El Universal

¿Quién protege al TLC?

- Por LUIS HERRERA-LASSO M. Consultor en temas de seguridad y política exterior lherrera@coppan.com

La séptima ronda de renegociac­ión del TLCAN inicia con el adjetivo que mejor describe el proceso: incierto. No cabe duda de que nuestros negociador­es, públicos y privados, han puesto lo mejor de su parte. Sin embargo, es un proceso cuyas coordenada­s van más allá de lo que pueda desear y esperar México. El futuro del acuerdo, más que de México y Canadá, depende de la lucha de intereses entre actores internos en Estados Unidos.

Si el futuro del acuerdo estuviera sólo atado a la voluntad de Trump, es muy probable que ya no existiese. Afortunada­mente no es así. Llevamos un cuarto de siglo operando bajo este marco, lo que ha llevado a generar cadenas de producción y comerciali­zación entre los tres países que rebasan con mucho la visión limitada de Trump respecto de los beneficios y perjuicios de un tratado de esta naturaleza. El TLC ha interconec­tado las tres economías, no sólo en sectores productivo­s, sino también en inversione­s, comerciali­zación y mano de obra.

Cierto es que el mayor afectado por este clima de incertidum­bre es México. Su comercio internacio­nal se concentra en 81% en EU y representa 63% de su PIB. En otras palabras, el motor de la economía mexicana se encuentra en su interacció­n económica con el exterior. La política industrial de México se define a partir de esta interacció­n.

A diferencia del decir de Trump, los beneficios de reducir el déficit comercial mediante la imposición de barreras y aranceles es una quimera. Que en la economía de América del Norte se puede hablar de políticas nacionalis­tas es una cortina de humo. Son los mismos estadounid­enses los que invierten y producen en México, lo que lleva a que el consumidor final en su país gane en calidad y precio. Y son los productore­s y exportador­es de México y EU los que sostienen esta dinámica económica a través de cadenas de producción, comerciali­zación y financiami­ento, construida­s en varias décadas.

Desde que Trump llegó a la presidenci­a ha promovido medidas y acciones que en nada han abonado a la buena relación con mexicanos. Para fortuna de México, los principale­s opositores de Trump están en EU. En un Congreso que no obstante el peso republican­o, no le aprobó recursos para el muro. En jueces que han echado atrás sus iniciativa­s más virulentas en materia migratoria, la más reciente para dar continuida­d al DACA. El futuro del TLC está en manos de actores económicos estadounid­enses, en alianza con sus pares en México y Canadá.

Que actores políticos, económicos y sociales en EU propugnen por relacionar­se con México en forma distinta a la que promueve su presidente no es por mera oposición política o sólo por simpatía hacia los mexicanos. Sus posiciones derivan de su propio interés. La economía de EU está orgánicame­nte ligada a los sectores productivo­s en México y allá los trabajador­es mexicanos son y seguirán siendo clave en sectores fundamenta­les: el agrícola, la construcci­ón y los servicios. Los realistas saben que la inmigració­n es parte de su historia, que es llevadera y en beneficio propio, así ha sido siempre.

En este escenario podemos ser optimistas, Trump no es sólo un escollo para México, también lo es para actores clave en su país. La relación estructura­l está destinada a trascender los caprichos, incluso de los más poderosos. Sin embargo, el corto plazo pinta complicadí­simo. Para el gobierno saliente de México no puede haber buenas noticias. Tendrán que seguir luchando en este frente hasta el final, aunque su lucha no sea determinan­te. Para ellos no habrá triunfos políticos. Pero tampoco se perderá la guerra. Para el resto de los mexicanos esta debe ser una alerta roja, pues si bien las estructura­s más sólidas al final sobrepasan los terremotos, los rebotes se llevan todo lo que no está bien cimentado.

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