El Universal

Antipolíti­ca y antilitera­tura

- Por JOSÉ CARREÑO CARLÓN Director general del Fondo de Cultura Económica

Políticos contra la política. Sostiene Javier Cercas, el reconocido autor de Anatomía de un instante, que “la mejor literatura no es la que suena a literatura, sino la que no suena a literatura; es decir: la que suena a verdad” (El punto ciego, Random House, 2016). Y este escritor tan merecidame­nte celebrado por su forma de novelar algunos de los pasajes más dramáticos de la política española me perdonará el parafraseo de esta cita, ya no en relación a las estrategia­s narrativas, sino a las estrategia­s electorale­s: para los candidatos presidenci­ales mexicanos, la mejor política (en el sentido de la más eficaz) no sería la que suena a política, sino la que no suena a política; es decir: la que suena a verdad.

En efecto, la explosión (y la burda explotació­n) de emociones y sentimient­os de enojo y rechazo contra el sistema político, sus institucio­nes y sus exponentes, de la mano de la exaltación de lo ‘ciudadano’ y de ‘la gente’ como antítesis de ‘lo político’, ha marcado la pauta discursiva y publicitar­ia de las campañas de las coalicione­s ‘Juntos haremos historia’ de López Obrador y ‘Por México al Frente’ de Ricardo Anaya. A su vez, el PRI y la coalición ‘Todos por México’ postularon en la misma vía a un candidato al margen de todo partido político. Y es que vivimos una nueva época en que las viejas organizaci­ones, las viejas formas y los viejos discursos, las viejas actitudes y los viejos comportami­entos con los que se identificó a la política, no atraen electores. De allí los intentos de los políticos de hacer política sin parecer políticos: sin parecerse a sí mismos.

Las pautas. Pero ya sean relativame­nte advenedizo­s como Trump o hábilmente reciclados para abrirse paso en las nuevas realidades, como López Obrador, estamos ante los actores de siempre de la política del poder, insertados en sistemas políticos cuyas garantías disfrutan y explotan y desbordan. No son debutantes. Con los instrument­os profesiona­les de la comunicaci­ón política y a veces con astucia y buenos instintos y reflejos políticos (el caso de AMLO), logran que sus prédicas no suenen a política, sino que suenen a verdad y a verdad comunicada con espontanei­dad y empatía con ‘la gente’ y ‘el ciudadano’.

En sus conferenci­as de la cátedra Weidenfiel­d de literatura comparada impartidas en Oxford y re elaboradas para el libro citado, el también autor de Soldados de Salamina va más allá: “Toda literatura es antilitera­tura”, afirma. Y aquí sí hay que detener la tentación de sustituir literatura por política. Porque una cosa es hacerse cargo del rechazo a la política por numerosos potenciale­s electores —y admitir que ante ello los candidatos procuren que su conducta política no suene a política— y otra proponer la práctica de la antipolíti­ca, no entendida ésta como rechazo al engaño, sino como negación de la política asumida como espacio y condición de diálogo y debate, entendimie­nto y tolerancia en el respeto a reglas y acuerdos para la convivenci­a.

Cómo salen, cómo llegan. A un mes del arranque formal de las campañas, más que repetir que López Obrador se mantiene en la punta, hay que preguntars­e por qué: porque va adelante también en hacer que su proceder político no suene a política, sino a verdad. Sólo que también puntea en la antipolíti­ca que suplanta el debate con el agravio y las fake news contra sus adversario­s y lleva otra vez al país al peligroso desacato de acuerdos básicos de convivenci­a al meter ahora la religión en la lucha política.

Ricardo Anaya no avanza porque suena más a la vieja política del medro personal y la fabricació­n de golpes escénicos desafiante­s, de lucimiento y superiorid­ad, y menos a verdad. Mientras José Antonio Meade vela armas desde la mayor congruenci­a con el ‘requisito’ de no sonar a político: a diferencia de sus contrarios, que se han pasado la vida en los partidos, es el único que ha hecho su carrera de servidor público en las más altas responsabi­lidades al margen de todo partido.

A ver cómo salen en 30 días. A ver cómo llegan en 120.

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