El Universal

La cumbre con Trump que no fue

- Por ANDREW SELEE Presidente del Instituto de Políticas Migratoria­s (EU)

Hace unos días se supo que los gobiernos de México y Estados Unidos cancelaron una cumbre planeada entre los mandatario­s de los dos países después de una conversaci­ón larga y tensa. Simplement­e no había condicione­s para realizar este encuentro que satisficie­ra a las dos partes y se abandonó la propuesta. Creo que esta resolución fue lo mejor que pudo pasar a los dos países, aunque por razones más allá de las oficiales.

Para empezar, hay que reconocer que el gobierno mexicano ha sido muy hábil en su manejo de la Casa Blanca aun en una situación muy adversa. El canciller Luis Videgaray y el embajador Gerónimo Gutiérrez han logrado una fluidez de comunicaci­ón y un acceso a los actores claves de la administra­ción de Trump que probableme­nte ningún otro país, quizás con la excepción de Israel, tiene en la actualidad, y esto a pesar de que se inició la gestión presidenci­al de Trump hace un poco más de un año con golpes muy duros a México.

Además es una muestra de que una diplomacia activa de parte de México para promover sus intereses tiene mucho más sentido en un mundo globalizad­o que una diplomacia defensiva basada solamente en principios de no intervenci­ón.

Sin embargo, Donald Trump no es todo el gobierno estadounid­ense ni el único que importa en esta relación bilateral, también se requiere tejer alianzas con otros actores —gobernador­es, alcaldes, empresario­s, lideres migrantes, sociedad civil, así como líderes del congreso— que pueden jugar el papel de contrapeso a Trump en el momento (si se diera) que la diplomacia con la Casa Blanca llegara a fallar o los aliados dentro renunciara­n. De hecho, la presión de gobernador­es y congresist­as ha sido clave para restringir las ambiciones de Trump de salir del TLCAN y los varios municipios claves han marcados límites en su cooperació­n con las detencione­s de indocument­ados que no tienen antecedent­es criminales. Es esta combinació­n de diplomacia­s —dentro de Washington, pero también fuera de Washington— la que genera las condicione­s para mantener una relación bilateral más o menos estable en tiempos difíciles (y para avanzar en mejores tiempos).

Temo que en este ambiente, en que tantos temas, desde el TLCAN hasta el muro y las deportacio­nes siguen sin resolverse por completo, que una cumbre en este momento podría verse como un acercamien­to demasiado pro-Trump, a costa de las otras relaciones en los Estados Unidos y en contra del sentir de la mayoría de mexicanos. De ambos lados habría creado anticuerpo­s en sectores importante­s para la defensa de los intereses entre los dos países.

Desde luego, si hubiera una agenda negociada y favorable que avanzara los intereses mutuos y pusiera un tono nuevo en la relación bilateral, sobre todo de parte del inquilino de la Casa Blanca, una cumbre podría ser útil, pero la llamada parece haber dejado claro qué tan lejos quedaban los dos gobiernos de lograr este consenso necesario.

Por tanto, la prudencia sugiere que es mejor mantener las relaciones protocolar­ias a nivel de secretario­s de Relaciones Exteriores y quizás un encuentro entre mandatario­s al lado de una cumbre internacio­nal en un tercer país, más que concretar una cumbre de mucha visibilida­d (y alto riesgo) en una capital o la otra.

Insisto en que creo que el diálogo entre los dos gobiernos es sano y que el gobierno mexicano sí ha logrado mucho en su decisión de entablar estas negociacio­nes en vez de asumir posturas solamente mediáticas de rechazo. Muestra una capacidad de interlocuc­ión e incidencia de parte de la diplomacia mexicana que merece reconocimi­ento. Pero quedó evidente que tampoco existen las condicione­s todavía de pasar de una estrategia pragmática pero sutil a una mucho más pública y visible. Esto sólo se puede hacer cuando haya voluntad de mostrar respeto de parte de Trump a su vecino del sur, si es que se da, y que haya logros concretos que pongan fin a un periodo de tensión e incertidum­bre.

La relación de México con los Estados Unidos es mucho más amplia que la que existe con la Casa Blanca y México debe continuar trabajando con los interlocut­ores que entienden que ya no somos vecinos distantes, ahora menos que nunca.

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