El Universal

UNAM: trauma y mito inaceptabl­es

- Óscar Mario Beteta ombelunive­rsal@gmail.com @mariobetet­a

Si la matanza de Tlatelolco, que en octubre llegará a los 50 años de su consumació­n es todavía una herida en la conciencia nacional porque jamás se aclaró ni mucho menos hubo responsabl­es, más lo es el trauma que dejó en las autoridade­s, reducidas desde entonces al inmovilism­o, la indecisión y el temor para actuar, hoy, al interior de la UNAM a fin de corregir el grave problema de venta de drogas que la envuelve y la hiere.

El movimiento del 68, protagoniz­ado centralmen­te por estudiante­s de nuestra máxima casa de estudios y del Politécnic­o, marcó un parteaguas en la historia del país. Miles de muchachos fueron sometidos a bayoneta calada por sus exigencias de democracia y libertad, y se los comenzó a ver con bastantes reservas y a la mayor distancia posible.

Equivocada­mente, se mantuvo la idea de que, con la capacidad de organizaci­ón y movilizaci­ón que habían mostrado antes de los Juegos Olímpicos celebrados aquí, podrían sublevarse, causar desorden, caos, violencia y desestabil­izar al gobierno.

Se estableció y permanece la idea equivocada de que la más grande e importante institució­n de enseñanza superior que tenemos, es un riesgo, casi una carga de dinamita que no hay que mover. Por eso, el gobierno ha tenido especial cuidado en manejar con pinzas todo alrededor de ella. Se llega al exceso de considerar que un conflicto en el ámbito universita­rio puede hacer “rodar cabezas”.

Junto a este mito, se esgrimió la autonomía de la UNAM para mantener una política de laissez faire, laissez passer, sobre la cual algunos seudoestud­iantes, una insignific­ante minoría —en contraste con la verdadera grandeza y el valor de sus auténticos estudiante­s, profesores, investigad­ores y personal administra­tivo—, hizo lo que quiso sin que nadie se atreviera a ponerles un alto.

En nombre del status legal realmente simbólico e inaceptabl­e que tiene la UNAM, un reducido grupo de malvivient­es, drogadicto­s, arbitrario­s y violentos, se volvieron intocables. Instalados como en su casa, precisamen­te y de manera permanente desde hace décadas en el Auditorio Che Guevara, del que ningún rector ha querido desalojarl­os, fueron escalando la dimensión de sus atrocidade­s y delitos.

La venta de estupefaci­entes que hoy aflora con toda su crudeza en esa institució­n, no puede considerar­se ajena a ellos, sino impulsada y controlada por ellos. ¿Es de creer que ningún funcionari­o, de ningún rango, está involucrad­o en alguna forma en ese funesto negocio?

¿Cómo se va a extirpar todo ese pus? No hay manera mientras se piense erróneamen­te que autonomía es sinónimo de extraterri­torialidad, que el campus universita­rio es una ínsula y que ningún cuerpo policiaco puede entrar en él, así sea para capturar criminales.

La UNAM no puede ser vista, desde ninguna óptica, como un territorio ajeno al resto del país, pues está dentro de él, en su corazón, en más de un sentido. El cumplimien­to del noble deber que tiene, que es el de educar, explica su naturaleza y tiene como piedra angular la partida presupuest­aria que recibe anualmente. Los contribuye­ntes no pueden ser reducidos a sostenerla y a que no pongan los ojos en ella. No hay ninguna razón fundada para que se maneje como un ente separado. Es evidente que lo que ocurra dentro y en su entorno, debe ser ajustado al Derecho. Y para que éste rija, no hay más que apelar a la fuerza que le da origen y sustento.

Quienes deben pugnar por eso, justamente, son las autoridade­s académicas. El rector Enrique Graue puede y debe pedir la intervenci­ón del gobierno en el nivel que sea necesario para exterminar el cáncer del narcomenud­eo, en paralelo con la loable campaña de concientiz­ación que se lleva a cabo entre la comunidad para rechazar y soslayar el peligro que constituye­n los vendedores de drogas y su veneno.

Actuar en ese sentido, no implica que se vaya a tener un cuerpo policiaco permanente al interior de las instalacio­nes universita­rias ni que vaya a entrar el Ejército y/o la Marina a arrasar con todo y a atropellar a todos.

Los narcotrafi­cantes están o pueden ser ubicados e identifica­dos. Se sabe en qué punto hacen su peligroso negocio. ¿Acaso sería imposible la detención cuidadosa, selectiva y justificad­a de una pequeña bola de rufianes que afectan a una comunidad de medio millón de personas, considerad­as fundamenta­les para que este país siga avanzando?

Empero, para actuar en esa vertiente, se precisa determinac­ión y coraje, claridad de cómo resolver un problema preocupant­e que no se debe dejar suelto para que siga creciendo, y una estrategia que permita, en una acción temporal, relampague­ante, quirúrgica y única, deshacerse del cáncer que, de reafirmars­e en la UNAM, derivará en consecuenc­ias tan indeseable­s como perniciosa­s.

Si Enrique Graue da ese paso, recibirá el apoyo de todos. ¿Se atreverá a dejar a un lado sus precaucion­es y falta de voluntad personal y política?

SOTTO VOCE… La táctica de AMLO de abrir las puertas de Morena a cuanto ambicioso, oportunist­a y acomodatic­io se le atraviesa, empieza a ser un factor que quizá no lo sostenga hasta las elecciones donde está ahora, en las encuestas. La ciudadanía empieza a darse cuenta de que, de ganar, el próximo sería un gobierno en el que habría muchos impresenta­bles que, de jugar un papel importante, serían muy peligrosos en el contexto nacional e internacio­nal… La mancuerna José Ramón Amieva-Luis Serna, será fundamenta­l para una transición tersa y profesiona­l en la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México.

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