modas Reynolds Woodcock en esta historia ubicada en el Londres de los años 50.

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